ETA y su mundo anejo quieren una negociación con las condiciones inaccesibles que ella marca. Y la izquierda ‘abertzale’ se suma, sin ser consciente de que su futuro como formación política radica en la desaparición de ETA. Ello nos indica que la situación está verde, y seguirá así hasta que alguien rompa el cascarón de la enajenación.
Desde la Sociología más solvente, nada menos que desde la Sorbona, se ha planteado como fenómeno constatado la inversión que todo colectivo social padece de convertirse en un fin en sí mismo, enajenándose de la realidad y confundiendo sus propios fines con los de la sociedad. Como ejemplo presente podemos observar la indiscutida exaltación que disfruta hoy la consecución de las políticas activas de empleo para Euskadi, porque así lo consideran los partidos. Sin embargo, lo que a cualquier ciudadano le preocuparía, en unos momentos en los que las cajas de ahorro tienden a la concentración como factor de garantía, es si el sistema de la Seguridad Social repartido es lo más adecuado para sus intereses. Otra cosa es que los partidos locales, por gestionarlo ellos, lo consideren bueno axiomáticamente. Para el ciudadano, la cuestión no está en quién lo gestione, sino lo que es más eficaz para él.
Si la enajenación se produce con partidos que padecen determinados controles mediáticos y políticos, cada vez menores, qué decir de colectivos clandestinos cerrados o muy próximos a la clandestinidad. El mundo de la izquierda abertzale pide respetuosamente a ETA que realice una declaración de alto el fuego que sea «expresión de su voluntad para un abandono definitivo de las armas», y ETA le contesta que «el objetivo reside en la resolución del conflicto», escabullendo la respuesta. Pero los dos suman, unas sobre otras, una serie de condiciones para negociar con el Estado: derechos civiles y políticos -como si no existiesen hasta este momento en el que ellos lo plantean-, desactivar la injerencia y violencia -como si el delincuente fuera el Gobierno-, derogación de la ley de Partidos, cese de detenciones previo a la amnistía, revisión de juicios, derogación de la ley antiterrorista y de la Audiencia Nacional,… Tal sumatorio supone un inmenso monumento a la enajenación, hasta el punto de proyectar la idea, confundiendo los papeles, de que el Estado es ETA.
Pues ETA, y su mundo anejo, quieren una negociación con las condiciones de inaccesible listón que ella marca. Y la llamada izquierda abertzale se suma a ello, sin ser consciente de que su futuro como formación política radica en la desaparición de ETA. Tamaña distancia de la realidad nos indica que la situación está verde, y seguirá estando verde hasta que alguien no rompa el cascarón de la enajenación. Batasuna, que es la llamada a hacerlo, no avanzará nada si no rompe el cascarón. Pero, además, pudiera ocurrir que en este remolino de amalgama demagógica todos acaben siendo sumidos por él. Todavía no han entendido que si a ETA lo que le interesa es resolver el conflicto para erigirse en Estado, al Estado, garante de nuestra seguridad, lo que le interesa es que desaparezca el terrorismo. Como dijo Onaindia cuando le tocó hacerlo: hasta que alguien no rompa el huevo para hacer la tortilla seguiremos teniendo pollitos.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 28/9/2010