EL GIRO del Partido Socialista en Navarra, abriéndose a alianzas con Bildu, supone un salto cualitativo en la procaz relación que el PSOE ha establecido con el nacionalismo. La vía navarra abierta por el PSN para orillar a la coalición de centroderecha Navarra Suma allana el camino para que María Chivite asuma la Presidencia de la comunidad foral y el de la propia investidura de Pedro Sánchez ante una eventual abstención de Bildu. Sin embargo, resulta políticamente impresentable y éticamente inaceptable que un partido de Estado como el PSOE se apoye en los herederos de ETA. Ningún objetivo político justifica abrir los brazos a un partido cuyos dirigentes siguen siendo incapaces de condenar la abyecta trayectoria de la banda terrorista que lo largo de cuatro décadas asesinó a más de 800 ciudadanos, entre ellos, decenas de cargos vinculados al PSOE. Sánchez, quien tanto cultiva la memoria histórica, debería tener presente el funesto legado del terrorismo para no cruzar una raya roja que abochornaría a quienes, desde las siglas socialistas, contribuyeron a la derrota de ETA.
La connivencia socialista con el nacionalismo tuvo su génesis en los tripartitos articulados por el PSC y ha tenido su continuación en los pactos suscritos con fuerzas soberanistas en comunidades como Baleares y la Comunidad Valenciana. Resulta incomprensible que un partido comprometido con la unidad de España y soldado ideológicamente a la defensa de la igualdad acepte sin pestañear la cooperación con partidos que propugnan la plurinacionalidad y una asimetría fiscal que liquidaría la cohesión social. En el caso de Navarra, esta deriva adquiere tintes mucho más preocupantes. Primero, porque supone normalizar como un actor político ordinario a Bildu, siglas procedentes del tronco filoterrorista de la antigua Batasuna. Y, segundo, porque da alas al sobernismo vasco, cuya prioridad consiste en incorporar Navarra al País Vasco amparándose en la disposición transitoria cuarta de la Constitución. Si, después de los comicios del 26-M, desde Ferraz se rechazaba la posibilidad de alcanzar acuerdos «ni con Bildu ni con Vox», la portavoz del Gobierno recordó recientemente que «todos los votos son legales y legítimos». Este viraje cristaliza en la entrada de Bildu en la Mesa del Parlamento navarro y en la voluntad del PSOE de aceptar los escaños de los proetarras para investir a Sánchez y para hacer presidenta a Chivite, avalando así una alianza –vetada por Zapatero en 2007 y por Rubalcaba en 2014– con el nacionalismo vasquista (antaño Nafarroa Bai, hogaño Geroa Bai) y con los abertzales.
Así, Sánchez deja claro de nuevo que está dispuesto a seguir en La Moncloa a toda costa, pactando con quien sea para materializar el maquiavélico objetivo de retener el poder. La entente del PSOE con el nacionalismo de la peor ralea constituye una de las mayores amenazas para la España constitucional.