ABC 31/05/17
IGNACIO CAMACHO
· Rajoy no va a declarar en la Audiencia como testigo de una causa penal sino como acusado de un juicio político
LA alborozada alharaca de la oposición demuestra que Rajoy no va a declarar en la Audiencia como testigo de una causa penal sino como acusado de un juicio político. Un juicio en el que además ya ha recibido la sentencia anticipada en forma de pena de paseíllo. Por eso tenía importancia el formato presencial, torpemente recurrido por sus abogados con livianos argumentos que desmontaría un niño. Al eludir adrede la doctrina de la estigmatización, que es el verdadero fondo de la controversia, los letrados o el propio interesado han preferido restarle relevancia al asunto y lo que han logrado con esa renuncia es dejar al presidente a tiro. A tiro de los abogados, a tiro de la opinión pública y a tiro de sus adversarios, para quienes su simple comparecencia constituye de por sí un veredicto sumarísimo.
Por mucho que Moncloa la minimice como un trámite procesal, esa citación representa un antipático trance para el jefe del Gobierno. No es una sesión parlamentaria en la que pueda lucir su rocosa retórica sino una vista oral donde lo van a interrogar con muy mala leche a ver si comete un desliz o le provocan un tropiezo. Y en cualquier caso, lo que importarán allí no son tanto sus respuestas como las preguntas, que van a dibujar una imputación oblicua ante la que además estará indefenso. Una trampa, en suma, de la que diga lo que diga saldrá perjudicado por el simple hecho de hallarse en un contexto contraproducente, adverso.Esto sucede porque Rajoy va cargado con un lastre al que no encuentra modo de aligerar de peso. La corrupción es su punto débil, la némesis que le persigue como una sombra pegada a su cuerpo. Será difícil, muy difícil, que alguien le pueda colgar algún delito o responsabilidad personal pero a su alrededor ha crecido un bosque de venalidad en el que cada vez le resulta más difícil encontrar un claro abierto. Lleva años moviéndose entre esa maleza podrida con habilidad de experto superviviente pero el empeño se le hace más arduo a cada momento. Y los rivales, que parecen haber renunciado a ganarle las elecciones, han logrado encerrarlo en la espesura y no piensan aflojar el cerco.
El problema añadido consiste en que se le está levantando también un frente judicial. Hay un mar de fondo entre jueces y fiscales, un malestar de togados que se refleja en la contundencia refutadora con que desestiman sus argumentos y lo obligan a personarse para declarar. Por muy aforado que esté ante el Supremo, esa testifical abre una vía sesgada de escarnio y representa un precedente que amenaza con llevarlo de juzgado en juzgado en un auténtico zarandeo procesal. El retintín con que los magistrados lo llaman «ciudadano» augura un clima muy poco complaciente, similar al que vivió el felipismo en su etapa terminal. A González lo marcaron indirectamente con el estigma de Caín y a Rajoy le pueden estampar el de Barrabás.