José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Si es aceptable recibir el voto del ‘abertzalismo’, del independentismo y del populismo izquierdista, ¿por qué no habría de serlo también que la extrema derecha concurriese al festín político nacional?
Pedro Sánchez ha persistido en una pésima interpretación de la moción de censura que le llevó a la presidencia del Gobierno. La llamada ‘coalición de rechazo’ (que incluía, además de a Unidos Podemos, al PNV, a Bildu y a los partidos independentistas catalanes) prosperó porque se trataba de echar a Mariano Rajoy, pero no de investirle a él. Acceder a la jefatura del Gobierno por esa vía era legal y legítimo, pero políticamente implicaba lo que el propio Sánchez prometió: convocar elecciones “cuanto antes”. Al no hacerlo y pretender un proyecto de gobierno hasta el fin de legislatura dependiendo del secesionismo catalán, Sánchez se introdujo en un camino sin salida, traspasando unas líneas rojas antes respetadas en la política democrática española.
La respuesta a este planteamiento disparatado y a las políticas erráticas de su Gobierno (por ejemplo, en inmigración) se produjo el domingo en Andalucía en unos términos rotundos que alcanzaron a la ‘otra’ izquierda —la extrema y populista de UP—, que se desplomó proporcionalmente tanto como el propio PSOE. Los andaluces que acudieron a votar —habrá que saber por qué no lo hizo el 41% del censo— solo premiaron a Ciudadanos e hicieron emerger ruidosamente a Vox, paliando el castigo al PP, de forma que el bloque de estos tres partidos (59 escaños de 109) sobrepasó a las izquierdas con amplitud.
El sur de España (Andalucía: 8,5 millones de habitantes y más de 87.000 kilómetros cuadrados de superficie) no parece dispuesta a que la gobernación del país dependa de aquellos que quieren descoyuntarlo (separatistas catalanes y vascos) o dar un vuelco constitucional (Unidos Podemos) que nos devuelva al vacío democrático. Y, salvo que medie una rectificación completa, así ocurrirá en las demás comunidades autónomas que en mayo renuevan sus parlamentos.
Sánchez ha convocado con sus propias políticas a la derecha populista de Vox. Si es aceptable democráticamente recibir el voto del ‘abertzalismo’, del independentismo y del populismo que propugna un proceso constituyente, ¿por qué no habría de serlo también que la extrema derecha concurriese al festín político nacional? ¿Alguien podía pensar que el espectáculo de Iglesias negociando los Presupuestos con Junqueras en la cárcel sería una escena electoralmente inocua? Rotas las barreras de contención por la izquierda, se han quebrado también por la derecha.
Y Pablo Casado no ha hecho otra cosa que reconocer a Vox el estatuto político que Sánchez ha ofrecido a la extrema izquierda y al independentismo rupturista. La toxicidad de la ultraderecha es para los populares no mayor que la de la ultraizquierda y el independentismo para los socialistas. Pero, aceptada la ruptura de las reglas de juego por unos, las rompen los otros y el resultado es el actual panorama político.
En Andalucía, el racional electoral ha sido nacional y no autonómico. Por eso —y sin que quepa restarle a Díaz la dosis de responsabilidad que le corresponde—, el fracaso del PSOE y de UP es íntegro de Pedro Sánchez (e Iglesias) y de su gestión en estos cinco meses durante los que ha dilapidado sistemáticamente, y sin ninguna necesidad de hacerlo, la posibilidad de resetear la situación general con unas elecciones generales que quizás hubiesen permitido un Gobierno más transversal (PSOE y Cs) e integrador que la gobernanza que está ensayando y que, con propiedad metafórica, Alfredo Pérez Rubalcaba denominó como un Frankenstein político.
Por lo demás, que no se engañen los líderes de la izquierda: Vox fue votado por casi 400.000 andaluces. Eso quiere decir que los electores de la extrema derecha no salen solo de los que antes votaron al PP (y mucho menos a Cs) sino mayoritariamente de sectores sociales diversos que, por razones varias, expresan tanto hartazgo como desconfianza en la clase política convencional. Los discursos de barricada de Iglesias y los dramatismos de Díaz denotan que ni uno ni otra han entendido lo que está ocurriendo ni siquiera después de que haya sucedido, cuando lo que pudo ser una posibilidad se ha convertido en una contundente realidad política.
La izquierda española, además, no ha interpretado con cautela el contexto internacional en donde el cambio de paradigma político ha sido casi total. Francia, Italia, Hungría, Polonia o el Reino Unido son ejemplos, entre otros, de fuertes derechas iliberales que desbordan los partidos tradicionales de su espectro y de la izquierda, y reformulan las grandes variables de las políticas más sensibles.
Si en ese caldo de cultivo generalizado un socialismo como el español —al socaire hasta ahora de los populismos de derechas— no es riguroso y no establece un correcto modelo de relación con la izquierda extrema y los independentismos, y no lo ha hecho, sucede lo que aconteció el domingo. Por eso, el fracaso andaluz es todo de Sánchez y a Sánchez corresponde la rectificación para que el 2-D no sea el principio de un nuevo (y peor) sistema político en el que la polarización y la hostilidad sustituyan a las políticas de cohesión.