IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
Ya sabe usted que el pasado mes de febrero, y harto de las estériles luchas partidistas que condujeron al país a la parálisis -¿le suena?-, el presidente Sergio Mattarella encargó a Mario Draghi, un independiente ajeno a los partidos, la formación de un gobierno en Italia. Concitó el apoyo del 90% del Parlamento. Una vez aceptado el cargo y configurado un gabinete de amplio espectro, el exgobernador del Banco Central Europeo decidió renunciar a su sueldo. Como era de esperar, la decisión ha sido ampliamente comentada en los medios. Sinceramente, todo esto me parece extraordinario.
No me refiero al hecho de que un señor que ingresa al año casi 600.000 euros, según su última declaración de la renta, renuncie a un suelo de 80.000 euros, que por cierto, es menos de lo que se estila en nuestros lares. (Pedro Sánchez gana 85.000, pero Iñigo Urkullu 105.000 y Quim Torra ganaba 148.000). No me parece un alarde de generosidad. Máxime, cuando seguro que él, un experto en análisis de costes y beneficios, será muy consciente de que su gesto le reportará más, en términos de imagen y apoyo popular, que el marginal de ingresos al que renuncia. Lo que me parece extraordinario es que exista un país capaz de encargar la dirección de su gobierno a una persona sin ataduras partidistas y que puede renunciar al sueldo porque su trayectoria profesional ha sido tan exitosa que no lo necesita.
Algo así es impensable en España. Aquí acostumbramos a elegir a personas que no solo no pueden renunciar al sueldo al llegar a cualquier responsabilidad pública, eso es normal, sino que serían incapaces de obtener un sueldo similar fuera de la política. Y eso ni es tan normal, ni es conveniente. La diferencia es enorme. Ya oigo el clamor de los que con santa ira aúllan: ¿Qué pasa, que sólo lo ricos pueden acceder a las responsabilidades públicas? No, claro que no, pero solo deberían llegar a ellas los suficientemente capacitados, que no es lo mismo. Es decir, aquellas personas que antes de asumirlas hayan demostrado que son capaces de ganarse su sueldo en el competitivo y exigente mercado de ‘lo privado’ y que no necesiten militar en un partido, ni ser obedientes y obsequiosos con los poderes públicos para hacerlo.
En el caso de Mario Draghi es ejemplar, no por renunciar al sueldo sino por aceptar el cargo. Podía haberse mantenido tranquilo en su casa, escribiendo, leyendo y dando conferencias bien pagadas por todo el mundo, pero aceptó servir a su país sin obtener nada a cambio, pues la fama y el reconocimiento profesional le sobra tanto como el dinero al que renuncia. Y eso sítiene mérito.