Cataluña, historia de errores y cesiones

ABC 08/11/15
EDITORIAL

· El pasado debe servir para no repetir errores y responder decididamente al pulso separatista mediante la aplicación de la Constitución

LA historia reciente de la política democrática en España ha tenido en el nacionalismo catalán, representado por la coalición Convergència i Unió, un protagonista constante, que ha oscilado entre la colaboración en la gobernabilidad del país y la actual situación de ruptura separatista. ABC publica hoy un amplio repaso al tratamiento que los sucesivos gobiernos centrales han dispensado al nacionalismo catalán. Todos ellos han tenido en común la práctica de la transacción, en la que la cesión de nuevas competencias a Cataluña daba lugar al apoyo de CiU a nuevas mayorías o acuerdos de Estado. Mientras se mantuvo el «quid pro quo», es indudable que los nacionalistas catalanes facilitaron la estabilidad del país en su conjunto, aunque nunca transmitieron la seguridad de estar definitivamente comprometidos con el orden constitucional. En cuanto el Estado autonómico tocó techo en Cataluña, tras la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán de 2006, el nacionalismo decidió romper la baraja, pero ya tenía a su favor un nivel competencial de máximos y había logrado, además, sembrar la confusión en el PSOE, atraído por la idea de eliminar políticamente al PP con un pacto de hierro con los nacionalistas.

A partir de ese momento se ha producido una revisión histórica que hoy denuncia el error de haber cedido tanto a favor del nacionalismo, desde los primeros días de la Constitución, sin una recíproca actitud de lealtad hacia el Estado. No sería justo ignorar que la Transición requirió un ejercicio de equilibrios sin los cuales no habría sido tan exitosa la implantación de la democracia. Y entre tales equilibrios destacaba el de la relación con los nacionalismos, y no sólo el catalán, también el vasco. Los contextos históricos son determinantes para valorar en su justa medida las decisiones políticas tomadas en cada uno de ellos. Por eso, no es igual la responsabilidad de gobiernos centrales que pactaban con un nacionalismo catalán ávido de acumular poder, sin duda, pero suficientemente instalado en el pragmatismo constitucional necesario para gestionar ese mismo poder; que la de un Gobierno, como el socialista de Rodríguez Zapatero, que convirtió al socialismo catalán en una franquicia nacionalista y en promotor de un Estatuto confederal e inconstitucional. Puestos a encontrar causas de la actual crisis separatista, he aquí la inmediata.

Lo importante de este pasado tan lleno de perspectivas y enfoques es que debe servir para no incurrir en más errores y tiene que animar a responder decididamente contra la ofensiva separatista mediante la aplicación de esa Constitución que siempre fue marginada por el nacionalismo y no siempre fue bien defendida por el Estado.