El enemigo está dentro

ABC – 25/03/16 – JAVIER RUPÉREZ

Javier Rupérez
Javier Rupérez

· Tras Nueva York, Madrid, Beslan, Londres, París, Estambul, Ankara, las infinitas localidades que en todos los continentes sufren los sangrientos ataques del terrorismo de origen islámico, suní o chií, que a los efectos de las vidas segadas lo mismo da, y ahora Bruselas, se impone con más fuerza que nunca la urgente reflexión: cómo evitar en lo posible la continuación de la hecatombe, cómo poner coto a los que la predican y cómo detener a tiempo a los que están a punto de ponerla en práctica.

Porque, mas allá de los lloros de unos y de las manifestaciones benevolentes de solidaridad de otros –entre los que se encuentran, y no es casualidad ni olvido, los que en Podemos o en Bildu sienten por los terroristas una evidente afinidad electiva– se impone una doble y contundente constatación: el terrorismo islámico ha declarado una guerra de exterminio contra el mundo occidental y sus tentáculos están instalados entre nosotros.

No caben más circunloquios: Daesh debe ser eliminado por la fuerza militar sobre el terreno y cualquier benévola elucubración que lo evite o aplace constituye el suicidio de la estructura política e ideológica del Occidente. La responsabilidad conjunta de las democracias occidentales, en particular de EE.UU. y la UE, es abrumadora e inaplazable. Mejor hubieran hecho los europeos, de acuerdo con los americanos, en planificar una acción bélica contra los islamistas ya estatalizados que perderse en los meandros de la emigración, efecto y no causa de la monstruosidad que conjuntamente representan Daesh y Al Assad –al que incomprensiblemente algunos representantes europeos siguen considerando imprescindible para el futuro de Siria. ¿O es que la perniciosa influencia de los mullahs iraníes es capaz de extender sus tentáculos desde el radicalismo antisistema hasta las aguas templadas del centro derecha?

En segundo lugar, es vital cortar de raíz los procesos de radicalización inducidos por la poderosa maquinaria comunicativa del islamismo radical y fundamentalmente dirigida a las comunidades musulmanas establecidas en los países europeos. La piadosa repetición de que la inmensa mayoría de los integrantes de esas comunidades no practica ni condona el terrorismo es tan cierta como inane: es en esos medios donde se condimentan y cuecen los ánimos asesinos de los que, inducidos por los imanes de turno o el invasivo internet, creen garantizada su salvación en el expeditivo procedimiento de acabar con la vida de los «cruzados cristianos». Cualquier contundencia será poca para contar con la información suficiente que identifique al profeta de calamidades y a sus eventuales seguidores.

Y no debería temblar la mano democrática para devolver a sus países de origen a los integrantes de tales comunidades que, sin haber adquirido la nacionalidad del lugar, muestren asesina predisposición o torcidas intenciones. Los cuerpos occidentales de seguridad tienen medios para extremar la vigilancia, mejorar la información y proceder en consecuencia. Sin contemplaciones para nacionales y extranjeros. Y con la seguridad para estos últimos que la violación de la ley traerá su expulsión.

Impone la corrección política mantener que la seguridad absoluta no existe, cuando los detalles de los hechos nos hacen saber que la catástrofe podía haber sido evitada. Y la misma corrección nos insinúa que ya no habrá más luctuosos acontecimientos. Con tanta corrección acumulada hemos venido trampeando desde Nueva York a Bruselas. Hasta la próxima.

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