IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • El Gobierno carece por completo de autoridad moral para pretender que creamos sus planes a 30 años vista

Sinceramente creo que no ha sido una buena idea esta de elaborar un plan para adivinar el futuro a tan largo plazo. ¿Por qué? Pues por varias razones. La primera es que el personal anda tan preocupado por el presente inmediato -por ejemplo, por si va a retomar su anterior puesto de trabajo en cuanto se termine el ERTE que le cobija-, que ese afán por conocer con extraordinaria precisión el número de horas semanales que trabajaremos en 2050, no sé… Quizás le deje un tanto frío.

Qué decir de las relaciones laborales cuya reforma, actualización o cambio (lo que usted quiera) ha sido anunciado tantas veces, como desmentido después en los discursos del Gobierno a lo largo de los meses transcurridos desde su llegada al poder, que carece por completo de autoridad moral para pretender que creamos sus planes a 30 años vista.

Una simple curiosidad: ¿Los ha hecho la vicepresidenta segunda, Nadia Calviño, o la siguiente en el ranking y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, o ninguna de las dos para evitar visiones diferentes y actuaciones contradictorias?

O los profesionales del transporte, que ven con cierta prevención las proyectadas tasas sobre las autovías y carreteras de gran ocupación y la subida de los impuestos de matriculación y circulación, y quizás no tengan tiempo para dedicarse a analizar cómo y en qué medio viajaremos dentro de 30 años. Además, son tantas y tan cambiantes las variables que influyen en el tema (precios de los combustibles, restricciones medioambientales, avances tecnológicos, etc.), que es muy posible que la realidad se parezca muy poco a cualquier previsión que hagamos ahora.

Lo mismo sucede con los impuestos. El Gobierno no ha sido capaz de decirnos cuáles va a aumentar en el inmediato futuro, tras decirnos una cosa y su contraria, para volver a la inicial y volver después a rebatirse a sí mismo, así que quizás carezca de la credibilidad necesaria para mostrar lo que pasará en 2050.

Decir que serán más altos es una apuesta sin riesgo, pero entrar en detalles, cuando hay tantas opciones diferentes -comparen las ideas de la ministra de Hacienda con las de la presidenta de la Comunidad de Madrid-, que todo dependerá de quién mande en aquel entonces. Eso sin contar con los procesos de armonización que hay en marcha a escala europea y que condicionarán nuestras intenciones.

Eso, en cuanto a algunas de las muchas cosas que se detallan en el plan, pero también podemos cuestionar las que no se mencionan. Por ejemplo, ya que tiene la vista tan aguda, ¿por qué no nos ha dicho cuál será para entonces el engarce de Cataluña en España, si es que tendrá alguno? O ya puestos, ¿cómo será la configuración del Estado de las autonomías? ¿Seguirán de pie las 17 actuales? ¿Quedará algún jirón vivo del Estado? Cosas más sencillas, ¿qué bandera ondeará en Ceuta y Melilla, ahora que están tan de actualidad? O ¿cómo es que se le ha olvidado relatarnos el sistema de elección de los jueces o el diseño de la financiación de los distintos niveles de la Administración? Nimiedades.

En resumen, no creo que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, vaya a salir reforzado de la comparación entre las graves indefiniciones del presente inmediato que padecemos a diario y las arriesgadas y ampulosas adivinanzas del futuro lejano que pretende contarnos como si fuesen verdades reveladas.

¿Y qué es exactamente lo que pretende ahora, aparte de que admiremos su previsión y su desvelo por nuestro futuro lejano? Si quiere el apoyo del resto de los partidos políticos a su plan, debería haber empezado por realizar un análisis conjunto.

Apoyarse sobre el centenar de expertos para redactarlo puede mejorar su credibilidad, pero presentarlo ya terminado no aumentará su aceptación por quienes no han tenido nada que ver con el empeño. ¿Será un esfuerzo baldío? Corre grave riesgo de serlo.