JORGE BUSTOS.EL MUNDO

EL JEFE del PNV es un señor con cara de honrado quesero que se llama Andoni y no se siente español. Es verdad que mirando su fotografía sería imposible convencer a un sueco de que Andoni no es un español arquetípico, consumado y sin remedio, como después de todo han sido los vascos durante siglos. Pero si la españolidad de Andoni residiera únicamente en su efigie, aún podría viajar a Turquía para disimularla a golpe de injerto; en realidad, el principal obstáculo a la hispanofobia de Andoni son sus ideas, que se traducen en fórmulas verbales de gran plasticidad: «Luego querrán que los vascos se sientan españoles. ¡Ni por el forro!»

Discursos como este requieren una exégesis cuidadosa. Un análisis precipitado concluiría que la retórica ortuzeña no se diferencia gran cosa del ruido de una motosierra o el mugido de un buey. Pero eso sería tanto como negarle al jefe del PNV un pensamiento político articulado, que lo tiene y de hondo arraigo. Andoni habla por ejemplo de «redil», «perro del hortelano» y «cabreo vasco», y en ese campo semántico de caserío cualquier etnógrafo reconocería las esencias más puras del ruralismo nacional. Pero cuando a continuación emprende un medido descenso al terreno de la sicalipsis y alude al forro de los cojones, el peneuvista delata una armonía profunda entre su militancia y su DNI. Al menos eso opinaba su paisano Unamuno cuando lamentaba el «cerebro cojonudo del español», órgano que nadie puede escatimarle a nuestro Andoni, el hombre del forro.

El cipotudismo vasco o euskojonudismo no es sino la variante septentrional de una misma pulsión que unifica a todos los españoles más o menos desde los visigodos: el deseo de distinguirse a toda costa de su vecino. El ceñudo igualitarismo del español camufla un individualismo sin concesiones: se trata de llegar a ser igual que el mejor de tus paisanos, y si por fortuna –también llamada nacionalismo– se alcanza esa posición de privilegio, en ese punto se abandona todo interés en que los demás sean tan iguales como tú. El cristalino Andoni transparenta muy bien este entrañable tribalismo que encarna la lucha de clases a la española: «¡Nos quieren iguales… pero para empeorar!»

El tópico ha pintado al catalán como un pragmático comerciante y al vasco como rudo granjero, pero se está operando una curiosa reversión: la política vasca se catalaniza para acrecer sus privilegios mientras la catalana, cansada de sablear al Estado en incómodos plazos, se desliza hacia la brutalidad abertzale. Y luego están los suecos, que no comprenden que el socialismo en España se alíe sistemáticamente con las élites reaccionarias de cada terruño. Al final todo pasa por el forro.