Félix de Azua-El País

  • Hoy, que ya lo hemos visto todo, sólo viajamos para hacer fotos

El verano es ahora un dibujo de Escher en el que millones de personas abandonan sus domicilios para visitar otros lugares abandonados por millones de personas que han ido a conocer la parte de donde vienen millones de forasteros. Se entiende que esta chifladura no puede responder a nada serio o necesario, sino a una neurosis más de nuestras sociedades enfermas de sobrepeso y holganza. Somos demasiado gordos, aunque nos rodee una nube de miserables esqueléticos que también viajan, pero de un modo otramente trágico.

Cuando el viaje era aún verdadero, serio y necesario, cuando el mundo era un inmenso planeta desconocido, sólo viajaban quienes no tenían más remedio, aparte de un puñado de aventureros que se jugaba la vida en el altar de la curiosidad. La gente, como máximo, se movía unos cientos de kilómetros dentro de su propio país a pie o en mula. Por eso me puse a leer las estupendas Cartas desde Rusia de don Juan Valera en las que relata con una ironía punzante su viaje a San Petersburgo en 1856. Era miembro de la legación española que restableció la embajada en Rusia. El esfuerzo físico del viaje fue colosal, con semanas en diligencia por paisajes congelados, atravesando lagos de hielo, durmiendo en aldeas y ciudades marcianas, y todo bajo la mirada despierta de aquel cordobés que se reía de absolutamente todo. Así, incapaz de describir las feroces danzas georgianas que les montaron en Tiflis, asegura que son como los bailes asturianos. Por esas fechas también Schinkel escribía que las chimeneas industriales de Manchester eran como las agujas góticas de su país. Apenas había imágenes, ¿cómo dar a entender a los lectores la presencia de lo desconocido? Hoy, que ya lo hemos visto todo, sólo viajamos para hacer fotos.