EL MUNDO 18/11/15 – GILLES FERRAGU
· Gilles Ferragu, profesor en la Universidad de Nanterre, lleva años estudiando las fichas de terroristas y tratando de descubrir cómo frenar la radicalización. Pero, ¿cómo denunciarla cuando los perfiles muestran a personas discretas que caen en extremismos de forma introspectiva? Ferragu plantea una crisis identitaria que no entiende de nacionalidades ni ciudadanos y la fascinación por un «romanticismo revolucionario» que lleva a muchos a caer en las manos de grupos terroristas como el Estado Islámico.
Pregunta.– ¿Cómo se radicaliza alguien hasta llegar a ser kamikaze?
Respuesta.– Ésta es la gran pregunta a la que todo el mundo quiere responder. Lo que podemos imaginar es que es resultado de una situación social en crisis, especialmente por la depresión económica, pero también identitaria. No se trata únicamente de franceses con orígenes migrantes, hablamos de jóvenes en general que se buscan a sí mismos. Existe también una especie de romanticismo, la voluntad de crear una causa en sus vidas, que acaba siendo la violencia política. La fascinación por lo que pasa en el extranjero, por la guerra, por una doctrina extrema… El extremismo siempre fascina, es, entre comillas un romanticismo revolucionario.
P.– ¿El hecho de vivir en ambientes marginales o de pobreza, convierte a una persona en blanco de captación de yihadistas?
R.– No, no por ser pobres o no encontrar su lugar en la sociedad va a convertirse uno en terrorista. No hay reglas precisas. Hay mucho que hacer y estamos sólo al principio. Nuestros esfuerzos se centran ahora en reflexionar sobre la forma de identificar a esta gente y cómo cortar las fuentes de radicalización.
P.– Un 80% de los radicalizados provienen de familias ateas, ¿cómo es posible?
R.– Creo que esa es la diferencia entre la religión y la identidad. Hay personas que buscan una identidad en el extremismo religioso sin tener necesariamente la cultura religiosa que necesitan. Leen los preceptos de la religión de manera simplista.
P.– ¿Es una identidad que no encuentran en sus países en Europa?
R.– Para empezar, la noción de ciudadanía no funciona, la identidad de ciudadanía no se percibe como tal y por tanto lo que resta es buscar otra identidad, y la religión la ofrece.
P.– El Gobierno habla de cerrar mezquitas y expulsar imanes, ¿qué cifras maneja Francia en cuanto al radicalismo en centros religiosos?
R.– En general, se vigilan unas 4.000 personas que se consideran radicalizadas. Tan sólo en las prisiones hablamos ya de 1.800 radicalizados. El problema es que estamos en una sociedad donde las leyes de laicidad son muy estrictas y hay una parte de las mezquitas que son salvajes. A fuerza de no establecerse formalmente muchas de estas mezquitas se sitúan en sótanos o en propiedades privadas, lo que queda completamente al margen de las autoridades.
P.– ¿Cómo diferenciar un musulmán que practica su religión de una forma estricta de un radical en mitad de esta tensión terrorista?
R.– La radicalización en sí ya pasa por una radicalización religiosa, es el pasaje que hay entre una práctica abierta de la religión al salafismo. La segunda etapa es pasar del salafismo a la violencia, pero identificar este tipo de casos es extremadamente difícil. No hay una solución milagrosa para identificar futuros terroristas.
EL MUNDO 18/11/15 – GILLES FERRAGU – PROFESOR DE HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD DE NANTERRE