El horror del pacifismo

JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • De todos los horrores de la guerra, el más injusto es pretender que el agredido no resista

La guerra de Ucrania se ha cronificado. Apuestas de arúspices aparte, puede durar aún seis meses o seis años. De todos los horrores de la guerra, el más injusto es pretender que el agredido no resista. Hay tantos horrores en los que no reparan las buenas almas. Su consternación o su dolor vicario, viendo la guerra a lo lejos, se concentra en imaginar los desgarros de la carne y del alma, en los efectivos destrozos físicos como una foto fija, en las heridas abiertas y en las pulsiones que anuncian su continuación, brotes de sangre, balas en busca de carne, filos dispuestos a zanjar su orfandad de gargantas. La catástrofe, el derrumbe, la trituradora de hombres en marcha que no se detendrá hasta que no quede sangre que verter o hasta que una rendición complazca al bando vencedor, afortunado. En la cultura humanista convencional, de las guerras solo salen derrotados. Ya, pero es que entre los horrores de la guerra hay otro: la necesidad de ganar se impone. De este tampoco solemos acordarnos por efecto del estallido de sangre en nuestra cara. Estallido virtual, sombra leve y distante, fuerza más narrativa que moral. Otra serie de ficción son hoy las guerras ciertas una vez atraviesan los filtros de las redacciones, las pantallas, los corresponsales. Sobre todo si esa guerra en concreto se enmarca en parámetros que podrían ser los nuestros. No sabemos lo que es una guerra en Mali por falta de elementos con los que construirnos algo de contexto. Pero sí sabemos lo que es una guerra en Kiev porque podríamos vivir en Kiev y ser igual que somos. Conozco Kiev y doy fe.

No es nada nuevo que los verdaderos horrores de la guerra se mantengan agazapados en los libros que no compra la gente del común. Los dilemas éticos. Lo preferible frente a lo bueno. Hay que ir a Kant, hay que buscar cada imperativo categórico con una linterna en medio del bosque y de la noche cerrada, hay que saber elegir lo mejor entre lo disponible. Lo mejor es una instancia moral previa a la del bien mismo. Julián Marías, que llenó de tesoros este diario bendito, lo explicó con su elocuencia legendaria. Una vez logres atravesar el espanto de los pedazos de carne volando que tan fácilmente cabe imaginar, una vez recapacites en que de repente no hay vida cuando aún resuena el eco de la voz segada, como si allí no hubiera habido un hombre segundos antes, vas a conocer el tipo de horror que a mí me causa un especial espanto: el pacifismo de rendición, el pacifismo de ceder al invasor, el pacifismo de me has matado cien amigos y yo ahora quiero vivir, el pacifismo de haz lo que quieras con nosotros pero acabemos con esto. El pacifismo que nunca surge del alma de los afectados, de los diezmados, de los ocupados, de los sojuzgados, sino del intelecto de los distantes resabiados, de los diletantes de la moral. La guerra es mala, vaya descubrimiento. Hay guerras justas.