José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Los compromisos que España requiere —Presupuestos y pacto en la UE— no son viables con Iglesias y UP en el Gobierno ni con los socios que sostienen precariamente a Sánchez en el Congreso
Los socios del Gobierno le están perdonando la vida a Pedro Sánchez y son el Partido Popular y Ciudadanos —¡qué cosas!— los que le apoyan en las prórrogas del estado de alarma y los que, con seguridad, secundarán este jueves al presidente en la constitución de un fondo de reconstrucción financiado por la Unión Europea, algo distinto a los eurobonos pero también diferente al rescate puro y duro que reclaman los calvinistas del norte.
Los discursos de los portavoces del PP y de Ciudadanos —Pablo Casado y Edmundo Bal— fueron duros este miércoles en el Congreso de los Diputados. Pero los que verdaderamente dejan herido al Gobierno han sido, y siguen siendo, los de sus socios de investidura, incluso el del PNV, que ha comenzado una maniobra de discreta retirada en el apoyo parlamentario a la coalición progresista.
¿Progresista? Justamente ahí, sobre la militancia progresista gubernamental —consista el progresismo en lo que pueda consistir, porque hasta los ‘abertzales’ radicales lo abrazan—, golpearon los portavoces de los grupos que llevaron, con su voto o abstención, a Pedro Sánchez a la Moncloa. Y en donde le seguirán alojando a modo de rehén no sin mortificarle con las invectivas más erosivas a la autoestima del progresismo.
Para la izquierda gobernante —especialmente el PSOE— escuchar de sus socios de ocasión reproches de recentralización de competencias, de militarización de la comunicación y de la gestión de la pandemia, de acierto cuando rectifica, de utilización de la Guardia Civil contra las libertades, de que la autoridad única del estado de alarma está desenvolviéndose en la confusión y la improvisación, todo eso, supone un calvario político. No lo es para Unidas Podemos, ni para Pablo Iglesias, porque —al margen del desganado discurso de Echenique— los populistas y comunistas están mucho más identificados con los que critican a Sánchez que con los que le elogian.
El ‘lapsus’ —admitamos el pulpo como animal de compañía— del general de la Guardia Civil José Manuel Santiago sobre la extraña tutela de la veracidad informativa que el Gobierno ha encargado al instituto armado y la extravagante medida de alivio del confinamiento de los niños (paseos hasta los supermercados, bancos y farmacias con los padres) resultaron una munición eficacísima para todos los grupos, pero de modo muy especial para los que tienen la manija de la estabilidad parlamentaria del Gobierno en su mano.
No hay nada menos progresista que utilizar un cuerpo policial (de carácter militar) como vigilante de la libertad de expresión y prensa; ni medida más irritante para la ciudadanía que adoptar decisiones erróneas que afecten a los niños, tras cinco semanas de reclusión en sus casas (con y sin jardín), sin escuelas y colegios, y privados abruptamente de sus hábitos de vida.
Es una contradicción, también insalvable, que sea a este Gobierno, precisamente a este, al que independentistas y nacionalistas catalanes y vascos le reprochen la aplicación subrepticia de una suerte de 155 que interviene las facultades autonómicas. Y resulta igualmente paradójico que le afeen su torpeza comunicadora cuando todo un enorme aparato en la Moncloa está al servicio de la elaboración de marcos mentales de adhesión a la causa gubernamental.
En definitiva, que entre las zancadillas de Iglesias en el Consejo de Ministros —bien le conocía Sánchez cuando afirmó el 18 de julio de 2019: “Necesito un vicepresidente que defienda la democracia”— y el zarandeo de los socios de investidura, el Gobierno boquea y el PSOE solo puede posar los ojos para el futuro inmediato en el Partido Popular y Ciudadanos. El ‘lapsus’ del general Santiago, los paseos de los niños, la recentralización, la militarización, la comunicación de la crisis (según la jerga utilizada por los portavoces de la mayoría parlamentaria) dejan al Ejecutivo exangüe.
No causó mayor preocupación que Sánchez se haya cargado a instancias de Casado la ‘mesa de reconstrucción’ y sustituido esta de la noche a la mañana por una improbable comisión parlamentaria que a saber cuándo comenzará a funcionar. Porque todos los partidos supieron que esos pretendidos pactos consistían en realidad en la socialización de las responsabilidades gubernamentales en la mala gestión de la crisis con unos datos que hablan por sí solos.
Este Gobierno ya nació con la tara del fracaso electoral del 10-N. Pero en un contexto socioeconómico diferente y con algún margen de maniobra. La pandemia ha alterado sustancialmente el escenario y la coalición entre el PSOE y UP se va convirtiendo, hasta para sus socios, en un lastre. España necesita dos grandes acuerdos que implican aferrarse al sistema constitucional y a nuestro compromiso europeo. El primero, unos Presupuestos Generales del Estado que encaren la situación calamitosa que vivimos. Y luego, un pacto en la Unión Europea apoyado por socialistas, populares y liberales.
¿Con Iglesias en el Gobierno? Con él y lo que representa, ambos compromisos serán difícilmente viables. Por eso, o Sánchez prescindirá de los morados (en realidad, cada vez que afirma lo contrario hace más verosímil la ruptura), o Iglesias evacuará los despachos ministeriales que ocupan él y sus ministros para que no le ocurra lo que le sucedió a Tsipras en Grecia, en donde ahora gobiernan los conservadores