PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • Al parecer, salir la calle o criticarle equivale a ser un golpista. Ignoro si Puigdemont se habrá dado por aludido

Fue Richard Dawkins quien acuñó el término «gen egoísta» para expresar la idea del peso de la genética sobre las decisiones humanas. Sostenía que son los genes quienes se perpetúan a través de los seres vivos y quienes condicionan nuestra conducta.

La izquierda tiene un gen también egoísta que impulsa un comportamiento mimético desde hace muchas generaciones y que se expresa en un sentimiento de superioridad moral sobre la derecha. Desde el nacimiento de la Primera Internacional, fundada en Londres en 1864, la izquierda ha abogado por causas como los derechos de los trabajadores, la redistribución de la riqueza o la extensión del voto. La palabra ‘progreso’ ha ido asociada a estos movimientos frente a un inmovilismo conservador.

Este gen ha sido también muy útil para la hegemonía de la izquierda en nuestro país, que se arrogó una superioridad moral sobre la derecha tras el final de la dictadura y el estigma de su complicidad con el régimen. Símbolos como la bandera y el himno era identificados con el franquismo. Y, no por casualidad, Suárez y Fraga provenían del sistema.

El gen, transmitido de padres a hijos, no sólo no ha desaparecido por el transcurso del tiempo, sino que sigue activo. Sánchez es muy consciente y fomenta una polarización que le resulta muy útil para justificar sus políticas y dividir a los ciudadanos en buenos y malos.

En este contexto, el presidente habló en ‘La Vanguardia’ de una «fachosfera» en la que incluye a los partidos de la oposición y los medios no afines, que, según aseguró, se han conjurado para «derrocar» al Gobierno legítimo. Al parecer, salir la calle o criticarle equivale a ser un golpista. Ignoro si Puigdemont se habrá dado por aludido.

Ello no sólo le exime de explicar concesiones tan injustificables como la amnistía sino también de concretar su proyecto político, hoy a merced del chantaje de unos socios con intereses contrapuestos. Sánchez navega sin rumbo con el único propósito de que la nave no se hunda.

Su mantenimiento en el poder es el objetivo último de sus estrategias y sus pactos de suerte no ya que el fin justifica los medios, sino que son los medios los que justifican el fin. Ha convertido a sus alianzas en un bien por sí mismo, en un vínculo sacralizado, dejando de lado una coherencia que brilla por su ausencia. En esto consiste el gen egoísta de Sánchez.

Cuando un proyecto naufraga siempre existe la tentación de recurrir a la teoría de la conjura y es muy conveniente hallar a alguien a quien culpar. En lugar de hacer autocrítica, es más fácil atribuir las dificultades a un enemigo externo. Los genes nos ayudan a sobrevivir, pero también se vuelven contra nosotros y desencadenan enfermedades que nos destruyen. Ese gen egoísta de Sánchez ya está en un proceso de metástasis que devastará el cuerpo social.