Manuel Montero-El Correo
Bildu no condena: ha dejado hacer, que es tanto como consentir
Contra lo que sugieren quienes diagnostican futuros venturosos, no parece que la pandemia nos lleve hacia un nuevo comienzo que deje atrás los estigmas del pasado. De momento, tiene el efecto de amplificar tales lacras. En pleno confinamiento, adquiere cierta fisonomía de irrealidad, pero el pasado tenebroso está aquí.
Nos acercamos a las diez semanas de aislamiento social y de pronto las imágenes adquieren el aire de una distopía siniestra, esas antiutopías que fabulan mundos alternativos indeseables. Rebrota la kale borroka, dicen las noticias: arde un cajero automático, arrecian las pintadas en batzokis y casas del pueblo amenazando al PNV y al PSOE. Lo fundamental es la amenaza. ¿El primer ladrillo de la nueva normalidad?
Las acciones van a mayores y realizan pintadas en la vivienda de la secretaria general del PSE. Bildu impide en el Parlamento vasco una declaración institucional de condena ante ese ataque. No quiere condenar.
Estamos donde estábamos.
Las redes sociales tienen en esta situación una importancia de la que carecían cuando las kale borrokas de los años de plomo. Nos transmiten el discurso. El asesino se convierte en preso político. Resurge el lenguaje victimista: «Política penitenciaria de excepción» -siempre la han considerado así-, indefenso frente al enemigo. Otra vez el lenguaje bélico. No había desaparecido, pero vuelve a la primera línea.
De pronto saltan manifestaciones por el terrorista preso, algunas incumpliendo las normas del confinamiento, otras sugiriendo respetarlas. El aire es conocido, si bien el alineamiento regular a uno o dos metros de distancia da un aire más siniestro que el tradicional, que era el de grupo informe amenazante. O bien se nos habían olvidado los rictus crispados, la pose de agresividad indignada.
No hemos superado la crisis del coronavirus y aquí están, en filas ordenadas, con toda su parafernalia de siempre: «Acto de sabotaje», pintadas que quieren intimidar, manifestaciones, el discurso culpando a todo el mundo. El asesino que cumple condena se convierte en preso político sobre el que han caído las injusticias.
Déjà vu.
Es una kale borroka contra todos, sin excepción, pues también a Podemos le ha tocado lo suyo.
Presenta esta kale borroka una característica que también nos devuelve a los viejos tiempos. Da la impresión, sin duda no casual, de que estamos ante una movilización organizada y bien coordinada, sin la ficción de espontaneidad que se pretendía a veces. Sabotaje, pintadas, manifestaciones y declaraciones presentan una secuencia conocida.
Ahora bien: la organización exige, primero, que existan organizadores, pues estos brotes no brotan solos, alguien tiene que planificar, coordinar y dar la orden. En segundo lugar, requiere gente dispuesta a ser coordinada, alguien al que decir ‘te toca cajero, a ti el batzoki de Algorta’. Eso se llama una estructura básica. También se requieren otros elementos, la historia nos lo recuerda: el cultivo de una cultura victimista, agresiva y antidemocrática; que no les afeen la conducta, ni les reprendan, quienes hicieron público su compromiso de respetar las reglas de la democracia. Hay más notas relevantes, pero esas valen.
En los tiempos del cólera se llamó a la kale borroka «terrorismo de baja intensidad». Este brote tiene todos los elementos: acción violenta, amenazas, apoyos… Está ahí, de pronto. Sin detenernos aquí en el papel consentidor que jugaron los eufemismos, terrorismo de baja intensidad era una forma de terrorismo.
Por eso resulta grave. Confirma que subsiste el mundo que sigue considerando al terrorista un preso político, por no decir un héroe. Esta gente llega a enaltecer a un sujeto condenado por participar en el asesinato de un concejal y que, además, cuando ETA decidió dejarlo fue de los que se mantuvo en su trece, pidiendo que el terrorismo continuara. Que continuaran las muertes, las extorsiones, la amenaza a la democracia.
Un terrorista de perfil entre talibán y sanguinario está movilizando al menos a un sector de la izquierda abertzale. Ha logrado que se oigan las amenazas a los partidos democráticos. Bildu no condena: ha dejado hacer, que es tanto como consentir. En su caso, el que calla otorga. De eso sabemos mucho: administrar los silencios, ver la presión, quizás usarla. No sería la primera vez.
Y, mientras, nuestro arco parlamentario constitucional -si es que aún existe, pues hasta parte del Gobierno y sus apoyos recelan de la Constitución o se la quieren cargar- trata a Bildu como a un partido más, pese a que no ha condenado aún el terror ni este brote de terrorismo de baja intensidad.
El mito del eterno retorno suele entenderse mal o de forma incompleta. No sólo es la imagen de que la historia se repite. También la de que el retorno a los orígenes significa un nuevo comienzo.