EL MUNDO – 18/02/16 – ARCADI ESPADA
· Se da un grave momento en la vida de las familias cuando aparece el niño, se planta delante del padre y le dice «caca, culo, pedo, pis». Papá puede reaccionar de dos modos básicos. Uno diciéndole: «Qué niño tan listoooooo, que ya ha aprendido cuatro palabras nuevas. Ven, cabroncete, que vamos a decirlas juntos: «Ca-ca… Cu-lo…». O bien puede hacer como Alberto Fernández Díaz y salirse del salón, porque la poetisa Dolors Miquel ha dicho «coño, fills de puta, vagina y amén», esto último en disléxico.
El aturdimiento general de la opinión permite que se haya hablado de ofensa a las creencias y de blasfemia porque la poetisa decidió recitar uno de sus poemas, Mare Nostra, en la ceremonia de entrega de los premios Ciudad de Barcelona en el Ayuntamiento correspondiente. No insistiré hasta qué punto el ejercicio de la libertad debe soportar de forma inexorable el efecto colateral de la ofensa; porque ni siquiera es éste el debate que plantea el recitado de la poetisa. Mare Nostra no alude a la virgen católica ni al dios católico ni a monaguillo alguno. Y es más: incluso apela a que los mencionados fills de puta «no aborten el amor», lo que coloca a la poetisa en el rango quimérico de los fieles provida.
Es verdad que la poetisa se sirve de la métrica de la oración. Como Quevedo, a fin y efecto de insultar a Felipe IV: «Phelipe que el mundo aclama (…) mira que la adulación, te llama con fin siniestro Padre nuestro». Mario Benedetti: «Padre nuestro que estás en los cielos con las golondrinas y los misiles». Martí i Pol: «Padre nuestro que estás en el cielo, sea aumentado a menudo mi sueldo». Y tal.
La poetisa dice «caca». Alberto Fernández dice: «Ha faltado respeto». ¡¡Caca!! Y la alcaldesa Ada Colau dice: «Qué valientes y valientas». Mmmm… caca. Esta coincidencia general está a punto de dejar a España sumida en un flatulento olor de guardería. Padre nuestro, que estás en el cielo. ¿Sería posible que las personas adultas evitasen celebrar a cada minuto del día el gobierno de los niños? ¿Sería posible que en España hubiera al menos un partido, al menos un periódico, al menos un diógenes que aprendiera a disciplinar con paciencia su adanismo, con ironía su arrogancia y con baldeos cíclicos el chikipark en que planean convertir toda Academia?
Dánosle hoy.