El hundimiento del PSOE: su contumaz confusión de línea roja

FRONTERA D 03/10/16
MIKEL ARTETA

Escribía hace 3 años Gabriel Tortella, en su memorable artículo «El tigre que nunca debió salir de su jaula», lo siguiente:

“Desde la asunción del poder por Jordi Pujol y su partido, el gobierno catalán ha llevado a cabo una labor de adoctrinamiento de la población que no podía sino surtir sus efectos. Los instrumentos utilizados han sido todos los resortes de Estado, pero sobre todo la educación y los medios de difusión. Se ha difundido entre la población catalana, desde la escuela primaria hasta la prensa y la televisión, una versión deformada y victimista de la historia, repleta de falsedades, como que en 1714 se hubiera aplastado a una nación catalana que luchaba por su independencia.

(…) La razón de este adoctrinamiento sistemático también es simple: el nacionalismo lo necesita para mantenerse en el poder. Todos los nacionalismos necesitan mitos, es decir, historias más o menos falseadas, para justificarse. El franquismo, versión extrema del nacionalismo español, también propalaba una versión maniquea de la historia de España en que los demócratas eran los malos y los autoritarios los buenos.

(…) Ello explica la indiferencia, o incluso la simpatía con la que el conjunto de la población española ha considerado a estos nacionalismos periféricos, y la pasividad irresponsable con la que los gobiernos de la democracia han tolerado las continuas violaciones de la legalidad vigente perpetradas por los nacionalistas catalanes, repetidamente denunciadas por los catalanes no nacionalistas y condenadas por los tribunales,

(…) ¿Por qué ahora? Las razones también son muy claras: hace ya una generación y media que la población catalana, especialmente los niños, han sido sometidos al bombardeo mental incesante de la salmodia nacionalista: aquellos niños son ya adultos enardecidos por la «opresión», el «expolio», la «incomprensión», etc. Por eso durante estas décadas la fracción de los catalanes partidarios de la independencia ha subido como la espuma, desde cifras muy pequeñas hacia 1980”.

La cosa es sencilla: por comodidad, por injustificada vergüenza ante un pasado franquista del que, pese a la matraca, formaron parte destacada las élites catalanas y vascas (y buena parte de esas mismas sociedades), por no confrontar ideas ni tratar de canalizar ideológicamente a la opinión pública (¡ay, lo “atrapalotodo”!), los partidos estatales dejaron al nacionalismo llevar a cabo su construcción nacional, impúdicamente antidemocrática; y de paso los consagraron como “nacionalistas moderados” o incluso «democráticos» porque, ya se sabe, mientras se defiendan sin violencia “todas las ideas son legítimas y perfectamente democráticas”. Miren, no es verdad: hoy Hungría celebra un, ¿democrático?, referéndum para ver si aceptan o no la cuota de refugiados sirios. ¿Qué dicen a esto nuestros progresistas?

La fiera que el nacionalismo fue alimentando (mientras nuestros representantes les daban plácet democrático, les ofrecían poder en el gobierno nacional –aceptando chantaje tras chantaje en los presupuestos nacionales–, les apuntalaban en sus respectivos gobiernos autonómicos y, finalmente, les evitaban sanciones jurídicas haciendo la vista gorda cuando aplicaban las políticas “normalizadoras” de exclusión pública de lo español, común y mayoritario) decidió, en edad adulta (adoctrinados tantos catalanes en el odio a lo español y, sobre todo, copada la administración por el nacionalismo y clientelizadas tantas asociaciones que promueven el credo independentista), salir de su jaula y morder tanto la mano de quien le dio de comer (ahí tienen a Pujol y a Mas, sobrepasados y aplastados por su invento) como la de quien, cuando menos, consintió el menu. La naturaleza del tigre, como la del escorpión.

Este tipo de fenómenos ocurre cuando se deja proliferar socialmente (o incluso se promueve estratégicamente) un discurso en el que muchos creen, para no desgastarse contraponiendo argumentos que lo contengan, pese a que, por convicción y responsabilidad, se acabará haciendo -y deseando- lo contrario de lo que se pregona. Sorprende, pero es ley, que las organizaciones humanas sean tan miopes y no anticipen los futuros efectos perversos de las prácticas hodiernas. Del mismo modo que el PSOE (el PP no le va a la zaga) ha alimentado la legitimación democrática de los antidemocráticos nacionalistas, también dio de comer a una segunda fiera (retroalimentado, de paso, a la primera): si en un caso alimentaron la supremacía moral del nacionalismo «somos mejores, merecemos más recursos que los demás», en el segundo la fiera han sido sus propios militantes, cebados durante años con un discurso vacío y emasculante: «líbranos del PP». Amén.

A tal punto llega el sectarismo, que hoy circula por nuestro ecosistema, sin resistencia, un mantra tan absurdo como el de que no se puede pedir al militante del PSOE que entienda la abstención al PP porque, en tal caso, hubiera votado al PP directamente. Es evidente, aunque chocante, que quien esto aduce no entiende la diferencia entre mayoría absoluta y mayoría simple. Ni entre investir, gobernar o hacer oposición. Poco rodillo legislativo, empezando por los presupuestos, puede aplicar el PP si necesita constantemente a Ciudadanos y al PSOE para legislar. A menos, claro, que estos partidos no tengan nada que exigir al Gobierno que pueda interesar a sus respectivos votantes. En cuyo caso, mejor que se disuelvan porque habrían dejado de ser útiles.

Así, en el mejor de los supuestos (dejando necesariamente de lado la deriva centrífuga y desvertebradora de Zapatero), el PSOE ha tratado de ser un partido de Estado cuando gobernaba mientras se quedaba reducido a un partido sectario, dispuesto a reprobar moralmente al adversario político cada vez que estaba en la oposición o, sencillamente, cada vez que se dirigía a sus votantes y militantes. Y, claro, argumento tan simplista fue perfectamente asumido y copiado primero por los nacionalistas y ahora por Podemos que, remozados y sin responsabilidades serias de gobierno, patrimonializan mejor los agravios y los aspavientos contra el PP.

De ahí el Talegón o talegazo. Sucede que el PSOE no puede ser hoy un partido de Estado. Sólo es un partido más anti-pp y eso sólo da ya para sumar con Podemos e independentistas. Da para una mayoría a la contra, para destruir, no para construir. Pedro Sánchez comprendió esto, lo asumió como quien asume que una miga de la tostada se ha caído en el café con leche y lo gestionó, sin ningún tipo de principios de medio o largo alcance, reduciendo la cosa a una cortoplacista lógica sistémica que le garantizase su propia supervivencia: puesto que sólo hay una tesis cierta en el seno del PSOE («el PP es el mal supremo») y puesto que nadie quiere terceras elecciones (y menos un PSOE que se desangra), se dispuso a formar gobierno con el independentismo.

Desgraciadamente, más grave aun que esto último es que la vieja guardia, que pretende tomar el relevo, siga sin asumir la realidad de una militancia que, desde hace mucho tiempo y como consecuencia del discurso que vienen utilizando para legitimarse, choca abiertamente con los principios fundantes del socialismo. Lo cierto es que al militante socialista tipo y a buena parte de sus votantes parece no importarles demasiado renunciar a la igualdad y sustraer un quinto del PIB español (lo que genera Cataluña) de la trasferencia de rentas (desde los lugares más ricos a los menos ricos) en nombre de la diferencia. Se diría que no molestan los fueros vascos y que se percibe como estupendo acomodar a Cataluña, dándole su cupo. Y nadie en la cúpula del partido parece querer mover un dedo ni asumir el coste político de empezar a revertir tal desatino.

Consumada esta locura colectiva, el PSOE sigue negándose a explicar que para la socialdemocracia hay algo mucho peor que un gobierno del PP (que, con Rajoy, no es un gobierno neoliberal, sino más bien un gobierno tecnócrata en un mundo cada vez más sistémico, donde el supuestamente más «rojo» de los presidentes socialistas tuvo que claudicar ante los mercados como luego hizo Tsipras y como haría el mismísimo Pablo Iglesias si, llegado el caso, no prefiriera estrellarnos): peor que el PP, decía, es que las regiones más ricas de España no contribuyan a la solidaridad interterritorial lo que en justicia –que pasa por atender a los ingresos de cada ciudadano– deberían. De lo contrario, ni habría recaudación ni redistribución. De cajón.

Si no se asume que la izquierda es, por definición, más antinacionalista que antiliberal, Podemos seguirá teniendo su autopista preparada para captar votantes socialistas con la monserga de la «plurinacionalidad». Y lo hará con las formas autoritarias que caracterizan al supremo líder. No roer este hueso es lo que está partiendo al PSOE por la mitad: los votos que no se han ido a Podemos, buscando ser consecuentes con el mentado discurso de la diferencia, se van a un PP moderado en su discurso (por eso aguanta a pesar de la cris; ¿dónde se ha escondido la Iglesia estos últimos años?) o a Ciudadanos, buscando apuntalar en ambos casos la igualdad. Así de triste, oigan.

Por eso desespera tanto la gestión que, llegados a este punto, está haciendo el partido de su crisis. Si ayer tarde -y noche- escucharon a Carmona, una cosa parece clara: el PSOE no piensa hacer ningún propósito de enmienda, no piensa cambiar de estrategia, no piensa explicar nada ni convencer a nadie de cuáles son los principios socialistas y de cómo deben plasmarse en un programa de gobierno que diga lo mismo en Sevilla, Madrid, Valencia, Gerona o Bilbao. Dice Carmona, que parecía estar dando la versión oficial, que el sector crítico no busca abstenerse ante el PP, sino decir «no», pero de verdad. Porque Sánchez, alegaba, había mentido cuando dijo que defendería hasta el final el “no” a Rajoy, como prueba la confesión de Felipe González. Tremendo el nivel de la explicación…

Así pues, no se trata de reconocer los errores del más reciente legado socialista, de recuperar un proyecto nacional y creíblemente de izquierdas para España, de reprochar a Podemos su deriva disgregadora, diferenciadora y desigualitaria y postularse en consecuencia como auténtica alternativa de izquierdas. No, se trata de persistir en el acrítico e insustancial “no es no”.

Y, puesto que nadie se atreve a apearse de esa estrategia y reconocer que hay un mal bastante mayor que el PP, ayer nunca hubo dos propuestas políticas distintas encima de la mesa. A Sánchez se le echó tras un “no” a Rajoy pactado por los órganos internos del PSOE. Fue un golpe de mano con las peores formas (¿una votación a mano alzada era lo mejor en semejantes circunstancias? ¿Con esa tensión no hubiera sido mejor un voto secreto y no uno que señalara uno a uno a todos los que estaban en minoría?). Un golpe que difícilmente podrán entender votantes y militantes si no se ponen encima de la mesa las auténticas razones, más allá de los juegos de poder que siempre se dan por hechos.

Por eso, comienza a ser evidente que a Sánchez le habían tendido una trampa. Nadie se apea del «no» (de la simple tesis anti-pp); pero al parecer, según cuenta Felipe, Sánchez tenía que abstenerse por el artículo 33. ¡Pero cualquiera puede entender que así quedaría todo el camino expedito para Susana, pudiéndole echar en cara en unas futuras primarias no sólo sus resultados sino sobre todo su abstención en la investidura del malvado Rajoy! ¡Contra las directrices del partido!

No hizo mal Sánchez al dejar volver a los dimitidos y pedir una nueva votación. Como dijo Borrell, si quienes se fueron querían en realidad abstenerse en la investidura, que lo digan en el foro pertinente, lo voten y lo expliquen. Por supuesto, que tanto esta decisión como la decisión de Sánchez de pactar con el independentismo fueran lógicas dadas las circunstancias no las hace razonables por cuanto no justificó la primera y es injustificable la segunda. Con que hubiese tenido un poco de convicción democrática, su estrategia debería haber sido otra. Podría haber dicho algo así: “señores, yo no vendo el demos y no encuentro pacto viable porque Podemos se empeña en el referéndum; con el secesionismo, ni agua; y, llegados a este punto, yo me abstendría por responsabilidad en la investidura y daría oposición al PP, vendiendo muy caro cada apoyo legislativo. Al fin y al cabo, las reformas más profundas (y más las constitucionales) requieren fuertes consensos y no podemos bloquear por más tiempo las instituciones. Sin embargo, me debo a mi partido y me han mandado rechazar abiertamente a Rajoy. Así que, hasta nueva orden, iremos a terceras elecciones”.

En esta artimañas discursivas consiste el juego político y así podría haber sorteado la trampa que le preparó su partido. Pero para ello, de nuevo, la línea roja que mora en las mientes de bases y votantes socialistas no puede estar antes frente al PP que frente a Puigdemont o cualquier pacto fiscal con las CCAA más ricas. De hecho, con que Susana, Felipe y los demás críticos lo tuvieran claro (y lo tienen claro), Sánchez habría ganado esa mano por goleada y habría afirmado su liderazgo. Sin embargo, fue un irresponsable sin principios.

Por lo demás, si se iban a convocar unas elecciones internas que van a determinar no sólo el curso de un partido político sino del mismísimo proceso electoral (que acaba cuando se sustancia la elección del gobierno), convenía explicar bien los términos. ¡Si no el bando de Sánchez, al menos los críticos! Sin embargo, ni lo han hecho ni parece que vayan a hacerlo. Han dado un espectáculo bochornoso para evitar que Sánchez legitimara al independentismo con su acercamiento; y, encima, en lugar de aprovechar para cambiar el discurso (forjando en España un nuevo marco discursivo que sirva para apuntalar la igualdad y deslegitimar los proyectos políticos que buscan minarla) van a dejar, con toda probabilidad, que la gestora se abstenga (aludiendo seguramente a que otras elecciones les cogerían en proceso de reconstrucción y fortalecerían al mal supremo -el PP-) para no asumir ellos las decisiones políticas razonables pero desgraciadamente incomprendidas.

Esta forma técnica e irresponsable de tomar decisiones no es ninguna novedad; pese a nuestros cínicos reproches, funciona demasiadas veces (a veces incluso bien) frente a los peores vicios de la democracia (así funciona la denostada Comisión Europea, o mejor, el Consejo Europeo), tomando decisiones que escapan al control democrático. Se trata de una forma opaca y no democrática de toma de decisiones frente a la negativa de los partidos a tomarlas ellos, haciendo dejación de su función democrática. Así es como “Bruselas” puede exigir a los gobiernos nacionales que corten el déficit; y así es como los gobiernos nacionales acceden a cortar el grifo de sus sectores clientelizados sin asumir los costes políticos y externalizando la responsabilidad hacia la perversa Europa. Desgraciadamente, se trata de una estrategia alicorta; pan para hoy y hambre para mañana: ahí está ahora la Unión Europea, deslegitimada por culpa de los Estados irresponsables que la componen; y aquí estamos nosotros, con una democracia en la que nadie cree porque ningún partido asume el coste electoral de las decisiones difíciles. Como sucedió ayer. Como sucede hoy en Hungría (donde una baja participación, ojalá que no de exaltados, va a decidir sobre los derechos humanos).

¿Y qué dicen hoy los de Podemos, IU o los nacionalistas? Que todos los poderes fácticos se han conchabado para dejar gobernar al PP. O sea, puesto que nadie desde la izquierda aduce que el independentismo es una amenaza democrática mucho peor que el PP y puesto que para ese espectro el nacionalismo es perfectamente legítimo, el PSOE sería, según su relato (que es ya hegemónico), un resto del régimen corrupto del 78 que le hace gustoso el juego a la casta, indistinguible del PP. ¿Tan miopes son que no ven que van a seguir hundiéndose si no irrumpen y rompen el marco discursivo del nacionalismo? ¿No ven que el PSC es un lastre que impide su injerencia en Cataluña al tiempo que torpedea la consistencia de los principios socialistas en España? ¿No piensan desembarcar de una vez con sus siglas en Cataluña?

Es sabido que un partido político tiene necesidades y múltiples hipotecas. Por ejemplo, que Ximo Puig facilite la construcción catalanista de la Comunidad Valenciana, como de hecho está haciendo, ahondará en la inviabilidad de España y encima sólo perjudicará los intereses electorales del PSOE de mañana. Como no aprovechen estos cuatro años para recomponerse, también orgánicamente, y para emitir un mensaje nuevo, claro, único y realmente progresista, no será fácil que aguanten muchos años más. Esa recomposición pasa por enmendar mucho del legado de Zapatero. Requiere luchar contra el marco discursivo del nacionalismo. Y exige, por tanto, asumir un coste político grande antes de cosechar los frutos. Y esto sólo puede hacerse con líderes carismáticos, capaces de ofrecer buenas explicaciones de por qué, a la larga, son mejores la decisiones aparentemente peores. Explicaciones que muchos votantes agradecerán, que achicarán los costes políticos y que acercarán al PSOE al votante medio. Basta con entender que la opinión pública funciona como una bomba de racimo y que explicaciones como las del señor Carmona insultan a muchos votantes.

¿Se les ocurre a alguien así en el PSOE? No parece que la persona apropiada sea quien se llena la boca con la nación andaluza y quien ha pretendido prohibir decir los «alumnos» y los «andaluces» en las escuelas de la Junta para imponer el horrísono, amén de incorrecto, “los andaluces y las andaluzas”. Si se trata de evitar el populismo y explicar las decisiones difíciles, tiene que haber otra persona. Se me ocurre, evidentemente, Borrell. Siempre que renuncie a cualquier tentación de restringir la transferencia de rentas desde Cataluña en nombre del principio de ordinalidad.

De lo contrario, pasadas las elecciones y facilitada la elección de Rajoy con la abstención de la gestora, sucederá que, en caso de que se vuelva a presentar Sánchez a las primarias, ambos bandos podrán volver a reducir su discurso a lo que más réditos les reporta: ante todo, al PP ni agua. Y Sánchez llevará ventaja… El partido se seguirá hundiendo, los nacionalistas seguirán dividiendo, los secesionistas seguirán o consumarán su órdago… y muchos españoles seguiremos políticamente huérfanos.