El final de una época

ABC 03/06/14
IGNACIO CAMACHO

· Desaparecido Suárez y abdicado el Rey, la Transición es ya solo agradecida memoria. Quizá sea el tiempo de un nuevo pacto

Es imposible resistirse al vértigo de los grandes saltos cualitativos, al escalofrío del fin de una época. Desaparecido Suárez y abdicado el Rey, la Transición española se ha cerrado definitivamente con el golpe de una tapa del libro de la memoria. No es un cambio de régimen pero sí el final de un ciclo, que tal vez Juan Carlos haya sabido intuir e interpretar mejor y con más determinación que la mayoría de las élites surgidas de aquel período de creatividad política qué él mismo encabezó hace casi cuarenta años. El sta

tuquo constitucional ha hecho crisis en medio de una oleada de desapego que reclama medidas de regeneración urgente. El modelo ha funcionado bien pero el tiempo le ha abierto grietas en la fachada y en la estructura. La necesidad de reformas –también en una Corona averiada por contratiempos y episodios poco ejemplares– era evidente y se trataba de elegir el momento, una habilidad para la que el monarca ha mostrado siempre un potente instinto.

La abdicación Real es una decisión trascendente más allá del zapping institucional propio de las sociedades posmodernas. No se trata de un simple relevo de personas en la cúpula del Estado: es el comienzo de una etapa distinta que necesitará una Constitución distinta para renovar el pacto de convivencia de la España del siglo XXI. Pero si el del 78 fue un acuerdo de nueva planta, levantado sin mapas ni proyectos, el de este tiempo ha de construirse conforme a un espíritu de continuidad que asegure los cimientos del sistema. Esa continuidad la representa el Príncipe Felipe en el plano dinástico y el Parlamento en el democrático. Acaso la clave del proceso consista en que el Rey haya entendido que, ante los vientos fragmentarios que soplan en la atmósfera electoral, la próxima Cámara de Diputados puede carecer de la cohesión y la estabilidad necesarias para asegurar el éxito de una operación tan delicada. En esta legislatura el PP tiene mayoría absoluta y el PSOE responde aún al pragmático patrón post-felipista. Juntos suman un respaldo abrumador para el nuevo monarca sobre cuya espalda recaerá la responsabilidad de ganarse su propia legitimidad de ejercicio.

Fue en el Congreso donde la capilla ardiente de Suárez simbolizó hace dos meses el epílogo de un seductor relato de épica colectiva. Aquella ola de empatía emocional está vinculada a la evocación retrospectiva del legado de Juan Carlos: ellos fueron los hombres que nos devolvieron la libertad. Y por mucho desgaste que haya sufrido la Corona, la gigantesca dimensión política del juancarlismo va a quedar puesta en valor con un reconocimiento histórico y moral que servirá al heredero como pedestal para subir al Trono.

Con todo, habrá turbulencias, emociones fuertes. Existe una sensación palpable de salto al vacío, de prueba refundacional. A diferencia de la de hace cuatro décadas, esta al menos parece tener un guión escrito.