El estado, ¿de qué nación?

Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 29/6/2011

Bastó seguir ayer el debate del estado de la nación para comprobar que los durísimos momentos que atraviesa el país real -el que, por resumirlo en dos datos esenciales, está a la cola del crecimiento y a la cabeza del paro entre los Estados de la Unión- se corresponden más bien poco con un país oficial que sigue enzarzado en un duelo a garrotazos similar al que pintó Francisco de Goya.

L a representación política, clave de arco de los sistemas democráticos, se basa en un principio que, según las coyunturas, puede tener más o menos de ficción: que los representantes actúan en nombre y por cuenta de los representados. Es decir, que la nación oficial -la que se sienta en el Congreso y el Senado- es un espejo de la nación real que ha votado a sus señorías.

Bastó seguir ayer el debate del estado de la nación para comprobar que los durísimos momentos que atraviesa el país real -el que, por resumirlo en dos datos esenciales, está a la cola del crecimiento y a la cabeza del paro entre los Estados de la Unión- se corresponden más bien poco con un país oficial que sigue enzarzado en un duelo a garrotazos similar al que pintó Francisco de Goya, aunque con una notable diferencia: que mientras en el mural del inmenso aragonés solo se hundían los combatientes, en este duelo nuestro se hundirá España entera, de un modo irremisible, si nadie lo remedia.

Y el comienzo del remedio pasa, sin ningún género de dudas, por la convocatoria de elecciones, como ayer volvió a plantear Rajoy en el Congreso y como pide la inmensa mayoría de un país que no puede entender el empeño de un espectro en fingir que sigue al mando de la nave.

Pues esta es, al fin, la trágica situación de una nación cuyo estado es el encefalograma plano: que un espectro -poco más que eso es ya políticamente Zapatero- se empeña en continuar mientras pueda hacerlo legalmente pese a la evidencia incontestable de que todo lo que ha intentado para sacar al país del atolladero en el que se ha metido, en no pequeña medida por la irresponsable contribución de este Gobierno, no ha servido absolutamente para nada.

Porque el problema no es solo que el Gobierno haya impulsado, contraviniendo su programa y sus promesas, un programa de ajuste draconiano, que ha rebajado el nivel de vida de millones de personas: el gran problema es que, pese a tantos sacrificios, ese programa no ha dado ni un solo resultado. Así lo resumía hace tres días, en una entrevista en La Voz, Javier Díaz Giménez, consejero del gabinete económico de la presidencia del Gobierno: «España se queda atrás y las reformas no han funcionado».

Esa y no otra es la razón por la que Zapatero carece ya de todo derecho a pedir al país que achante con él hasta que acabe su mandato. Y esa y no otra es la razón por la que la acusación de que la oposición no ha colaborado, gran eslogan del Gobierno para los meses que vienen, carece ya de credibilidad.

La oposición pide elecciones, que sería lo que haría el PSOE si fuera el PP quien hubiera conducido a España a este desastre, porque no hacerlo la convertiría en cómplice de un Gobierno que ha agotado todo su crédito y que está haciendo que se esfume a paso de gigante el del país.

Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 29/6/2011