El error que decidió el debate

José Antonio Sentís, EL IMPARICAL, 8/11/11

El equipo que asesora a Rubalcaba se creyó los manuales de debates políticos. Y, por eso, el candidato socialista se empeñó con insistencia en buscar las contradicciones en su opositor (nunca mejor dicho), como los contendientes americanos se empeñan en buscar líos de faldas de sus adversarios. Y ese deseo de desmontar a Rajoy y a su programa, en lugar de proponer el suyo, situó a Rubalcaba en la posición de inferioridad. Tanta, que no nos enteramos hasta pasada hora y cuarto de que Rajoy todavía no era presidente del Gobierno.

La psicología juega malas pasadas. Rubalcaba tiene interiorizado lo mismo que la inmensa mayoría de los españoles. Que el PP va a ganar. Y por eso trató a Rajoy como presidente, como si ya gobernara. Y, presuponiéndolo, le explicó a los españoles lo mal que Rajoy lo hacía, según su programa «oculto».

Cuando Rubalcaba quiso reaccionar, hizo lo que debía: buscar el voto de la izquierda, hablar de los ricos, los especuladores, los empresarios (como enemigos) y de las mujeres, los pensionistas, los perceptores del desempleo (como los deseados votantes). Pero llegó tarde, precisamente por el afán de incomodar a Rajoy, de interrumpirle, de desestabilizarse, de llevarle a la defensiva, de utilizar permanentemente la pregunta al adversario, en lugar de la afirmación de las ideas propias.

El debate empezó y terminó con el «único» problema actual: la economía, la crisis, el paro. Lo demás sobró, aunque la discusión se prolongara agónicamente. Y, en lo importante, Rajoy sabía que llegaba ganado de casa y, lo que es peor, Rubalcaba se sabía perdedor de antemano.

Visto retrospectivamente, mejor le hubiera ido a Rubalcaba plantear una batería de medidas, en lugar de una batería de preguntas. Pero el candidato socialista no las tiene, si se elimina el asunto demagógico del impuesto a los ricos, porque su problema no es que sea mal político, sino que es socialista, y los socialistas entienden mucho de gasto, pero mucho menos de generación de riqueza. Saben recaudar, pero no saben ahorrar ni saben impulsar la economía, porque esto del mercado no está en su genoma.

Lo que sí saben los socialistas, al menos en los debates políticos que hemos visto, es exponer a su enemigo de la derecha como el paradigma de los males de la tierra que se resumen en la figura del dóberman, sin que se sepa bien qué les ha hecho ese perrito. Es decir, acusar al PP de quitar las pensiones, no pagar el desempleo, acabar con la Sanidad pública, privatizar la Educación y esas cosas que tantas veces hemos oído.

No hay que negar que ese discurso sea eficaz, porque hay quien se lo cree. Pero ya lo emplearon con éxito (Felipe González contra Aznar; Solbes contra Pizarro) y no es fácil sostener siempre la misma jugada. Porque Rubalcaba lo podía esgrimir, pero ni él mismo se cree que el PP vaya a acabar con lo público y vaya a condenar al destierro a los pensionistas o a los parados.

Argumentalmente, Rajoy tuvo y tiene un discurso aplastantemente coherente, aunque sea poco apasionante. Sin dinero no hay Estado de Bienestar, y sin empleo no hay dinero. Rubalcaba tiene una clientela que da poco valor a esa premisa. Si hace falta dinero, se ponen impuestos y se resuelve el asunto. Y, sin duda, eso agradará a muchos oídos, pero parece que hay una cierta mayoría que piensa que la situación es más compleja, y que ha concluido que ni Zapatero aprendió economía en dos tardes, ni Rubalcaba lo hizo en el Gobierno, ni lo ha hecho aún como candidato.

Cuando ya nada importaba, Rubalcaba demostró algo de ingenio, repentización e iniciativa en algunos asuntos (mención al final de Eta, conciliación laboral femenina), pero ya era tarde, porque habían llegado los minutos de la basura. La partida estaba ganada en el primer tiempo, y sobraba la prórroga. Y más aún, cuando Rubalcaba apeló a un voto compasivo a su persona, en plena elipsis de su antecesor a quien ninguneó avergonzado. De hecho, el que más mencionó a «Rodríguez Rubalcaba» fue Rajoy, sin duda, como todos ustedes imaginan, por error. Y tal fue la situación que Rajoy intentó al final poner alguna duda sobre su propia victoria, no fuera a ser que los electores se le quedaran en casa.

El debate, por todo esto, lo ganó quien no cometió errores, a base de ideas muy claras y sin necesidad de golpes de efecto, porque eso a Rajoy no le va en la sangre. Los golpes los intentó Rubalcaba, pero no se le ocurrió otra cosa que el miedo a la derecha, de lo que ya no es tiempo.

Rajoy habló para todos los electores como presidente en potencia, y Rubalcaba se limitó al llamamiento a la desesperada al electorado de izquierda para que no se le fugue en desbandada. Para minimizar su derrota, en suma. Está por ver que lo consiguiera, pero, lo que es seguro es que Rajoy explicó a la derecha y a la izquierda que es todo menos un peligroso ultra. Y, aunque el debate se planteó mediáticamente como una final de Copa, la realidad es que la política es una Liga, en la que gana el más regular. Y, en eso, en sentido común, Rajoy es imbatible.

Al final, ambos se prometieron colaboración de Estado. Estaba vendido el pescado, y ambos lo sabían.

José Antonio Sentís, EL IMPARICAL, 8/11/11