LIBERTAD DIGITAL 27/11/14
PABLO PLANAS
Se preguntaba hace unos días Javier Somalo que qué tenía que pasar en Cataluña para que se aplicara el artículo 155 de la Constitución. Desde el 9 de noviembre ha pasado de todo pero la mención del susodicho ya no ha lugar, porque la Carta Magna está en cuarentena, bajo sospecha y, por lo que respecta a Mas y compañía, ha caducado, no rige, kaput, fuera de servicio. En el reformatorio, como bien describió en su artículo Somalo.
El golpe de Estado en Cataluña ya no es un papel de la ANC, una declaración de intenciones del Parlamento regional o una exageración periodística, sino lo que lleva a cabo el presidente de la Generalidad cada vez con mayores muestras de desprecio por las libertades, la democracia y las leyes. Es probable que ni él mismo se imaginara hace un par de años hasta dónde podía llegar con la pamema del derecho a decidir. Las tres décadas de régimen nacionalista (con los medios, las escuelas y las empresas al servicio de la causa) y los intereses partidistas de todas las moncloas y cloacas del Estado han pervertido hasta tal punto las cosas que resulta de lo más normal que Mas se haga pagar un mitin por la Administración pública para exponer un proyecto personal que supone la eliminación del sistema de partidos a cambio de un Gobierno de unidad. El precedente directo de semejante barbaridad es aquello del general Armada y el 23-F, un ejecutivo de unidad y un «después ya veremos qué pasa».
El Estado español no existe en Cataluña. Ni tampoco el Poder Judicial. Manda Mas, quien pese a la que ha liado ostenta la categoría de representante ordinario del Estado de España en la región. De eso presumía horas después de su arenga de la fase final del proceso separtista, cuando el portavoz de su partido en la cámara autonómica le preguntaba si tenía constancia de la visita de un tal Rajoy a Barcelona prevista para este fin de semana. «Como representante que soy del Estado, no», contestaba Mas. Si, bwana, cabeceaban los diputados.
Ese tal Rajoy tiene que lidiar ahora con la incómoda dimisión de la ministra Ana Mato mientras Mas agita los cuartos de banderas de sus consejerías, deletrea la asonada en una asamblea con tres mil funcionarios, alcaldes y comisionistas y se chotea de la Fiscalía. La diferencia está clara. Por la parte del PP, Bárcenas reside en la cárcel y la exministra Mato va a ir a juicio. Por la parte de Mas, todos los corruptos del catalanismo, de Pujol a Millet, están en la calle, a su bola, a la espera de que en par de años la República catalana les repare los daños. De la condenación a la condonación.
Y mientras las grandes empresas preparan las maletas en unos casos o se preparan para la situación en otros, ya no es la ANC quien marca los comercios amigos. Dos agentes específicos de la nueva democracia catalana, el empresario que negó el saludo a Felipe de Borbón y una diputada de CiU llaman al boicot de una empresa catalana que ha hecho un anuncio que tachan de «unionista». Se trata de Freixenet, a cuyo propietario le acaban de imponer la cruz, pero no la de Sant Jordi. José Luis Bonet es el reciente presidente de la «Cámara de Comercio de España». Ha comenzado una Kristallnacht (que también fue un 9-N) en las redes sociales. Es una muestra más de lo que pasa en Cataluña, aunque ni de lejos lo más grave. Delenda est Hispania.