Lo dijo el poeta y escritor francés Alfred Victor de Vigny. Este autor que casi nadie recuerda – sus diarios son una pura delicia – tuvo nada menos que al mismísimo Rousseau como preceptor en su infancia. De Vigny, soldado, culto, aristócrata, refinado y sumamente desdichado con las mujeres murió solo, aislado y triste, pero creyendo todavía en que la fraternidad entre los hombres era posible. Las heridas que le infligió la vida no menguaron su capacidad de esperar un atisbo de luz y de esperanza. Cito a este colosal escritor porque vivimos tiempos en los que la oscuridad se ha cebado sobre España de manera insoportable. La alta traición es cotidiana, la mentira se ha hecho habitual y el desprecio, cuando no odio, hacia aquellos que no piensan como nosotros es el rasgo más común entre quienes habitamos esta vieja nación. Vieja y rota bandera honra más al regimiento que la empuña, se decía en la milicia. Ignoro que se dirá ahora, cuando existen más banderas que abanderados y todas las pergeñan diseñadores del pensamiento y no soldados de a pie, de los que se enfangaban hasta las rodillas, aquellos que integraban los Tercios en Rocroi y que tan bien ha descrito literariamente Pérez Reverte y pintado magistralmente Ferrer Dalmau. Lo llaman el pintor de las batallas, aunque que se le debería llamar el pintor de los españoles, de nuestras gestas, de nuestras derrotas, de nuestros sacrificios, del español que empuña la vieja bandera haciendo del honor y el deber algo poético, sublime.
Vivimos tiempos en los que la oscuridad se ha cebado sobre España de manera insoportable
Vienen a cuento estas reflexiones porque ayer se perpetró un golpe de estado en el Congreso ante la indiferencia del pueblo español. Amparado en la aritmética parlamentaria, que no en razones morales o éticas, el gobierno proclamó una ley que conculca el principio de igualdad entre españoles y glorifica a los delincuentes a cambio de su apoyo. Flaco servicio a la nación, pero también a ellos mismos porque la delincuencia nunca tiene suficiente y no se cansará de exigir más y más hasta que suceda algo que los frene. Ese momento llegará, porque si algo nos enseña la historia es que bajo sus infinitas arenas yacen las tumbas, monumentos y esqueletos de quienes creyeron ser en su día el centro del universo. El tributo que se cobra el paso de los siglos es la total irrelevancia de los vanidosos que pretendieron pasar a la posteridad como nuevas encarnaciones del Coloso de Rodas, no llegando siquiera a simples y desechables miniaturas. Que nadie dude, pues, que esto que ahora se nos antoja terrible, porque lo es, acabará por pasar. Pero el asunto es acelerar ese olvido y ahí radica la duda entre la gente de la calle. En no pocas ocasiones la gente me pregunta qué se puede hacer y yo siempre respondo lo mismo: resistir, luchar, no resignarse, plantarse en medio de la historia e impedir que quienes nos desearían ver hundidos y esclavizados avancen un paso más. No es preciso hacer grandes heroicidades, porque ahora lo que hace falta es el héroe cotidiano, el ciudadano común. Cada uno desde su sitio, desde su responsabilidad sea mucha o poca.
Que nadie dude, pues, que esto que ahora se nos antoja terrible, porque lo es, acabará por pasar
Todos estamos convocados a oponernos en la forma que esté a nuestro alcance. Es tan importante, o incluso me atrevería decir que mucho más, firmar un manifiesto, afiliarse a una asociación constitucionalista, acudir a una manifestación, hablar claro en el trabajo, en la asociación de vecinos, en las juntas de padres, en el bar, entre vecinos, entre amigos, que dar un discurso en el congreso. Y votar. Aquí no caben estetas con mohín de disgusto. Porque en esa papeleta se concentra todo lo demás, todo el esfuerzo por revertir el daño que se le está causando a España. Honor y deber, he ahí lo que se nos demanda en este histórico y crítico momento de la historia. Y nadie puede negarse, so pena de ser motejado de traidor.