- En política, las mayorías no están dadas, sino que se construyen, y esa fue la regla maestra que condujo a Aznar a una victoria escasa en 1996 y a una mayoría absoluta en 2000.
Con la fracasada investidura de Alberto Núñez Feijóo, que, en cualquier caso, parece haber servido para afianzar su liderazgo y mejorar su imagen pública, el PP corre el riesgo de olvidar las razones de fondo que han impedido hacer realidad su vehemente deseo de victoria electoral. Como los partidos son agencias ejecutivas de políticas que viven muy al día, el endiablado resultado electoral y la sensación de que les ha faltado muy poco para volver a la Moncloa pueden hacer que una persistente falta de análisis y de autocrítica coloquen de nuevo al partido en un camino que no lleve a ninguna parte.
Las razones del fracaso político casi nunca son fáciles de analizar porque suelen sobrar disculpas de todo tipo y menudean las atribuciones de responsabilidad al maestro armero. En el caso del PP esta actitud está acreditada por una larga tradición de aplazar los congresos del partido, en especial los que se debieran dedicar a poner al día los mensajes políticos. Si no recuerdo mal, la última vez que el PP se dignó a debatir sus programas fue nada menos que hace 15 años, en Valencia, donde se tomaron las decisiones («que se vayan los liberales y los conservadores») que favorecieron la aparición y el crecimiento de partidos capaces de disputarle el voto en su propio terreno. Desde esa fecha ha habido congresos, pero no ha habido ningún intento serio de poner al día lo que suelen llamar sus principios.
Esta cultura política tan opuesta a debatir y a renovar iniciativas y programas contrasta fuertemente con lo que es común en otros partidos del área conservadora (los ingleses, por ejemplo, celebran un congreso anual y muy en serio), pero también con la praxis de los socialistas españoles. Una de las bases políticas del PP es la creencia, que hereda de la AP de Fraga, en que existe una mayoría natural que comparte sus ideales y preocupaciones políticas y a la que tan solo hay que movilizar adecuadamente para que la victoria se recoja como fruto maduro. Inútil decir que se trata de una creencia falsa, si se atiende al número de ocasiones en las que el PP se ha visto apartado de la Moncloa.
En política, las mayorías no están dadas, sino que se construyen, y esa fue la regla maestra que condujo al PP de Aznar a una victoria escasa en 1996 y a una mayoría absoluta en 2000.
«Erigirse en defensor de bienes que debieran ser comunes, como la lealtad constitucional, tampoco parece suficiente»
La campaña de 2013 ha sido calcada sobre ese patrón de una supuesta mayoría natural, hasta el punto de que el fracaso en obtener la investidura ha tratado de paliarse con la monótona repetición de que el PP había ganado las elecciones. El intento de derogar a Sánchez no ha obtenido la mayoría suficiente y mira que se insistió en que había una amplísima base para lograrlo, una idea repetida mil veces por la prensa convencida que se ha tropezado con la cruda realidad de que apenas un 6% de españoles, los que votan a partidos nacionalistas o separatistas, pueden hacer que Sánchez se mantenga al frente del Gobierno.
¿Qué se debiera aprender de una lección tan dolorosa? Creo que deberían ser tres las enseñanzas principales.
La primera es que, puestos a tensionar políticamente a la sociedad española, la ventaja no suele beneficiar a los conservadores.
La segunda es que una campaña negativa es siempre insuficiente. No basta criticar, hay que presentar un programa inteligente, completo y atractivo y me temo que esta vez o no se ha hecho o se ha hecho en secreto.
La tercera es que erigirse en defensor de bienes que debieran ser comunes, como el aprecio a la transición o la lealtad constitucional, tampoco parece suficiente, por mucho que, en efecto, se pueda pensar que tales bienes están en riesgo cierto.
[Opinión: Feijóo tiene ya estrategia (otra cosa es que le funcione)]
Las democracias no siempre se comportan con cordura. En ocasiones los ciudadanos eligen a un dictador y en otras apuestan por soluciones imposibles o contradictorias, pero la democracia es la única regla capaz de civilizar la política y ha de respetarse con seriedad y convicción. Con la misma seriedad y convicción que hay que defender que cuando no se respetan las leyes vigentes, las procedimentales y las sustantivas, no se fortalece la democracia, sino que se la destruye.
El PP tiene que preguntarse con seriedad y rigor por las razones que están detrás de sus derrotas, como siempre ha hecho el PSOE, por cierto, y no puede conformarse con ser el partido que trata de ponerse al frente de lo que entiende son olas vigorosas de rechazo a la gestión de la izquierda. En primer lugar, porque pueden no ser suficientes, pero también porque la misión de un partido no se puede limitar a identificarse con causas de amplio espectro que se pretenden patrimonializar de modo egoísta y miope.
Pablo Casado, por ejemplo, habló en muchas ocasiones de «la España de los balcones y las banderas», pero no fue legítimo, ni sirvió para nada, tratar de convertir en capital propio el clamor de muchos españoles contra las fechorías del separatismo catalán. Tampoco parece muy inteligente intentar apropiarse ahora mismo del amplísimo rechazo a la amnistía con una convocatoria partidista. Es lógico que el PP apoye esas causas, pero sería mucho mejor que supiera suscitarlas sin esperar a ponerse en la cabeza de la manifestación.
«El espejismo del PP consiste en esa actitud que asume que los sectores que se presumen cercanos no tienen otro remedio que votarles»
El PP tiene que ser el instrumento político que facilite la participación de una enorme cantidad de ciudadanos que aprecian su libertad, comparten un sentimiento de patriotismo, solidaridad y justicia porque se sienten razonablemente orgullosos de ser españoles. Son personas que aspiran a progresar económica, cultural y socialmente y no quieren vivir encorsetados por una legislación inabarcable y caótica que trata de convertir al ciudadano en una especie de empleado y rehén de las Administraciones públicas, ni están dispuestos a abandonar su destino y el de los suyos a la vigilancia providente del poder.
Se trata de un conglomerado social lo suficientemente diverso y desarrollado como para que el grupo que quiera representarlo tenga que ser una organización compleja, democrática y abierta a los debates. Si el PP se comporta como una minoría exquisita destinada a heredar el poder por la ley divina de la alternancia y se limita al reparto de tareas y prebendas en pequeños grupos cerrados sobre sí mismos y sin conexión con nadie ajeno a su negocio, pierde cualquier derecho a esperar que todos los que podrían hacerlo le den su apoyo.
El espejismo del PP, que le ha llevado a perder en muchas ocasiones, consiste en esa actitud altanera que asume que los sectores sociales que se presumen cercanos no tienen otro remedio que votar a su partido y que, por tanto, no hay que esforzarse en vano.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.