El éxito de La Sexta y la confusión del Papa

José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

El Pontífice busca el progresismo como un espacio de confort para presentarse ante determinados sectores y mantiene la estricta ortodoxia en las materias de dogmática moral y teológica

El papa Francisco rompió este domingo un paradigma en el modelo de relación de los pontífices con los medios de comunicación. Según esa pauta, reiterada en los últimos años, los titulares de la silla de Pedro concedían entrevistas a medios convencionales y, normalmente, con cuestionario previo. No es el único de los paradigmas que quiebra el que fuera cardenal Bergoglio. Él es el primer Papa latinoamericano (argentino) y, desde 1415 (renuncia de Gregorio XII), el primero también en siglos que sustituye a un predecesor vivo, tras abdicar Benedicto XVI de la responsabilidad de dirigir la Iglesia católica.

La entrevista —inédita— alcanzó una cuota de audiencia muy alta: el 21% del ‘share’ y cuatro millones de espectadores. Superó por mucho los porcentajes habituales del programa ‘Salvados’, de Jordi Évole. El éxito de La Sexta es, por lo tanto, doble. El de haber logrado que Francisco concediese la entrevista a esa televisión y no a otra (o, simplemente, a ninguna), y el de la gran recepción que obtuvo entre los espectadores de la noche del domingo.

 Y así, el Papa quiebra todavía más el paradigma: concede la entrevista a una emisora situada editorialmente en la izquierda —y habitualmente criticada por la derecha española— y a un programa heterodoxo —no convencional— dirigido por un periodista que en otro momento de su vida profesional fue el Follonero con Andeu Buenafuente. Añadamos, para que no falte ningún ingrediente, que Francisco irrumpió en la actualidad española en plena precampaña electoral.

En el Vaticano, nadie —tampoco el Papa— da puntada sin hilo y en este hito informativo hay que valorar todas las circunstancias, porque ninguna ha sido dejada al azar, más allá de la destreza del Pontífice en sus respuestas y de la habilidad del entrevistador en ensanchar los límites de la conversación —acotados a la cuestión de los refugiados— que, al parecer, eran los convenidos con la Santa Sede. En ese juego entre la destreza dialéctica papal y la habilidad periodística, parece evidente que Évole superó a Francisco, porque le hizo pronunciarse sobre temas distintos y distantes del central de los refugiados, que, obviamente, también abordaron.

En el Vaticano nadie da puntada sin hilo, y en este hito informativo hay que valorar todas las circunstancias porque ninguna se deja al azar

El Papa, sabedor de la audiencia ante la que comparecía y la TV que emitía la entrevista (el medio sigue siendo en buena medida el mensaje), estuvo tópico en las expresiones blandas, muy al estilo eclesiástico (“dolor”, “compasión”, “humanidad”, “justicia”, “lloro”), ante las catástrofes humanitarias, muy determinado dialécticamente en los asuntos de contenido político (la venta de armas, la construcción de muros o su confundida apreciación sobre el Open Arms que este lunes el ministro Ábalos puntualizó) y confuso y escapista en las cuestiones a las que él debe dar respuesta tanto doctrinal como jerárquica.

Este Pontífice busca el progresismo como un espacio de confort para presentarse ante determinados sectores —lo que le granjea simpatías en audiencias alejadas de la Iglesia— y mantiene la estricta ortodoxia, si bien con un amplio registro de eufemismos, en las materias de dogmática moral y teológica. La Iglesia es femenina pero no se abre al sacerdocio de la mujeres; la Iglesia es comprensiva, pero, incluso en estados de necesidad, no acepta el aborto, denominando “sicarios” a quienes lo practican; se resigna a la homosexualidad certificada por “expertos” pero sigue siendo pecado no mantenerla en castidad, y persiste en no acoger a los divorciados que han contraído nuevas nupcias (civiles).

En esos planteamientos, el Papa se mantuvo en el registro más tradicional pero, en relación con los niños y niñas ‘raros’ por presentar tendencias homosexuales, pareció un extraterrestre. Más aún, se alejó del juicio ético generalizado al reivindicar la necesidad de utilizar la hermenéutica de cada época para entender las razones del ocultamiento por la jerarquía católica de los abusos sexuales a menores. Como en aquellos años (sesenta y setenta del siglo pasado) se tapaba todo, la Iglesia también lo hacía. Muy consolador, pero moralmente muy confuso. Y para las víctimas, crudelísimo.

Évole le hizo ver al Papa que quizás en su gestión del pontificado había echado “el freno de mano”. Fue una buena observación. Francisco ha desplegado una estrategia bifronte: acelerar en las temáticas políticas (son obvias sus preferencias) y frenar en las morales y teológicas. Una combinación de progresismo y conservadurismo que al Pontífice argentino le sirve para granjearse una aceptación transversal. Determinados sectores siempre le recordarán como el Papa con semblante adusto ante Trump y Macri, y los católicos practicantes y observantes, como un Pontífice que no se separa de la ortodoxia.

Évole le hizo ver al Papa que quizás en su gestión del pontificado había echado “el freno de mano”. Fue una buena observación

Ese juego papal lo vieron muy bien Évole y La Sexta, y Francisco no pudo superar la tentación de arriesgarse a instalarse en el área de confort progresista. Aunque el resultado de la conversación no haya gustado plenamente —por razones muy opuestas— ni a unos ni a otros. Y, sobre todo, en vísperas electorales. Eso sí, de la entrevista con el Papa se deduce una conclusión clara: el tiempo no es ya líquido sino gaseoso. Todo cambia, hasta lo que nunca cambiaba, o sea, el Papa entrevistado por Jordi Évole.