Es el retrato del centenario y noble partido del «Jaungoikoa eta Lege Zarra», burlado y pateado por sus retoños salvajes. Engullido por las bestias que ayudó a crear, su supuesta grandeza dilapidada en bochornos plegamientos a una banda de matones.
Primero la llamaron fascista y ladrona y después le pegaron un escupitajo. Pero la dirigente peneuvista Josune Ariztondo contestó, con una llamada a la concordia, que «no hemos venido aquí a confrontar». Después de guarecerse, eso sí, en un despacho, no fuera a ser que los enviados de ETA en Ondarroa acompañaran el escupitajo con una paliza. Ésta es la tragedia del PNV, no sólo la responsabilidad. Los insultan y los amenazan, tienen casi tanto miedo como los que ocupan el centro de la diana etarra, pero ellos se humillan ante sus agresores. Es el retrato del centenario y noble partido del «Jaungoikoa eta Lege Zarra», burlado y pateado por sus retoños salvajes. Engullido por las bestias que ayudó a crear, su supuesta grandeza dilapidada en bochornos plegamientos a una banda de matones.
El miedo del PNV a ETA es el aspecto más desconocido de la supervivencia terrorista. Un miedo matizado, pero miedo. Matizado, porque ellos saben que no están en el centro de la diana, que están en una esquina. Pero la esquina impone lo suyo en estos casos. Les gustaría creer que los hijos asesinos con los que conviven jamás osarán matar a sus propios padres. Pero no las tienen todas consigo. No sólo porque ya han asesinado al primo ertzaina o al tío empresario, sino porque nunca se sabe con los asesinos. Aunque sean tus propios hijos.
Y no son capaces de deshacer la diabólica familia porque hicieron de ella una razón de vida y un negocio. Romperla sería acabar con una cosa y con otra. Expulsar a esos hijos de casa y ponerlos en la puerta de la comisaría supondría reconocer el lado oscuro de unos ideales, los grandes errores, la co-responsabilidad en los crímenes. Rectificar una trayectoria de vida, en suma. Y acabar, además, con el negocio del poder.
Prefieren celebrar el Pleno encerrados en el cuarto de baño mientras los hijos destrozan el salón. De vez en cuando, los padres hacen amagos de poner orden. Josu Jon Imaz incluso amenazó con llevarlos a la puerta de la comisaría. Pero, de momento, siguen en el salón. Y los del cuarto de baño prometen dialogar, que esto es al fin y al cabo una familia, aunque esté un poco desestructurada.
Edurne Uriarte, ABC, 11/8/2007