Ignacio Camacho-ABC
- A Sánchez le espera, como dice Casado, un calvario. Pero los via crucis en el poder siempre resultan menos pesados
Tiene razón Pablo Casado cuando le dice a Sánchez que la legislatura pende de un hilo. Pero ese hilo no lo van a romper los manifestantes de las cacerolas ni los diez diputados de Ciudadanos, que son sólo la pieza provisional de recambio para cuando a la mayoría Frankenstein se le suelte una pierna o un brazo. Sólo hay una persona que puede cortarlo: se llama Oriol Junqueras y desde la prisión de Lledoners controla la duración de este mandato como quien maneja un grupo de marionetas en el escenario. El líder separatista está usando el estado de alarma para recordarle al presidente que le debe el cargo, pero ambos saben que el voto negativo de Esquerra a la prórroga
es sólo un amago y que el proyecto de la investidura sigue intacto aunque la emergencia del Covid-19 le haya modificado las prioridades y los plazos. Incluidos los de las elecciones catalanas, cuyo horizonte problemático obliga al dirigente preso a administrar su apoyo al Gabinete con sumo cuidado. Casado también acierta al pronosticar que cada votación parlamentaria va a suponer para la coalición gubernamental un calvario; sólo que el via crucis del poder desgasta menos, como bien decía Andreotti, que el tormento de una oposición sin masa crítica para la moción de censura y dividida en la pugna interna por el liderazgo. Por honestidad, alguien debería explicarle a esa España cabreada que la Constitución blinda al Ejecutivo por un año y que por tanto las elecciones no se pueden adelantar a cacerolazos. Queda, pues, sanchismo para rato, y si cae más adelante no será por la epidemia ni por el caos con que la ha gestionado sino por la catástrofe socioeconómica que el virus dejará tras su paso.
Por disparatado que parezca, el Gobierno no contempla ningún cambio de perspectiva ni de alianzas. Ni siquiera con el comodín de Cs, imposible de utilizar cuando llegue el momento clave de una negociación presupuestaria que incluya una subida de impuestos capaz de dejar a la clase media arruinada. Para garantizarse la estabilidad, Sánchez e Iglesias tendrán que rescatar la agenda catalana, la condición sine qua non para que ERC no les corte definitivamente la luz y el agua. Ése es el hilo que tienen que conservar bajo cualquier circunstancia, y lo intentarán aunque el país atraviese una crisis dramática. Y no se va a tratar sólo de recomponer la «mesa» ahora arrumbada sino de otorgar a los reclusos del «procés» el alivio penitenciario que les fue prometido en voz baja.
Claro que hacer cálculos estratégicos cuando el mundo entero está en shock no deja de ser un pensamiento ilusorio. Todo, y todo es todo, puede irse al traste si el virus permanece -o regresa- en otoño. Pero aun así, en los planes de Sánchez no entra ni por asomo, con o sin rescate europeo, la idea de cambiar de socios. El centro y la derecha son sólo mirones en esta partida de tramposos que se vigilan de reojo.