IGNACIO CAMACHO-ABC
El vuelco cambia la perspectiva del juego. Ahora Sánchez tiene la iniciativa y la ventaja de todo el aparato del Gobierno
ESTO de Pedro Sánchez puede ir para largo. El poder es un foco que realza los perfiles sobre el escenario; puede hacer parecer a un líder mediocre más inteligente, más preclaro, más hábil y hasta –míster
Handsome le llaman los periódicos anglosajones– más alto y más guapo. Para empezar, en una o dos semanas nombrará más de mil doscientos cargos, tantos como los que van a ser expulsados. Quitar y poner gente en sitios otorga una clara visibilidad del mando. Luego su nombre saldrá en muchas portadas de prensa que apenas le hacían caso y su figura sonriente abrirá a menudo los telediarios. Visitará o recibirá a dirigentes extranjeros y se retratará con ellos estrechándoles la mano, inaugurará proyectos que no ha puesto en marcha y los empresarios harán cola ante su despacho. Y, aunque sea con el presupuesto que Rajoy le deja casi aprobado, podrá repartir dinero y adjudicar contratos. Todo el mundo le llamará presidente y tendrá la iniciativa de las leyes y la capacidad de imponer su propio relato. Dentro de un año el país se habrá acostumbrado a verlo como el protagonista de la función política y su antecesor formará parte de un remoto pasado. Ahora parece débil porque va a presidir un Gabinete minoritario pero una vez que se asiente y empiece a tomar decisiones será –siempre lo es– muy difícil derribarlo.
Por eso deseaba la Moncloa a cualquier precio. Sabe desde el principio que nunca iba a ganar las elecciones desde una posición subalterna, sin escaño siquiera en el Parlamento. Fracasó dos veces y le dio igual porque no contaba con ser el primero; sus cálculos interiores, los que le llevaron a considerar «histórico» un doble retroceso, sumaban sus diputados a los de los nacionalistas y los de Podemos, con los que pensaba construirse el pedestal desde el que alzarse al Gobierno. Desde que logró resucitar de su ejecución a manos de sus propios compañeros no ha dejado de pensar en ello; se trataba de encontrar el momento. Una vez hallado, consumado el vuelco, cambian automáticamente las reglas del juego. Él tiene la manija, el asiento preferente del banco azul, la firma en los decretos y el aura favorecedora de todo lo nuevo.
Este cambio de perspectiva no tardará en reflejarse en las encuestas, que en unos meses pueden haber registrado un realineamiento de piezas. Sánchez tomará medidas de corte ideológico y factura fácil para estimular el ánimo de su clientela: igualdad, memoria histórica, picotazos simbólicos a la Iglesia, esa clase de cosas que definen un marco mental propio tanto como suelen activar los demonios de la derecha. Manejará la propaganda —la gran carencia del marianismo— con la destreza propia de la izquierda. Y se situará en ventaja durante una larga campaña electoral que ya ha quedado abierta. Se equivocará el que lo minusvalore olvidando que, como dijo Zapatero, en España puede ser presidente cualquiera.