HACE YA demasiado tiempo que Cataluña es noticia porque algunos políticos se saltan las leyes y las resoluciones judiciales, porque se queman ejemplares de la Constitución, porque su Gobierno impulsa manifestaciones a las puertas de los juzgados o porque el actual president, Carles Puigdemont, no asiste a la Conferencia de Presidentes autonómicos.
Pero no siempre fue así. Corría el año 1992. Yo tenía 11 años y vivía en Jerez de la Frontera, donde nací y crecí. Por aquel entonces, España tenía ante sí el reto de organizar los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Eran numerosas las conversaciones que se producían en las casas y en los bares sobre las expectativas que generaba un acontecimiento de tanto alcance. Planeaban dudas respecto a la capacidad de un país como el nuestro –y en un momento como aquel– para organizar algo de tal magnitud y repercusión internacional.
Recuerdo especialmente una conversación entre varias personas mayores que, sin saber por qué, se me quedó grabada: «¿Seremos capaces de organizar unos buenos Juegos o haremos el ridículo ante el mundo?», preguntó una de ellas. Y un hombre a quién yo conocía, un profesor, respondió muy convencido: «Lo harán los catalanes. Lo harán bien».
Sin duda, los Juegos Olímpicos fueron un proyecto de todo un país. Pero comentarios como éste son una buena muestra de que Cataluña ha sido tradicionalmente un referente para el conjunto de España. Yo recuerdo muy bien la admiración que siempre sentí por la que hoy también es mi tierra. Me fascinaba su apertura al mundo, su marcado europeísmo, sus oportunidades, la innovación de sus empresas y su patrimonio histórico y cultural.
Hace 25 años de aquello y reconozco que entonces era inimaginable que se pudiera llegar a la situación política actual en la que la Generalitat nos ha metido a todos los catalanes. Estoy convencida de que muchas personas del resto de España, que siempre han mirado a Cataluña con admiración, hoy la miran con cierta preocupación.
Los catalanes tenemos un Gobierno de la Generalitat sin rumbo, enrocado durante años en la confrontación, sin ninguna intención de dialogar, con un único proyecto irreal e ilegal, con un presidente que llegó de manera accidental y que, ante esta encrucijada, ya ha dicho que no repetirá. Un Gobierno obsesionado por sacar a los catalanes de España y de la Unión Europea, en lugar de resolver los graves problemas sociales que padece Cataluña.
Muchos días desayunamos con un nuevo caso de corrupción en las portadas de los periódicos que nos recuerda que tras el 3%, esa cifra en apariencia anodina, se esconden cientos de millones de euros de dinero público robados sin pudor. Las listas de espera sanitarias sobrepasan el límite de lo tolerable y los continuos colapsos en las urgencias de los hospitales provocan situaciones indignas para pacientes y profesionales.
En el ámbito educativo, el número de barracones ha aumentado durante la última legislatura y son numerosas las familias que necesitan apoyo en asuntos tan básicos como pagar los libros de texto o sufragar el comedor escolar de sus hijos.
Muchas de las infraestructuras y conexiones que se usan a diario sufren importantes deficiencias que impiden llegar a tiempo al trabajo, a la universidad o a casa después de la jornada laboral. Muchos de estos problemas, que se sufren también en otros territorios de España, se debatieron en la Conferencia de Presidentes autonómicos a la que Puigdemont decidió no acudir, dejando vacía la silla de los catalanes.
Sin embargo, la irresponsabilidad de unos pocos no puede convertirnos a todos los catalanes en ciudadanos mudos políticamente.
Por ese motivo me reuní el 1 de febrero en Madrid con la vicepresidenta del Gobierno de España. Solicité este encuentro con el firme propósito de buscar soluciones para los catalanes que quieren que mejoren sus colegios y hospitales, que reclaman que el Estado del Bienestar les proteja de forma adecuada y que exigen infraestructuras que les hagan la vida más fácil.
No fui a la reunión con la vicepresidenta del Gobierno a pedir, como el señor Junqueras, un Brexit para Cataluña o privilegios políticos para saltarnos las leyes. Fui con propuestas realistas a trabajar por mejores servicios e infraestructuras para todos los catalanes.
La diferencia entre nuestro talente y objetivos como líderes de la oposición en Cataluña y los del Gobierno de la Generalitat es palpable. En Ciudadanos no trabajamos para desconectarnos sino para conectarnos más y mejor con el resto de España y de Europa gracias a infraestructuras estratégicas como el Corredor Mediterráneo.
En Ciudadanos apostamos por una reforma del sistema de financiación de las comunidades autónomas que no fomente luchas territoriales, sino que garantice servicios básicos como la sanidad y la educación. Nosotros apostamos por sociedades más abiertas, mientras el actual Gobierno de la Generalitat vive obsesionado con rupturas que sólo alimentan el aislamiento y la confrontación. No hay que irse a la otra orilla del océano para encontrar políticos que en pleno siglo XXI apuestan por levantar muros o nuevas fronteras.
En definitiva, nosotros sabemos que hay que reformar España, no romperla, porque es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos separa. Y porque es mucho más lo que ganamos conviviendo juntos que cualquier promesa de arcadia feliz alimentada por el separatismo. La ofuscación independentista del Govern genera distanciamiento con el resto de España y da la espalda a los problemas diarios de los ciudadanos. Pero eso no significa que no exista una solución.
Cataluña tiene todo lo necesario para volver a levantarse gracias al sentido común, al seny, al esfuerzo constante de superación y a la capacidad de diálogo para llegar a acuerdos que mejoren la vida de los ciudadanos. Cataluña se merece un cambio, una alternativa de gobierno sensata con un proyecto ilusionante pero con los pies en el suelo, liderado por personas honestas que tengan una profesión fuera de la política, que no dependan de un sillón y que estén preparadas para gobernar.
ES TIEMPO de política y de políticos responsables que, desde la Generalitat de Cataluña, sepan dialogar y llegar a acuerdos; que tengan la humildad suficiente para reconocer errores y que estén preparados para liderar reformas de calado dentro de Cataluña y, al tiempo, colaborar en los profundos cambios que requiere el conjunto de España.
Los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 fueron un orgullo para todos y el símbolo de un país unido luchando por mostrar al mundo que también podía hacer cosas extraordinarias.
Sé que ante el escenario político que vivimos actualmente en Cataluña, muchas personas tienen dudas sobre si seremos capaces de reconducir esta situación y ser una tierra admirada que genere certezas, solvencia e ilusión dentro del proyecto común español.
Estoy convencida de que con propuestas, diálogo y esfuerzo impulsaremos las reformas que Cataluña necesita. Es un camino que está a nuestro alcance. Pero sólo podremos recorrerlo si recuperamos el espíritu de convivencia, unión y orgullo colectivo de Barcelona 92. Así, en unos años, los jóvenes de hoy se sentirán orgullosos de cómo, entre todos, fuimos capaces de recuperar nuestro futuro.
Inés Arrimadas es portavoz de la Ejecutiva Nacional de Ciudadanos y diputada de esta formación política en el Parlamento de Cataluña.