Rubén Amón-El Confidencial
- La agonía de Pablo Iglesias, la rendición de Pablo Casado y la pujanza de Vox garantizan la gloria del presidente del Gobierno por los siglos de los siglos
No sería extraño que Pedro Sánchez comenzara a levitar, si es que ya no lo hace. Debe sentirse en el camino del éxtasis político. Lo demuestran la elocuencia y asiduidad con que ahora frecuenta el Parlamento. Observa desde la tribuna el exterminio de sus adversarios: el hundimiento del PP, la agonía de Ciudadanos, la angustia de Unidas Podemos. Y la buena salud de Abascal, cuya victoria en Cataluña añade argumentos a la plenitud de Sánchez.
El presidente del Gobierno necesita la pujanza de la ultraderecha para neutralizar a la oposición natural y convencional, aunque también colabora en sus planes la inmolación voluntaria de Pablo Casado. El ¿líder? del PP ha emprendido un ingenuo y estrafalario camino de responsabilidad institucional. Y se ha propuesto recrear el simulacro del bipartidismo, no ya nombrando a dedo jueces y consejeros de RTVE, sino creyéndose que la desfachatez de estos acuerdos feudales y extemporáneos con el PSOE convierte al PP en la única alternativa posible.
El giro de Casado ha entusiasmado a la prensa progre y ha excitado a los panelistas clarividentes. Agradecen el esfuerzo del patrón de Génova, independientemente de las tiranteces con Podemos y los amagos de ruptura, pero esta clase de parabienes no hacen sino formalizar el error estratégico de Casado. Por un lado, fomenta y consolida la anomalía del pasteleo en lugar de asumir las obligaciones con la regeneración. Y por el otro, se entrega a la tela de araña de Pedro Sánchez y consigna el liderazgo de la oposición en Santiago Abascal.
El giro de Casado ha entusiasmado a la prensa progre y ha excitado a los panelistas clarividentes
El estado de gracia del jefe del Gobierno predispone la euforia de un ciclo virtuoso al que se añaden la generalización de las vacunas y el reparto del maná de Bruselas. Ni siquiera puede inquietarle la subversión rutinaria de Pablo Iglesias. Unidas Podemos se desnutre en la alianza y se malogra en la desesperación. Puede que la legislatura termine antes de tres años, pero la convocatoria de unas elecciones anticipadas se produciría siempre a expensas de la agonía de Iglesias, no digamos si prosperan las investigaciones judiciales de la financiación irregular y si los sondeos remarcan la trayectoria menguante del partido morado. Sánchez ha domesticado a Iglesias. Ha dormido a Casado. Y ha convertido la victoria de las elecciones catalanas en el camino de regreso de los votantes volátiles y socialdemócratas de Ciudadanos.
Los demás se han marchado a Vox en busca del españolismo y del antisanchismo. Abascal los ha sabido congregar en un movimiento que trasciende los estigmas de la xenofobia, el populismo, el machismo y patrioterismo. Forman parte de la idiosincrasia del partido ultra y es imposible ocultarlos, pero no contradicen el efecto magnético que Vox despierta entre los desempleados, los currantes, los jubilados, los cabreados. Parecía que la caída de Trump predisponía el hundimiento de sus cachorros, pero las peculiaridades de la política española son tan evidentes como el efecto contagioso que puede suponer un éxito de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales francesas. Vox se adheriría a un proceso de lepenización. Y podría despojarse de sus complejos minoritarios, más todavía si Pablo Casado decide convertirse en un escudero de Pedro Sánchez, abducido en la expectativa vacua del bipartidismo.
Ya se ocupará el presidente del Gobierno de polarizar la contienda. Y de convertir las elecciones generales en la gran batalla del bien contra el mal. No le convienen a la patria ni la pujanza de Vox ni el exterminio de las opciones moderadas, pero sí le convienen a Pedro Sánchez, cuyo porvenir político ha trascendido el chantaje de Iglesias y se relame en las opciones de la geometría variable. Sánchez es el centro de gravedad, el insólito emblema de la moderación.
Su manual de resistencia se ha quedado obsoleto de tan lejos que ha conseguido desarrollarlo. Podría actualizar una versión. Y hacerlo en tinta china. Un reflejo invisible de la ausencia de principios y de compromisos ideológicos. Y una demostración de sus cualidades adaptativas. Pedro Sánchez siempre gana. Quizá por eso Pablo Casado se ha rendido.