Quiero que Cataluña sea un lugar próspero, feliz y abierto a Europa y al mundo, innovador, fascinante, y lleno de vida. Creo sinceramente que para que eso suceda, debe seguir siendo parte de España, tanto por motivos económicos como culturales. Es imposible entender Barcelona, la ciudad en la que se editan más libros en castellano del mundo, fuera de España. Es imposible entender a Cataluña sin Barcelona.
Durante la última década, sin embargo, es indudable que Cataluña se ha quedado atrás. Lo que había sido siempre una región cosmopolita, inquieta, siempre buscando, siempre mirando a Europa y América, siempre intentando de buscar lo más nuevo o inventarlo, se había quedado ensimismada, perdida, cerrada en si misma. Una cultura oficialista cada vez más provinciana, arrogante y reaccionaria ahogaba su viejo espíritu anarquista, irónico y decadente. Su burguesía, antaño debatiéndose entre el orden y la estética, se había perdido en un mar de agravios, resignación y derrotismo.
La región más activa, rica, y vibrante del país se convirtió en el lugar más antipático y provinciano de Europa. El resultado ha sido un desastre tanto para la misma Cataluña como para el resto de España
El procés, la locura política colectiva por la independencia, ahogó a Cataluña, sumiéndola en debates interminables, divisiones profundas y malgastando la energía y sentir colectivo del país en un esfuerzo tan estúpido como inútil que nunca llegó a ser mayoritario entre los catalanes. La región más activa, rica, y vibrante del país se convirtió en el lugar más antipático y provinciano de Europa. El resultado ha sido un desastre tanto para la misma Cataluña como para el resto de España.
Soy de la opinión, entonces, que una de las prioridades de cualquier político tanto en Cataluña como en España es poner fin a este lastre pesado, absurdo y derrotista que ha sido el procés. Es algo urgente, imprescindible, tanto por el bienestar económico del país como por nuestra propia salud mental. Cuanto antes nos saquemos de encima este día de la marmota de agravios, protestas, desatinos, algaradas y jugadas maestras que no llevan a nada mejor. Es hora de mirar hacia adelante.
Los acuerdos de investidura que el Partido Socialista y los nacionalistas catalanes, por lo tanto, me despiertan miedos y esperanzas considerables. Y aún con los abundantes reparos que me producen varias de sus provisiones, creo que pueden ser, potencialmente, una forma de cerrar esta era tan idiotizada y autodestructiva de la política catalana, y quizás, a medio plazo, un punto de partida hacia un país mejor.
Empecemos por la parte negativa, porque no es en absoluto despreciable. Muchos comentaristas se han quejado sobre cómo los acuerdos han hecho que el PSOE acepte el “lenguaje” o el “marco” del independentismo. Es cierto que ambos textos con a menudo insoportablemente ampulosos y recargados en la retórica circular del procesismo, pero ese me parece un problema menor. Como señalaba hace unas semanas, una de las principales obsesiones del nacionalismo catalán es usar esta palabrería farragosa y altisonante de bilateralidad, soberanía, nación o conflicto para decir banalidades, simplemente para provocar escándalo e indignación en Madrid. Los acuerdos incluyen copiosas cantidades de este trolleo para los fieles, simplemente para irritar.
Sobre soberanía, autodeterminación, libertad, revolución y demás no hay nada substancial. Todo está escrito en condicional, todo está supeditado a acuerdos, y no hay compromisos cerrados
Ofuscado entre tantas tonterías, la parte substancial de ambos pactos incluye sólo dos propuestas concretas y tangibles, sin condicionales. Primero, los partidos nacionalistas catalanes votarán a favor de la investidura. Segundo, el Congreso aprobará una ley de amnistía para los implicados en los disturbios y algaradas del procés. El resto del acuerdo, con la única excepción del traspaso de Cercanías (al que le dedicaré otra columna más adelante) es una montaña de vaguedades, indefinición y condicionales, sin apenas detalles concretos. Hay múltiples mesas de diálogo que hablarán sobre cosas, hay una “agenda de reformas y transferencias” y una serie de principios sobre el sistema de financiación. Pero sobre soberanía, autodeterminación, libertad, revolución y demás no hay nada substancial. Todo está escrito en condicional, todo está supeditado a acuerdos, y no hay compromisos cerrados en ningún tema concreto.
Los niveles de indefinición son casi hilarantes. El acuerdo con Junts recoge que Junts propondrá una reforma de la ley de financiación autonómica, y el PSOE “apostará por medidas que permitan la autonomía financiera”. Es un pacto donde las dos partes acuerdan proponerse cosas distintas. El de ERC dice que se “abordará la manera en que los acuerdos puedan ser refrendados por el pueblo catalán”, que es la forma rebuscada de decir que si pactan algo se comprometen a negociar como aprobarlo. Hay tres mesas de negociación distintas actuando en paralelo, algo que parece una receta para que nadie acabe pactando nada relevante.
La cláusula más importante, sin embargo, está medio escondida en el acuerdo con Junts. En el texto dicen que Junts propondrá la celebración de un referéndum de autodeterminación amparado en el artículo 92 de la Constitución, es decir, consultivo y autorizado por el Congreso de los Diputados a propuesta del Presidente del Gobierno. En esa cláusula el PSOE no se compromete ni a considerar esa solución; sólo dice que desarrollarán el estatuto de autonomía del 2006.
Los dos partidos que reventaron la convivencia en Cataluña y dieron poco menos que un golpe de estado para intentar romper el país han decidido acatar el sistema constitucional, y lo han hecho sin rechistar
Es decir: tenemos un partido independentista que ha renunciado por escrito a la vía unilateral hacia la secesión que era el problema central de procés, y lo ha hecho a cambio de que el Gobierno español siga implementando el marco legal vigente. Detrás de todas esas grandes palabras y aspavientos, los dos partidos que reventaron la convivencia en Cataluña y dieron poco menos que un golpe de estado para intentar romper el país han decidido acatar el sistema constitucional, y lo han hecho sin rechistar.
Si lo que queríamos era cerrar el procés y hacer que la política catalana y española vuelva a su tradicional (y perfectamente normal en sistemas federales) negociación de presupuestos, leyes y competencias, aquí lo tenemos. Esto es lo que este acuerdo está haciendo.
Quedan dos puntos por comentar. Sobre la financiación, uno de los problemas endémicos de nuestro sistema institucional es que las autonomías pueden gastar dinero, pero no recaudarlo. Un acuerdo que fuerce a los gobiernos regionales a pagarse sus intentos es muy necesario; veremos si el acuerdo con ERC va en ese sentido, y si la reforma de la LOFCA extiende este principio a todas las comunidades.
Segundo, queda la amnistía. No estoy seguro de que sea constitucional, pero tampoco estoy seguro de que no lo sea; los que dicen que es obvio e imposible aprobar creo que están hablando más desde el dogmatismo que desde la interpretación legal seria. Moralmente, la amnistía me parece una solución incómoda. Lo que sucedió en Cataluña el 2017 (un golpe de estado) fue extraordinariamente grave, y todo lo que vino antes y después tuvo consecuencias negativas profundas en la sociedad catalana. Es tremendamente injusto que un cretino como Puigdemont y su banda de demagogos y fanáticos pudieran hacer tanto daño al país y no sufrir consecuencias.
¿Volverán a las andadas?
Si ese es el precio de “cerrar” el procés de una vez, sin embargo, quizás este sea un precio que debamos estar dispuestos a pagar. Las algaradas independentistas fueron muy graves, pero no hubo muertes ni víctimas. Creo que, como país, deberíamos estar dispuestos a ser magnánimos, si eso soluciona el conflicto, o al menos lo convierte en la tradicional batalla partidista insoportable dentro de las instituciones, no un golpe de estado.
¿Me fío de que los independentistas no vuelvan a las andadas? Por supuesto que no, y el estado debe estar dispuesto a enchironar con entusiasmo si deciden romper otra vez el marco constitucional. Creo que es hora de ser pragmáticos, y aceptar que cualquier conflicto político como el catalán sólo podrá cerrarse en falso, con soluciones a medias e imperfectas que no satisfacen del todo a nadie.
Estos acuerdos son, potencialmente, la mejor solución para Cataluña y España ahora mismo. Creo que es un riesgo que vale la pena correr.