El triunfo de todos

EL MUNDO 13/02/17
SANTIAGO GONZÁLEZ
ESTUVO fino Carlos Herrera al comparar el súbito avejentamiento de Podemos con la progeria, también llamada enfermedad de Hutchinson-Gilford, una rareza que se manifiesta en los niños de entre uno y dos años de edad: Podemos en su segundo aniversario. Si ustedes se han fijado en los asistentes a Vistalegre II; eran menos y mayores. Ese esfuerzo de Posemos por mantener el aire juvenil les ha llevado al síndrome de Dorian Gray, nada que ver con las sombras de Grey, como podrían creer Pablo y sus chicas: lo que ha envejecido era el contexto, el cuadro que hace un par de años los retrataba tan lozanos: Vistalegre.

La Asamblea de Podemos ha terminado bien. La victoria de Iglesias ha sido la de todos, notoria y elocuente, y yo me alegro. Como dice mi admirado Montano: los del establishment estamos por Pablo Iglesias: es la garantía de que nunca ganarán. Pablo fue el artífice de las dos ocasiones malogradas de acabar con Rajoy. La primera vez fue el 22 de enero del año pasado, cuando el Rey le contó al pobre Sánchez que estaba despachando con él, que Iglesias acababa de anunciarle un Gobierno tripartito (PSOE, P’s e IU) con él de vicepresidente, un ministerio para su insobornable jefa de Gabinete, además de las carteras de Economía, Educación, Defensa, Interior, Justicia, el CNI y el control de RTVE.

La segunda vez fue el 2 de marzo, cuando interpeló a Pedro Sánchez diciendo que Felipe González tenía «el pasado manchado de cal viva». La primera ocasión habría debido valer para que Pedro hubiera dicho basta, si no fuera porque su ambición era notablemente mayor que su sentido de la dignidad. Pablo coronó su victoria con un discurso del mejor estilo de la casa, construido en torno a dos conceptos: unidad, que él pronuncia unanimidad y humildad, que no sabe lo que significa.

Empezó recordando que ayer era el aniversario de Federica Montseny y Clara Campoamor, como si tuvieran algo en común aparte del bando. Yo le he oído asociar a Campoamor, uno de los personajes más admirables de la República, con Margarita Nelken, uno de los más sectarios, la jefa política de su abuelo, Manuel Iglesias. Pablo debería leer los dos libros autobiográficos de Clara Campoamor: El voto femenino y yo: mi pecado mortal y La Revolución española vista por una republicana. Podría haberse enterado de que la diputada que conquistó el voto de las mujeres se exilió en septiembre de 1936, porque su vida peligraba, precisamente por gente como Margarita Nelken y el abuelo Manuel. Fue una española a la que querían fusilar los dos bandos. Después de tan brillante arranque fue repitiendo su agradecimiento a la peña por haber impuesto la unidad y la humildad y para qué quería tales prendas. Uno de los objetivos era «combatir todas las violencias machistas». Y esto lo decía el tipo que soñaba con azotar a la periodista Mariló Montero «hasta que sangrase».

Las imágenes de la tele mostraban, sin lugar a dudas, la desolación que había hecho presa en el niño de la beca Errejón. No se lo esperaba y éste es un muchacho que parece poco bregado aún para la política: toda la transparencia que hay en Podemos es la que hace aflorar a la cara de Íñigo sus emociones. Su futuro está en el aire. En una o dos semanas el Consejo Ciudadano Estatal elegirá la Ejecutiva y, probablemente, Errejón estará dentro. Pero ya no será el número dos, que en el voto de los inscritos es Echeminga Dominga. Ya no será secretario político de la cuadri. Y haberse dejado ganar por dos Pablos tiene que ser una humillación grande para él, pónganse en su lugar.