Ignacio Camacho-ABC

  • El Gobierno somete a los españoles a un experimento social que marcará los tiempos de salida o de encierro

Salir hoy a la calle no es obligatorio. Lo más recomendable sería incluso no hacerlo por muchas ansias de libertad y muchas ganas de trote o de paseo que todos tengamos -que las tenemos- al cabo de tantos días de encierro. Pero has de saber que de lo que pase depende en buena medida el resto del desconfinamiento. Que los efectos de la conducta colectiva de este fin de semana forman parte del experimento social que ha puesto en marcha el Gobierno. A falta de test masivos para hacerse una idea real de la infección, sustituidos por un muestreo, el calendario de normalización se somete desde este sábado a una prueba en vivo y en directo: si repunta el contagio

habrá que replantear todo el proceso. En cada una de esas confusas fases, los españoles vamos a funcionar como cobayas de un método de prueba y error que marcará los tiempos de salida o de aislamiento. Nadie ha sabido explicar aún por qué después de mes y medio de reclusión general sigue registrándose una notable cifra de nuevos enfermos. Tal vez el procedimiento de test por goteo tenga algo que ver, o tal vez no, con ese misterio. Lo único cierto es que el virus sigue ahí fuera emboscado como un francotirador a la espera de encontrarte en su línea de fuego.

La cuarentena obligatoria ha sido única decisión acertada, o al menos una de las pocas, que el poder ha tomado hasta ahora. Y lo hizo con demasiada demora, después de la mayoría de los países de Europa, cuando la epidemia se descontrolaba hasta una cota abiertamente peligrosa. Quizá quiso evitar o postergar en lo posible la parálisis económica y terminó encontrándose con dos catástrofes, la productiva y la infecciosa. No se puede quejar de la respuesta, aunque la orden era fácil: todos en casa y multa al que asome en la calle. El coste ha sido grande. Miles de muertos, millones de empleos y una muy discutible suspensión de derechos y libertades. Seis largas semanas después, la población acusa el desgaste; ha declinado el espíritu de resistencia, la rutina hace estragos en los hogares y hasta los aplausos de los balcones suenan con mucha menos fuerza que antes. La gente necesita aire; no somos una sociedad acostumbrada a las contrariedades. A partir de hoy se va a comprobar si además de obedientes, como dice el amigo Arcadi, somos también capaces de mostrarnos responsables. La experiencia del último domingo, la del paseo de los niños, deja un margen de duda inquietante que se suma a la certeza de que Sánchez y su equipo nos conducen al desastre.

Esto último ya lo sabíamos; estamos en manos de un grupo de aficionados irresponsables y doctrinarios, tan incompetentes que van a convertir a los ciudadanos en figurantes de un ensayo que si sale mal usarán como coartada de su fracaso. Por eso toca cuidar de nosotros mismos. Y en este momento no hay más que una manera de evitar al bicho: no ponerse a tiro.