EL MUNDO – 08/11/15 – ARCADI ESPADA
· Mi liberada: Te vi algo dubitativa la otra noche cuando quise que comentáramos la noticia de la militancia podémica del antiguo jefe del Ejército Julio Rodríguez. No sabías si acudir a tu memoria portuguesa, oh grândola vila morena, o a la renuencia puramente física que te causa lo militar. Aunque fuiste animándote a medida que comprobabas el desconcierto y la indignación que la noticia había provocado en la derecha. Entre tus encantos mayores está la mueca briosa con que pronuncias «la derecha»: siempre temo que la ch me salte a la cara. Pero te confieso que incluso para mí ha sido una noticia lamentable.
La candidatura del general Rodríguez es una excelente maniobra de Podéis, que actúa con eficacia sobre sus dos flancos débiles. Podéis es un partido que causa risa e incredulidad, dos reacciones que difícilmente causa un militar. El que alguien de semejante nivel y responsabilidad se haya tomado en serio a ese partido puede ser un factor nada despreciable de emulación. El reverso del análisis lleva a preguntarse cómo alguien que aprecia la delirante política de Podéis pudo mandar los ejércitos españoles. La pregunta tendría una respuesta rápida si se recuerda que fue el presidente Zapatero el que lo nombró, no sabes Sonsoles los miles de españoles que podrían ser Jemad; pero no resuelve la incógnita de cómo este hombre logró pasar los filtros de una institución con fama de lenta, meticulosa y conservadora. Le pregunté a Carmen Chacón, la ministra de Defensa que lo eligió.
No hay mayor misterio para ella. Su preparación: «Técnicamente era el mejor. Y moralmente intachable». Su capacidad: «Acabó convertido en uno de los generales más prestigiosos de la Otan». Hablé también con algunos militares. Para unos la carrera del general es impecable. Fue un gran piloto de caza sobresaliente, experto en logística y nadie puede discutir su profesionalidad. Es culto, laico (el primer Jefe que no juró su cargo), envió sus hijos al Colegio Estudio (suave regeneracionismo español) y, además, es discreto y buena persona. Estas opiniones favorables añaden que el Ejército funciona en sus promociones como una mafia y que el general se enfrentó siempre a esos métodos. La conclusión se desprende como una costra: ¡pues vaya error de la mafia!
Los otros ven a un hombre que ocupó siempre lugares técnicos, muy escorado hacia la izquierda y señalado ejemplo de una competencia que aseguran, sarcásticamente, que ha hecho grave daño al Ejército: los idiomas. Y ven, sobre todo, un funcionario. Me permitirás un rodeo en torno a esta palabra que es tan interesante, hablando en militar. Tú que eres tan guapa y tan lista sabrás que el sociólogo Charles Moskos definió dos modelos de Fuerzas Armadas: el institucional y el ocupacional. El primero se caracteriza por mantener el ethos profesional (primacía de la vocación y de los deberes sobre los derechos, objetivos que transcienden los intereses individuales, etcétera). El segundo es más permeable a los valores civiles: prioridad del interés individual, avance en los derechos y acotamiento de los deberes (horarios, cometidos definidos y no discrecionales, recompensas basadas en incentivos económicos). El modelo ocupacional está vinculado a la tecnificación de la sociedad y de la guerra.
Cuando se combate a golpe de bayoneta y se ven los ojos del enemigo el ethos importa. Más difícil es valorarlo, reconocerlo incluso, cuando se guía un mortífero drone desde una oficina, a miles de kilómetros del enemigo, y al cabo de ocho horas llega el relevo y el militar vuelve a casa a cenar con su esposa e hijos. El general Rodríguez dispondría, según este juicio, de poco ethos militar y, por tanto, de poco compromiso con la misión constitucional. Respondería a la percepción que tienen muchos militares de que lo prioritario en los pilotos de caza no es su vocación sino la ambición del avión de combate. Como el París de Enrique IV, un F-18 bien vale un juramento a la bandera. Sin embargo, los críticos también tienen una misión difícil: explicar cómo un funcionario de ethos mínimo puede llegar a Jemad.
Ahora el general ha llegado al lugar, tan distinto, de la política. La ex ministra Chacón, que tuvo con él una buena amistad, intentó, tras su pase a la reserva, que se vinculara con los socialistas. Pero no se decidió. Y es probable que las incorporaciones de Zaida Cantera e Irene Lozano, que han distanciado a Pedro Sánchez del favor de los militares, acabaran de frustrar el que parecía ser su destino político natural. Chacón deja caer malos augurios sobre su candidatura: «Mentiría si dijera que no me ha sorprendido. Incluso técnicamente. No lo veo como candidato, entre otras cosas por sus dificultades oratorias. Y creo que no podrá superar las contradicciones internas de apoyar a un partido que hace lo que hace en Cataluña y en el resto de España».
Lo que hace ese partido es defender el derecho de autodeterminación. Y lo trascendental es que ahora también lo defiende el hombre que ocupaba hace cuatro años la máxima jerarquía militar. Ahí está, firme y en pie, orgulloso de creerse un demócrata: un Jemad autodeterminado. Compárese este hecho deslumbrante con la posibilidad de que un Jemad defendiera la supresión, ¡democrática!, del régimen autonómico. Los estremecimientos que causaría en las socialdemocracias. Sí. Ningún otro estamento ha hecho la transición como el Ejército.
La decisión del general aporta aún más luz al insensato reto del presidente Artur Mas. Vuelve a probarse que la posibilidad de convencer al resto de los españoles de la legitimidad del secesionismo no es una utopía. O no mayor utopía que la de convencer a un Jemad de que la solución al problema de la secesión es el troceamiento de la soberanía constitucional. En realidad, mi liberada, hay dos maneras sucintas de interpretar la importantísima noticia del pase al activismo del general. El orgullo democrático de que un Estado sea tan poroso y plural, tan ecuánime, como para que una altísima autoridad militar defienda la autodeterminación de los territorios de ese Estado.
O bien. La fúnebre posibilidad de que el caso del militar autodeterminado sólo indique hasta qué punto ese Estado carcomido tiende a su destrucción.
Y tú sigue ciega tu camino.