JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

  • La realidad no sabe de calendarios y fluirá, indiferente, hasta repetirse como un hastiado retorno de lo que hemos presenciado en esta primera mitad de legislatura

Por mucho que aprovechemos el cambio de año para formular renovados deseos de felicidad y dudosos propósitos de enmienda, la realidad seguirá su curso indiferente a las fechas con que ordenamos el fluir del tiempo. Ahí está, como expresiva metáfora, la impavidez con que la pandemia, en su variante ómicron, se enfrenta impertérrita al paso de los días y se encamina hacia un tercer año de inquietante existencia. Lo hace además, si no con más virulencia, sí con una explosividad que intimida a la ciudadanía, desorienta a la autoridad y desconcierta a la ciencia. Nunca, desde que se hizo presente en nuestro país a principios de 2020, nos habíamos visto expuestos a la incertidumbre que este nuevo avatar pandémico está sembrando por todo el mundo. Tras dos años de padecimientos, los palos de ciego han dado paso a unas decisiones que tratan de mantener un precario equilibrio entre salud, economía, enfado popular, escolarización y resistencia del sistema sanitario para conducirnos, a trompicones, a una victoria pírrica que los más imprudentes habían cantado hace tiempo como épica y definitiva. Lo menos malo que hoy aspiramos a esperar es una resignada convivencia con un mal endémico que se mantendría al acecho por tiempo indefinido.

Pero no es mi intención iniciar el curso con una disquisición diletante en torno a un asunto que me tiene tan perplejo y confuso como a cualquier ciudadano. Sólo quería utilizarlo, como he dicho, de metáfora de esa otra realidad que, al igual que la pandemia, fluye por entre las hojas del calendario y amenaza con repetirse ad infinitum, dejándonos igualmente hastiados y enfadados. Me refiero, claro está, a la política. Por comenzar por lo más próximo, la tozudez con que el principal partido de la oposición ha anunciado su rechazo al acuerdo labrado por Gobierno, patronal y mayoría sindical sobre la reforma laboral es sólo el anuncio de la cerrazón con que la vieja política pretende repetirse en lo poco o mucho que quede de legislatura. Está visto que la dirección del PP, para disgusto de muchos de sus más destacados adeptos y fruición de quienes se agolpan en torno al Ejecutivo, ha optado por emular el «no es no» de su adversario como la más eficaz correa mecánica que lo transporte al poder. En vez de propuestas alternativas, enfrentamiento puro y duro contra un Gobierno que tiene en su flanco «comunista» y en sus aliados «separatistas» y «filoterroristas» el punto más expuesto a la fácil manipulación populista. Su total negativa al acuerdo, sea en el ámbito social, como el ya citado, o en el institucional, como la renovación del CGPJ, no es más que la expresión edulcorada de la primera y burda acusación de ilegitimidad de origen con que siempre ha querido tumbar al Gobierno. Y ¡qué más quieren éste y sus acompañantes que esta desaforada desmesura para justificar la polarización y el bloquismo que tan útiles les resultan como instrumento electoral!

De elecciones irá, pues, todo de ahora en adelante. El PP, estimulado por el éxito de las celebradas en la Comunidad de Madrid, ha optado por seguir moviendo peones territoriales para allanar el campo de la batalla final. Ahí mismo, en febrero, los comicios de Castilla y León, que, caso de ser exitosos, se repetirán antes de verano en Andalucía. Son plazas asequibles y, si van como se espera, generarán en el partido un ambiente de euforia que hará creer a su electorado que el Gobierno de la nación está al alcance de la mano. «Pueden, porque parece que pueden» dijo Virgilio. Y, junto a la euforia entre los propios, el partido habrá logrado extender el terror a los ajenos. Ya se encargará la prensa amiga de echarle una mano tapando los huecos electorales que aún le quedan por llenar en territorios como Cataluña, País Valenciano o Euskadi.

Y, si no terror, sí cundirá, al menos, el nerviosismo en las filas del Gobierno. Se abrirá en su seno, lo mismo que con sus aliados, la batalla intestina que hasta ahora se ha mantenido, a duras penas, soterrada. El «rinconcito a la izquierda del PSOE» será el más ruidoso, y no es pequeño el eco mediático con que su alboroto resuena en el país. No será el único. Los republicanos catalanes vuelven a jugársela en este embate y son duchos en desplantes. Volveremos, pues, a la casilla de salida y todo será en adelante reposición del espectáculo que nos ha mostrado esta primera mitad de la legislatura. No podrá calificarse de pretencioso o pedante el nietzscheano título que abre este artículo.