Ramón González Férriz-El Confidencial

  • El lunes pasado, en el programa de la televisión estatal rusa ’60 Minutos’, Mijaíl Khodarenok dijo la verdad sobre lo que los demás invitados llaman “operación militar especial” en Ucrania

Fue un acontecimiento extraño del que los medios occidentales están informando como si se tratara del avistamiento de un objeto difícil de identificar. El lunes pasado, en el programa de la televisión estatal rusa ’60 Minutos’, un ‘show’ de debate político en el que los tertulianos siempre siguen la línea oficial del Gobierno de Vladímir Putin, uno de ellos, Mijaíl Khodarenok, dijo la verdad sobre lo que los demás invitados llaman sistemáticamente «operación militar especial» en Ucrania. Y lo hizo con una enorme crudeza.

“El Ejército ucraniano puede armar a un millón de personas”, dijo Khodarenok, que es un coronel retirado y columnista de temas militares. Y a medida que Ucrania reciba armas occidentales, siguió, “la situación [para Rusia] empeorará”. Los soldados ucranianos “tienen un gran afán por defender su patria. Y la victoria en el campo de batalla depende de la elevada moral de los soldados que derraman su sangre por las ideas por las que están dispuestos a luchar”.

Además de poner en duda las posibilidades de victoria militar de Rusia, Khodarenok criticó la creciente soledad del país y la escasez de sus recursos. “El mayor problema del Ejército [ruso] y de la situación política es que nos encontramos en una situación de total aislamiento político y con todo el mundo en contra de nosotros, aunque no queramos admitirlo”, dijo. “No puede considerarse normal una situación en la que hay una coalición de 42 países contra nosotros, y cuando nuestros recursos, militares-políticos y militares-técnicos, son limitados”.

Como afirmaba Steve Rosenberg, el responsable de la cobertura de Rusia en la BBC, los demás tertulianos se quedaron perplejos. Olga Skabeyeva, la presentadora, ya una pequeña celebridad en las redes sociales globales por la ferocidad con que defiende la línea política del Gobierno de Putin y disemina teorías de la conspiración sobre Occidente, estaba “extrañamente silenciosa”.

Si las declaraciones de Khodarenok sorprendieron tanto es porque, desde la llegada al poder de Putin en 2000, el Kremlin ha ido controlando cada vez más los mensajes políticos que se transmiten no solo en la televisión pública, sino también en el resto de las cadenas. Tradicionalmente, como dice el título de un libro memorable de Peter Pomerantsev, que trabajó en la televisión rusa durante nueve años, el cometido principal de la programación política era transmitir que “nada es verdad y todo es posible”: generar relatos confusos, contradictorios y disparatados sobre la propia realidad rusa y el enemigo occidental para provocar incredulidad y pasividad política entre los ciudadanos. Viendo la tele rusa, dice en su libro, el régimen “parecía una oligarquía por la mañana y una democracia por la tarde, una monarquía a la hora de cenar y un Estado totalitario a la hora de acostarse”. 

Pero como han recogido los observadores de los medios rusos, como el periodista británico Francis Scarr —cuya presentación en Twitter dice “veo la tele rusa para que tú no tengas la necesidad de hacerlo”— o este reportaje de ‘The Economist’, el tono ha cambiado. Ya no se trata de simple desinformación o una suma de teorías contradictorias mezcladas con oligarcas y supermodelos, sino de pura propaganda nacionalista. Los espectadores rusos que se informan por medio de los canales oficiales —quedan pocos no oficiales, puesto que muchos han cerrado preventivamente o han sido clausurados por las nuevas penas vinculadas a la guerra de Ucrania— se hallan expuestos constantemente a la retórica sobre el nazismo en Ucrania, el deseo de Occidente de acabar con Rusia y reminiscencias de la Segunda Guerra Mundial. Escuchan proclamas sobre el carácter heroico de los soldados rusos, que avanzan por el Donbás lentamente porque van con mucho cuidado de no provocar víctimas civiles, a pesar de que los nazis ucranianos las utilizan como escudos humanos. Y tratan de ser persuadidos de que esta ‘operación militar especial’ es en realidad solo un primer paso para que Rusia acabe con la hegemonía global estadounidense, desnude la debilidad de Europa y se erija de nuevo en el superpoder que fue y que pese a todas las dificultades volverá a ser.

Carr documentó incluso que el triunfo de Ucrania en Eurovisión fue exhibido en la televisión rusa como una muestra más de las razones de Rusia para intervenir el país: los cantantes ucranianos no solo hicieron un saludo nazi en su actuación, sino que al votar a Ucrania para que ganara, dijo el presentador del Canal Uno Ruslan Ostashko, “Europa votó al fascismo”. 

Por eso la intervención de Khodarenok es tan extraña. Él ya había escrito en febrero, en una revista de temas militares, que “un conflicto armado en Ucrania no beneficia los intereses nacionales de Rusia” y había criticado a los “halcones entusiastas” que creían que sería un conflicto fácil de resolver para su Ejército. Pero como dice Rosenberg, el periodista de la BBC, una cosa es criticar las decisiones del Gobierno en una revista especializada y otra muy distinta hacerlo en la televisión con una audiencia de millones de personas.

“¿Qué pasó en ’60 Minutos’?”, se pregunta Rosenberg. “¿Fue una llamada de atención sobre Ucrania espontánea, no guionizada e inesperada, que se coló entre todos los filtros? ¿O fue un estallido de realidad planeado previamente para preparar a la sociedad rusa para las noticias negativas sobre el progreso de la ‘operación militar especial’?”. 

En los últimos tres meses hemos redescubierto la vieja disciplina de la ‘kremlinología’, como se llamó durante la Guerra Fría el difícil arte de interpretar las señales, los símbolos, los mensajes ocultos y la sutil propaganda que transmitían los líderes políticos soviéticos y sus medios de comunicación. Hoy, como entonces, ese arte falla constantemente y en realidad nadie parece saber qué significado profundo, más allá de su literalidad, tienen las palabras del coronel retirado. Pero fue un acontecimiento digno de ver en mitad de la tragedia de la invasión rusa.