Eduardo Uriarte-Editores
La desaparición del Ejecutivo tras dar por finalizado el estado de alarma, aunque la pandemia prosiga, cediendo todo el protagonismo a las comunidades autónomas se puede contemplar como una demostración de que España sólo existe en la alarma, en la coerción. En la normalidad, calificada de nueva por el Gobierno, España no existe, aunque reclame su presencia algunas de las comunidades. Con este proceder gubernamental se potencia la existencia del cantonalismo, diecisiete, y su consiguiente caos, no ajeno, posiblemente, a las desaforadas cifras de contagios por la pandemia si las comparamos con las de nuestros vecinos europeos.
No es cierto que el Gobierno no tenga ni pueda intervenir ante la crisis sanitaria, por el contrario, una lectura no fraudulenta de la Constitución le llevaría, como le es propio a toda institución política, a estar presente. Ni el ministro de Sanidad puede lavarse las manos achacando las responsabilidades a las comunidades, especialmente a la de Madrid, ni la de Educación diga que no puede intervenir ante el improvisado inicio del curso escolar, aunque quisiera. Como aprecia el profesor Tajadura (“Reparto Competencial y el COVID”, El Correo, 3/9/20) “en situaciones como la que vivimos entra en juego una competencia, la de «dirección política de las crisis» (artículos 97 y 116 de la Constitución)”, y añade, “ante la falta de refuerzo de la atención primaria, la escasez de rastreadores, el incremento de la inseguridad jurídica, el Ejecutivo central no puede limitarse a seguir desempeñando un papel de espectador”. También deja claro que los estados de alarma no son delegables a las autonomías contradiciendo la frívola generosidad de Sánchez.
Caos, pues, ante el reto de la pandemia. Rajoy tuvo que enfrentarse a la crisis económica tras la dimisión de ZP, pero en este caso el dirigente conservador no experimentó con una estrambótica reforma como es la España plurinacional, y haciendo acopio de todos los recursos pudo hacerle frente. Esta crisis es más grave, y la singular extravagancia socialista de la España plurinacional, más destructiva que la tesis de la soberanía local de Pi i Maragall, por mucha apariencia de progresismo que parezca tener, socaba los fundamentos del Estado, lo convierte en ineficaz, empujándolo hacia su ruptura. Las naciones sirven para que las sociedades funcionen, pues sostienen ideológicamente la superestructura del Estado, descuartizarla en porciones, como resultado del interés de determinadas élites propiciadoras de esta partitocracia, liquidan el espacio político. Las nuevas ideologías, perdidas en particularismos, diferenciaciones, y victimismos, sumidas en la enajenación del sectarismo, no entiende la necesidad de la arquitectura unitaria republicano-liberal de todo estado-nación.
Así pues, no es sólo que nuestra Constitución hubiera tenido que cerrar coherentemente su Título VIII, es que la falta de lealtad constitucional propiciada por la partitocracia nos ha llevado a prescindir del referente de la unidad nacional, sin el cual no existe federalismo posible, ni siquiera descentralización, a lo sumo confederación carlista que es en lo que estamos. Puerta abierta a la secesión, pues el Estado, el Gobierno, ha desaparecido haciendo mutis por el foro. No sé qué ha visto Pedro Sánchez de “progre” en este funcionar presidiendo la coordinación de los territorios, eso lo hacían los monarcas del Antiguo Régimen. Lo mismo que su manera de pactar hora con su izquierda, otrora con su derecha, además de con los que están en plena sedición. Dispersión, dádivas, privilegios y desigualdades erigían al soberano absoluto, hoy es el obstáculo de la democracia moderna, y, por supuesto, el primero para hacer frente a esta crisis.
Pero insistiendo en la trascendencia del abandono por el Ejecutivo de su papel de gestor máximo ante la crisis, la primera conclusión a extraer es que el Gobierno de España, España, solo existe en la emergencia, en la coerción, favoreciendo la tesis secesionista (y terrorista) de España como opresión, como unidad en la opresión. La España como solución, no digamos como creación nacional, no existe, el concepto de la plurinacionalidad ha impulsado la esperpéntica actitud del Gobierno de no ejercer por grave que sea el problema.
Sin embargo, o mejor, necesariamente, nunca había existido en estos años de democracia un presidente de Gobierno tan adornado de boato y ensalzado entre aplausos e intervenciones televisivas. Similar boato, ¡oh coincidencia!, al de los soberanos absolutos, galas que los viejos recordamos pues de ellas hacía cierto uso el Caudillo. El repudio a la legitimidad nacional como gobernante le lleva a ser alabado como pontífice. Gracias a un Gobierno detentado por el socialismo libertario España no funciona, España se rompe, no sólo por la tensión del secesionismo sino, también, por el impulso acrático del socialismo español. Propaganda, manipulación, mutis por el foro, se suman a los más falsos discursos, se promete a Rufián la reanudación de la mesa de negociación con los sediciosos, pero la ministra portavoz del Gobierno declara ante este acercamiento: “estoy convencida de que hay mucho que nos une, pero, sobre todo, el amor por España”. Luego vendría la declaración de Sánchez bautizando como constitucional a Podemos y repudiando como inconstitucional al PP, y a C’s de seguir en el “trifachito”.
La inutilidad en política
Aun aceptando como premisa que yo nunca le dejaría a Sánchez mi coche, ni siquiera mi bicicleta, después de todas las veces que ha mentido y ha contradicho lo que iba a hacer, por mucho que cueste, creo que la máxima primera de todo partido democrático es mantener la dialéctica del encuentro y no la de la confrontación. Porque, entended partidos del bipartidismo (que, de tanto pim, pam, pun, os habéis olvidado de lo importante), la democracia no es un instrumento que se usa sólo para conseguir el poder (y con él hacerse muchos fraudulentamente millonarios). La democracia es un fin en sí mismo, con sus valores, con sus principios y premisas. Es un sistema para sumar, no para enfrentarnos con la memoria de la guerra civil, para propiciar la convivencia política y el servicio al interés general. Después de aquella guerra y de cincuenta años de terrorismo tendría que ser una lección sabida. Pero no. El ejercicio del poder maleduca a sus protagonistas.
Resulta que Sánchez es el dirigente del país que más contagiados por el coronavirus tiene y que más ha visto descender el PIB en toda Europa, que es capaz de ponerse preferentemente a negociar con los sediciosos y con los de HB, y que tiene de socio de Gobierno a una fuerza antisistema descarnadamente agresiva con la monarquía. Pues a pesar de todo eso, pues el pueblo soberano (lo sabían los Padres Fundadores) se suele equivocar en su democrática elección, es el presidente e Iglesias su vicepresidente. A pesar de todo eso, la actitud del partido que quiera alcanzar el poder desde parámetros democráticos es manifestarle, al que no le prestaríamos ni la bicicleta, que hay que colaborar, teniendo además presente que la crisis es de una dimensión tal que lo requiere.
Casado puede seguir en las trincheras (sin necesidad de que le obligue otra ley de la memoria histórica que están redactando, o le vaya a ilegalizar Rufián)), pero a estas alturas de la legislatura podría ser consciente de que el frentismo dialéctico no sólo no resuelve nada, sino que es el arma favorita de Sánchez e Iglesias, profetas y maestros sin par del enfrentamiento e incluso el odio. Corre, además, el riesgo de que en su cerrazón aparezca como responsable de toda esa desaforada lista de disparates y males que padecemos.
La estrategia del PP es del siglo XVIII, de frente en línea, ante un avispado demagogo que usa de todas las artes y de todo el poder, desde la fiscalía a la propaganda más abusiva, pasando por el secesionismo, para envolverle por todos los flancos. No es sólo que Sánchez use mejor las trincheras desde el bunker de la Moncloa, sino que también hace suya la consigna de Trotsky “proletarios a caballo” y el que ataca es él, apoya una comisión de investigación sobre el PP y rechaza otra sobre Podemos que está en el Gobierno. Otro fraude, pues es la labor del Parlamento el control al Gobierno, y no a la oposición: indicio de dictadura.
Lo que desarmaría a este Gobierno, bunkerizado y atacante a la vez (defensa activa), con la muleta de Podemos para torear el malestar social por todos los recortes que nos vienen encima, sería una sincera actitud del PP en aprobar los presupuestos, con la habilidad de hacer ver a la opinión pública y a Bruselas, que el que no quiere tal apoyo, por sectarismo ideológico y planteamiento rupturista, es Sánchez.
De seguir por el camino emprendido de indignada y enfrentada oposición, el PP, que tan amable quería ser con el PNV, va a parecer como un partido inútil, que es lo que le llevó al fracaso político a Rivera. El PP no puede quedarse encastillado en su oposición sin mostrar la estrategia perversa de Sánchez y para ello tiene que colaborar en ese cínico llamamiento a la unidad que el presidente hace. Lo demás: jarrón chino mucho antes de jubilarse.
Aun reconociendo la dificultad de hacer oposición a tan escurridizo y travestista Gobierno, presidido por un partido que en muy poco tiempo ha pasado de ser social-liberal a social-libertario, porque sus sindicalistas bases nunca dejaron de serlo, el PP de Casado en su catastrófica práctica consigue, nada menos, que varios líderes del Ibex 35 pongan en valor las vacías, pero únicas, sugerencias económicas de Sánchez. En sus idas y venidas, con la purga de Álvarez de Toledo, discutible en alguna de sus intervenciones, pero con un bagaje intelectual llamativo en un partido donde se echa en falta su necesidad, incapaz de mostrar ante la opinión pública lo evidente, que Sánchez no quiere acuerdo con la derecha, está ganándose a marchas forzadas el calificativo de partido inútil: ni sirve para proponer alternativa, ni para desenmascarar al gran trilero.
Y no se deje engañar ante la derrota del Gobierno ante la confiscación de los superávits municipales, Sánchez aguantará en el poder. En la España bipolar construida por la Memoria Histórica el fundamento de la alianza Frankenstein radica en alejar del poder cualquier alternativa constitucional. No es de extrañar, pues, ante las perversas circunstancias anticonstitucionales de este apoyo que hoy tengamos el peor Gobierno desde la Transición.
En este desastre un gesto de dignidad personal.
Tenía que provenir del pasado, de cuando en España empezamos a hacer política tras la dictadura, cuando el consenso no era una palabra maldita y muchos dejaron sus principios para compartir el de los otros. Nadie ganó, ganamos todos. Tenía que ser una persona de aquella gesta que hoy se desea borrar, la que recuerde que aquí se hizo política, hubo cesión y dignidad. De aquella gesta viven los que hoy la quieren destrozar.
No es casualidad que la exministra de Justicia de Sánchez y hoy fiscal general del Estado, haya dado el plácet para la imputación a Martin Villa por delitos de lesa humanidad, frente al criterio de la anterior fiscal general. Se comprueba de esta manera el interés sectario de la fiscal general frente al criterio de soberanía del reino de España en cuando marco judicial. Máxime cuando los delitos que se le imputan, el de genocidio, carece de fundamento alguno. Los que ingenuamente creyeron que el ejercicio de la Justicia Universal iba a servir para condenar internacionalmente el terrorismo de ETA descubren en estos momentos que lo que se juzga en la persona de Martín Villa es la Transición española, y, por tanto, a la misma democracia española. Un buen apoyo para todos los componentes del movimiento Frankenstein incluido el mismo PSOE que ha venido a sumarse a esta fiesta de la destrucción.
Es evidente que en la Transición hubo violencia, la más importante la de ETA, que no quería que España accediera a la democracia, pero también la de sectores del régimen que fenecía que erigieron todo tipo de actos y provocaciones, como los asesinatos del tres de marzo en Vitoria, espacialmente dirigido a quebrar el camino hacia la libertad que duramente se iba desbrozando. Pero la que venía del anterior poder se fue liquidando.
La Transición tuvo muchos protagonistas que propiciaron su triunfo, incluido el PNV de entonces, amén de todos los demás que proviniendo de la oposición aprobaron la Constitución, pero lo que hoy en día se oculta bajo el imperio de la ideología dominante y lo políticamente correcto, es que el proceso a la democracia no hubiera sido posible sin su puesta en marcha por personas que procedían del régimen de Franco, como el rey, Súarez, Torcuato Fernández Miranda. Hoy en la soledad del imputado, le corresponde a Martín Villa, uno de aquellos, defender de nuevo la democracia en España.