El éxtasis sereno

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El hechizo romántico de Pablo Milanés sobrevivirá al fracaso de los ideales políticos que creyó ver en el castrismo

La biografía de los artistas o de los escritores puede proporcionar ciertas explicaciones psicológicas, pero su legado fundamental está en sus obras. Y a menudo no en todas; hasta Antonio Machado se cubrió de gloria con aquel soneto que le dedicó a Líster, el de ‘si mi pluma valiera tu pistola’. Las canciones de Pablo Milanés trascenderán para siempre a su admiración por la revolución cubana, cuya cara amable representó durante años aunque terminara distanciándose al comprobar –más bien tarde– la opresión asfixiante en que había desembocado aquella presunta redención de las clases populares. A veces se hacía difícil entender que el autor de esas bellísimas baladas sentimentales, de un romanticismo conmovedor, fuese una especie de embajador musical del castrismo, incluso que se demorase tanto en aceptar el fracaso de sus ideales políticos. Pero nunca dejó de ser un trovador de enorme magnetismo emotivo, autor de canciones inolvidables, dueño de una inconfundible voz metálica y de un estilo que fundía su hondo conocimiento del jazz con el poderío cadencioso de los ritmos latinos. Sus estremecedores poemas de amor y desamor, la dulzura y la elegancia con que era capaz de expresar sentimientos universalmente compartidos, la capacidad de seducción que sabía desplegar como un hechizo, quedarán en el recuerdo más allá de los sucesivos encuentros y desencuentros con su amigo Silvio o del honroso ejercicio final de espíritu crítico y de repudio al régimen que había enaltecido.

Tuvo cinco esposas y muchas más amantes, y todas dejaron huella en su cancionero, algunas con sus nombres y otras camufladas entre los pliegues de los versos. ‘Yolanda’, por ejemplo, será ya siempre el símbolo de una pasión incondicional, de una ofrenda inmune al olvido y al tiempo gracias a la delicadeza con que quedó plasmada en una declaración de éxtasis sereno. «El breve espacio en que no estás» congela un momento de ausencia en la burbuja melancólica de una eterna entrega. «Yo no te pido» es una antología de minimalismo afectivo, una tierna defensa de la importancia y el encanto de las cosas pequeñas. Ésa es la clave del éxito de un artista: la facultad para fijar en la conciencia colectiva el fulgor de un detalle, la memoria una anécdota pasajera, y convertirla en categoría al envolverla en el celofán brillante de la sensibilidad y la estética. Milanés tenía el poder demiúrgico, ese don especial sólo al alcance de los números uno, de suscitar la complicidad emocional del público, de mecerlo a su compás y acariciarle el alma al conjuro de un raro sortilegio oculto. Qué más da su larga adscripción ideológica a la estela de un tirano del que además acabó decepcionado al ver a su pueblo sumido en un trágico marasmo. Y en el que nadie pensará cuando suene una de esas melodías que nos ayudaron a sobrellevar con dignidad la nostalgia, la soledad o el desengaño.