BRAULIO GÓMEZ-EL CORREO

Euskadi no se puede permitir la guerra abierta con posiciones encontradas que mantienen los sindicatos mayoritarios con el Gobierno vasco desde hace ya demasiado tiempo. No es tiempo de reproches, ni de diagnósticos que sirvan para apuntalar los argumentos de cada una de las dos trincheras aparentemente irreconciliables. Son muchos años y muchas horas perdidas por las huelgas y la conflictividad laboral en Euskadi. Antes de que estallara la última crisis, la de la pandemia, no había colectivo de los sectores públicos esenciales que no hubiera ido a la huelga como último recurso para expresar su malestar. El personal sanitario, los profesores, la Ertzaintza, las trabajadoras de las residencias de mayores, habían dibujado un clima enrarecido que no desgastaba al Gobierno porque ningún partido de la oposición capitalizaba las protestas, ya que la ciudadanía no encontraba ninguna alternativa que les pareciera mejor que el Gobierno de Urkullu.

El proceso de paz y convivencia ha ido languideciendo por haber desaparecido de las principales preocupaciones de la ciudadanía vasca. Es normal que en esta legislatura pierda su protagonismo en el organigrama del Gobierno porque más allá de las frecuentes batallas políticas puntuales a cuenta de la memoria y el relato, la sociedad vasca ha dado por cerrada la reconciliación y casi nadie defiende que no se haya alcanzado esa Paz con mayúscula tan necesaria.

Ahora el reto es de otro calibre, pero tan necesario como el anterior para poder afrontar la reconstrucción que está en el primer puesto de la agenda de este Gobierno, de los partidos de la oposición, de los sindicatos, de los empresarios y de la mayoría de ciudadanos. El nuevo Ejecutivo tiene que liderar la activación de un proceso para reconstruir la paz social perdida. Y tendrá que trabajar diferentes metodologías y formatos innovadores en la misma línea con que se trabajan los complejos procesos de reconstrucción cívica después de una guerra. No se puede ser partidario del diálogo social estigmatizando a la otra parte y colocándole la etiqueta de enemigo del país. Hoy el problema es la huelga de la educación, pero es otra más de las de un ciclo de guerra social que no va a terminar sin un mecanismo nuevo que genere la confianza perdida.