Juan José Laborda-Vozpopuli
Es tal el ambiente político que para que tus compañeros no piensen que eres un traidor no queda más remedio que aflorar beneficios inconfesables, como el de ‘dominar la Sala Segunda desde detrás’
Escribí hace unas semanas lo que me comentaron varios magistrados con los que estuve en un acto privado: “¡Ya no queda sino el Rey!”, me dijeron, al valorar que la Justicia en España estaba tan desprestigiada como los demás poderes del Estado. Entonces se lamentaban de la torpeza increíble del Tribunal Supremo con el asunto de las hipotecas. Días después se produjo el acuerdo entre el presidente del Gobierno con Pablo Casado, líder del PP, designando al magistrado Manuel Marchena como candidato de ambos dirigentes políticos a ostentar la presidencia del Tribunal Supremo y del Consejo del Poder Judicial.
La gravedad de la situación para el Estado constitucional -anótese el cercano juicio de los dirigentes catalanes independentistas en el Tribunal Supremo- obligaría a los partidos constitucionales a buscar una solución, con altura de miras y visión de futuro. Aunque mi opinión favorable sobre el método de elección del Consejo del Poder Judicial sea volver a lo que funcionó antes de 1984, es decir, volver al método constitucional de que los jueces elijan los 12 vocales del Consejo y dejar los ocho restantes a la designación del Congreso y del Senado, creo que esa u otra solución debería ser algo más que la consecuencia de una enmienda, votada a última hora en el Senado, aprovechando que se está tramitando una ley más o menos adecuada por su contenido.
El momento exige consenso entre los partidos. Cuando se firmaron, por ejemplo, los Pactos de la Moncloa, los grandes acuerdos socioeconómicos, los dos Pactos Autonómicos, o las dos reformas de nuestra Constitución, los firmantes se mostraron juntos, pues ese gesto solemnizando el acuerdo tuvo también la intención de pedir a la sociedad comprensión y colaboración con los objetivos de aquel entendimiento político. Sin embargo, a día de hoy, el estrépito de una bronca miserable es lo único que llega desde las Cámaras parlamentarias a la ciudadanía.
Pero actuar con todos los requisitos formales del consenso no se limita a la cuestión del método, por muy importante que sea, de elección del Consejo del Poder Judicial; esa sería sólo una parte de los acuerdos imprescindibles para salir de la presente situación, entre los que son urgentes el encontrar objetivos compartidos para la operación política de integrar Cataluña en el Estado constitucional, algo que no será fácil, y que puede durar una generación.
Sin embargo, los signos no son propicios a los acuerdos. Lo significativo no fue, en mi opinión, que Cosidó hiciera circular entre sus senadores un mensaje insensato, sino por qué Casado eligió a Cosidó como nuevo portavoz senatorial de su forma de actuar en política. Desde luego, Cosidó tiene una larguísima trayectoria de gestos desabridos y exagerados en sus relaciones con sus rivales políticos, y además ha dado bastante miedo, porque siempre ha parecido estar en el lado oscuro de la fuerza y sus relaciones con el policía Eugenio Pino, y con el chófer de Bárcenas, que están siendo investigadas por la Fiscalía, cuadran bastante bien con la imagen que proyecta.
¿Hasta cuándo soportará Sánchez los apoyos ‘rufianescos’? La necesidad de convocar nuevas elecciones está a punto de convertirse en clamor en la calle, harta de tanta simulación
Hay datos que indican que el WhatsApp atribuido a Cosidó no fue escrito por él, sino que el portavoz reenvió su contenido a sus senadores, confiado en el hecho de que su autor real era un importante dirigente del partido, conocedor de los términos de la negociación que culminaría con la candidatura del magistrado Manuel Marchena. Quien filtró a la prensa el desgraciado WhatsApp creyó, como todos al principio, que sólo perjudicaba a Ignacio Cosidó; ahora el escándalo podría llegar a los máximos dirigentes.