El fin de la ambigüedad

Ha habido tanta dejadez con los gestos democráticos que si en la Casa de Juntas no existía un libro sobre el Estatuto, tampoco existe una normativa sobre la bajada de banderas a media asta en caso de duelo. Tras el atentado, Interior no se podía remitir a ningún decreto para dar la orden. Sin embargo, en la Academia de la Ertzaintza ya habían tomado la iniciativa.

Para hacer un inventario de la lucha contra ETA, la única banda terrorista todavía fanáticamente obstinada en su anacronismo en este rincón de Europa, es preciso detenerse en el año 2001. Porque ocho años después, el liderazgo asumido con firmeza por el lehendakari Patxi López para conducir la unidad social vasca y enseñar el camino de la cárcel a los culpables del asesinato de Eduardo Puelles puede representar un nuevo punto de inflexión. Cuando empezó a ponerse en práctica el espíritu del Pacto por las Libertades, suscrito por socialistas y populares el 8 de diciembre de 2000, comenzó a derrumbarse el mito. Era 2001. Se podía derrotar a ETA. Era una cuestión de voluntad política. Y quienes sostenían lo contrario, como algunos nacionalistas que siguen aferrados al mito, lo hacían para justificar la negociación política como único camino viable.

Aquel pacto no sólo reforzó la unidad democrática, sino que se le abocó a la banda a «perder toda esperanza» de obtener ventajas políticas como mercancía de intercambio en un proceso de negociación. Bien es cierto que se derrochó un tiempo precioso en el intento del presidente Zapatero de persuadir al entorno de los terroristas de que cesaran su macabra actividad. Y que si nuestros representantes no hubieran tropezado con el recurrente señuelo de los ‘duros’ y los ‘blandos’, ahora estaríamos en el tramo final de la carrera. Pero como las lamentaciones sobre el pasado sólo conducen a la melancolía y únicamente sirven para regodeo de quienes aportan bien poco al debate, estamos hoy en el epicentro del cambio en Euskadi.

ETA sigue como si Franco viviera porque ni le interesa, ni entiende, ni comparte el juego de la democracia. Ha recibido al nuevo lehendakari asesinando al inspector Eduardo Puelles. Pero Patxi López ha encajado el golpe con determinación y con un mensaje claro que tantos ciudadanos necesitaban oír de su primer mandatario. Cuando ETA mató a Miguel Ángel Blanco y surgió ese movimiento de rebelión cívica que dio en llamarse el ‘Espíritu de Ermua’, hubo quién pensó que el PNV iba a abandonar la ambigüedad y terminaría por marcar una línea entre los demócratas y los violentos, aunque al otro lado se quedase un buen segmento de abertzales.

Pero no ocurrió eso, sino todo lo contrario. A medida que los ciudadanos creían que iban a poder derrotar a ETA, el PNV cayó en el miedo escénico y se ‘difuminó’ con todos los abertzales, justo un año después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, en el oscuro y excluyente Pacto de Lizarra. Entonces gobernaba el PNV, Ardanza fue sustituido por Ibarretxe y hemos sobrevivido una década de gobierno tripartito marcado por la falta de decisión en la lucha contra ETA y todas sus ramificaciones políticas, cediéndoles, en ocasiones, una cobertura ideológica que los ciudadanos demócratas no podían en absoluto compartir.

Ahora, en Euskadi, gobierna el partido socialista apoyado por el PP. Y ha habido tanta dejadez con los gestos de reconocimiento hacia los símbolos democráticos que si en la Casa de Juntas no existía un libro sobre el Estatuto, tampoco existe una normativa sobre la bajada de banderas a media asta en caso de duelo. Tras el atentado, la consejería de Interior ordenó que se arriaran las banderas, pero no se podía remitir a ningún decreto. La sorpresa fue en la Academia de la Ertzaintza en Arkaute. Habían arriado las banderas a media asta por iniciativa propia mucho antes de recibir la orden.

El lehendakari Patxi López ha superado las expectativas de los ciudadanos más escépticos que, a medida que lo escuchaban, en la tarde del sábado, al pie de las escalinatas del Ayuntamiento de Bilbao, agradecían sus palabras. Con el nuevo Gobierno se ha dado un vuelco institucional en la sensibilidad hacia las víctimas del terrorismo. No solo se ha fundido el hielo de los anteriores gobernantes. Se han superado los encasillamientos de las víctimas por ideologías.

El cambio escénico también se ha producido en los destinatarios de los mensajes. El lehendakari no perdió un solo minuto para decir a ETA que sobra. Se dirigió a los ciudadanos para decirles que derrotar al terrorismo es posible. Sin impunidad, con la aplicación de la Justicia, con el Estado de Derecho por delante. Con toda normalidad, como suele decir Arantza Quiroga, la presidenta del Parlamento, en donde hoy tendrá lugar un homenaje al inspector asesinado. Si la decisión de no admitir ni un espacio para los cómplices de la violencia es inquebrantable, se habrá dado seguramente el paso decisivo para acabar con ETA. El candidato frustrado de Iniciativa Internacionalista, con su amenaza en torno al sufrimiento si no se negocia, nos retrotrae al terrible año 98 cuando la banda hablaba de extender el dolor si no se atendía a sus exigencias. De los errores se aprende. Los ciudadanos que han visto brotar en Ajuria Enea un liderazgo fuerte contra el terrorismo esperan que, a sus cómplices, no se les vuelva a mirar a los ojos.

Tonia Etxarri, EL CORREO, 22/6/2009