Víctor Lenore-Vozpópuli
  • El triunfo de Meloni confirma que el antifascismo actual es un trampantojo estéril al servicio de las élites globalistas

El intelectual que mejor vio venir la victoria de Georgia Meloni en Italia se llama Diego Fusaro. Tiene 39 años, su especialidad es la Filosofía y da clases en el Instituto de Altos Estudios Estratégicos y Políticos de Milán. En España solo se han publicado un par de entrevistas con él y ambas causaron gran polémica. La primera, conducida por el ensayista Esteban Hernández, contenía esta frase clave: “Muchos tontos de izquierda luchan contra el fascismo, que ya no existe, para aceptar plenamente el totalitarismo del mercado”. La segunda entrevista, que también registró altos niveles de rechazo, la publicamos en Vozpópuli y llevaba el siguiente titular: “Izquierda y derecha defienden a la clase dominante”. Si leen cualquiera de las dos charlas descubrirán que Fusaro intuía claramente el ascenso de Meloni.

Diego Fusaro, hablemos claro, es el pensador más detestado por la izquierda española. Irrita especialmente que use argumentos marxistas contra la domesticación de la izquierda actual. También suele apoyarse en Hegel y Pasolini, por lo tanto nadie puede descartarle con la socorrida etiqueta de “neoliberal”. El trato sufrido por Fusaro en nuestro país es claramente el de una caza de brujas, especialmente desde La Vanguardia, donde Enric Juliana le ha convertido en un enemigo personal. Aparte de Juliana, van creciendo los columnistas cuya principal función es la denuncia macartista de cualquier discurso fuera de los límites del dogma progresista, entre otros Steven Forti, Pablo Batalla Cueto y Miquel Ramos (vamos sobrados de aspirantes a nuevo Antonio Maestre). ¿Por qué será que las tesis de Fusaro ponen de los nervios a la izquierda española?

Pasolini intuyó, pero no pudo ver, el formidable poder que acumula Silicon Valley, con sus monopolios globales y sus montañas de información sobre nuestras decisiones íntimas

La mayoría de los columnistas están manejando la misma efeméride para enmarcar la victoria de Meloni: el próximo 27 de octubre se cumplen cien años desde la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini, histórica exhibición de fuerza del fascismo italiano. A otros nos parece más útil recordar otro centenario: el del nacimiento de Pier Paolo Pasolini, uno de los mejores artistas e intelectuales de la izquierda europea del siglo XX. Pasolini argumentaba en los años sesenta y setenta que el viejo fascismo era un monstruo superado y que ahora nos tocaba lidiar con algo mucho más sofisticado, que denominaba el Nuevo Poder. “El fascismo basaba su dominio en la Iglesia y el Ejército, que no son nada comparados con la televisión”, denunciaba. La sociedad de consumo nos formatea como individuos de manera mucho más totalitaria que cualquier otro sistema, porque implica nuestra sumisión voluntaria. Pasolini intuyó, pero no pudo ver, el formidable poder que acumula Silicon Valley, con sus monopolios globales y sus montañas de información sobre nuestras decisiones íntimas.

Fusaro y la decadencia de la izquierda

¿Por qué se pone tan nerviosa nuestra izquierda con Pasolini y Fusaro? Básicamente porque saben que su antifascismo es una farsa y que resulta muy complicado que Meloni haga algo distinto a lo de siempre. Pablo Bustinduy, uno de los mejores analistas políticos de la órbita de Podemos, explicaba estos días lo siguiente: “Italia necesita los casi 200.000 millones de euros que tiene pendientes en fondos de recuperación. Los objetivos para desbloquear el próximo paquete de ayudas ya están fijados, y eso restringe la capacidad de acción de cualquier gobierno que salga elegido. (…) A diferencia de Salvini, no hay duda ninguna sobre la fe atlántica de Meloni, y se asume como una certeza de que su gobierno no saboteará la ‘unidad de Occidente’ (aunque hay un riesgo que quizá no se ha ponderado bien: Meloni es mucho más atlantista que europeísta, mucho más proOTAN que proUE). Ese alineamiento pesa hoy mucho más que el desafío que pueda suponer su gobierno al acervo maltrecho de la democracia liberal europea”, confesaba en Público.

La farsa antifascista permite a las élites de izquierda fingir que están con la justicia social sin renunciar a privilegios de clase

Lo deprimente de estas elecciones italianas no es que participe un partido brutalmente antisistema, sino que apenas hay distancia entre unas formaciones y otras. Por eso es necesario exagerar las diferencias de forma grotesca. Fusaro lo resumía en esta frase: “La derecha acusa de comunismo a la izquierda, la cual -a su vez- acusa de fascismo a la derecha. La realidad es que nos encontramos ante un penoso juego de espejos. La derecha no es fascista, como la izquierda no es comunista: ambas son liberales y atlantistas”, resume. En España conocemos bien este espejismo: los cinco millones de votantes de Podemos en 2015 no eran comunistas ni esperaban un programa soviético, mientras que las bases de Vox no son fascistas ni esperan que Abascal restaure la dictadura del general Franco. La alerta antifascista de Pablo Iglesias en 2018 fue uno de los mayores ridículos de nuestra historia política, que no tuvo ningún efecto en la izquierda ni en la derecha.

¿Qué muere entonces con el triunfo de Meloni? Termina sobre todo la farsa antifascista, esa con la que están tan cómodas las élites de izquierda porque les permite fingir que defienden la justicia social sin renunciar a ninguno de sus privilegios de clase. Además hablamos de un movimiento domesticado e impotente, que no ha logrado apenas nada desde 1945: ni frenar el ascenso del lepenismo, ni neutralizar el triunfo de Donald Trump, ni cortar el paso a Vox ni evitar que Meloni sea presidenta de Italia. El antifascismo también proporciona una coartada para detestar a toda la gente común que vota por esas opciones en vez de por la izquierda; ya sabemos que uno de los rasgos principales del progresismo actual es su menosprecio del pueblo llano. Iñigo Errejón suele decir que cuando la lucha política se plantea en términos de ‘fascismo contra antifascismo’ el vencedor siempre es el PSOE, una subordinación con la que muchos presuntos antisistema se sienten confortables. “Debatimos sobre el retorno del fascismo, pero en Italia es la era antifascista la que puede haber terminado”, tuiteaba hace poco Bustinduy. Tampoco es que perdamos gran cosa con el cambio.