JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL
- El presidente envió mensajes —monsergas y arengas— a todos, incluso a Mark Rutte, en un acto muy Iván Redondo, temporada otoño-invierno
Hallazgo de Ángeles Caballero en su crónica de color sobre el ‘España puede’ de Pedro Sánchez en la Casa de América: “arenga-monserga”. Como las largas y bondadosas parrafadas presidenciales durante el estado de alarma. Tunea bien el presidente sus intervenciones (monserga: “Exposición oral o escrita, confusa y embrollada, especialmente la que tiene por objeto amonestar”), en las que con unos gramos de voluntarismo y otros tantos de suposición construye hipótesis cada vez más inverosímiles que tanto advierten o avisan como anuncian. En esta ocasión, reiteró la monserga: la legislatura será estable.
Luego vino la épica oratoria (arenga: “Discurso en tono solemne que se pronuncia para enardecer o levantar ánimos, especialmente el de carácter político o militar”), en forma de un sentido llamamiento a la unidad por triplicado. Claro que resultó un tanto desconcertante, porque ¿quién tiene que unirse? Según refirió uno de los empresarios del Ibex que asistió al acto, “debió ser un llamamiento a Iglesias, porque nosotros estamos como una piña: queremos Presupuestos, aunque de amplio espectro; deseamos el plan de reformas y que lleguen las ayudas europeas”. Y continuó: “Es curioso lo del presidente y la unidad y el nuevo clima político: que llame a la oposición, que no sustituya al Congreso con los decretos leyes a mansalva, que negocie con los ayuntamientos la requisa de sus superávits y que nos ofrezca certeza jurídica en la normativa laboral y fiscal”.
Pedro Sánchez utiliza el Ibex (las 35 empresas de distintos sectores que marcan el índice bursátil español) en los grandes hitos de su política: cuando su primer Gobierno cumplió los 100 primeros días (septiembre de 2018), cuando presentó sus primeros y únicos Presupuestos, que tumbaron los republicanos catalanes (enero de 2019), y ahora, cuando volverá a presentarlos. Es su asignatura pendiente: lleva desde junio de 2018 en el Gobierno y sigue con las cuentas de Cristóbal Montoro. No hay precedente de tal cosa.
El artículo 134 de la Constitución —los Presupuestos no tienen plan B— establece imperativamente que los PGE tendrán “carácter anual” y deberán presentarse ante el Congreso “al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior”. Cuando un Gobierno no puede sacar adelante las cuentas públicas anuales, las prorroga, pero entra en zona pantanosa, y cuando ya la impotencia se prolonga, no tiene otra alternativa que convocar elecciones.
La reiteración ante el Ibex —a modo de remedo de la jura de Santa Gadea— de que la legislatura durará y será productiva (“dime de qué presumes y te diré de qué careces”) trata de arengar a los empresarios que necesitan pista larga y luces de carretera para invertir, arriesgar y contratar. Y sin su concurso, no hay plan de reformas ante la UE (empleo, transición digital y cambio climático), que debe presentarse en Bruselas el 15 de octubre junto con las líneas generales del Presupuesto.
El mensaje ante los empresarios tiene, pues, sentido, pero es reiterativo y presenta oquedades, vacíos, inverosimilitudes. Pero los gestores del Ibex tienen que estar ahí, en primer tiempo de saludo, porque el Gobierno dispone de la manija de la regulación; de la iniciativa legislativa; del aval en la internacionalización, y de una cierta —digámoslo así— vara alta en la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia. Un decir.
Estas reuniones del Gobierno con los empresarios son como pasar una consulta en dentista: “No nos vamos a hacer daño, ¿verdad que no?”. O sea, que les interesan tanto a los popes de las grandes compañías como al Ejecutivo. Y más a Sánchez, que lanza mensajes a su partido, para que hinche el pecho; a su socio, para que haga lo que Serrat pedía en su canción ‘Esos locos bajitos’ (“niño, deja ya de joder con la pelota”, o sea, Pablo, no fastidies), al PP, para que vea la musculatura de su capacidad de convocatoria, y a la sociedad, para demostrar que él, Sánchez, es el idóneo para gobernar con la extrema izquierda y ofrecer el discurso más transversal que imaginarse pudiera. Un fenómeno.
La realidad es otra. Y básicamente consiste en que el presidente ha fracasado en su apuesta catalana, a la que le indujo Iglesias con Asens y Colau y le llevó a un estéril diálogo con la Generalitat a través de ERC que Joaquim Torra dinamitó ayer con ensañamiento y alevosía (“voy a volver a desobedecer” y «mesa para la autodeterminación y la amnistía»). Ocurre también que tanto le mortifican los morados a Sánchez como él a Podemos, de modo que Pablo Iglesias está perplejo (“confuso y desconcertado”) porque se ha metido en un Gobierno de coalición que expone sus planes a la ‘casta’ empresarial, que liga con Ciudadanos, que no se entiende —mejor: ellos son los que no se entienden con el Gobierno— con los republicanos; que no atiende a su gran soprano, Ada Colau, que firma la derogación «íntegra» de la reforma laboral con EH Bildu y luego le canta las mañanitas a Arnaldo Otegi, y, por si no faltara nada, le disciplina ora con Carmen Calvo, ora con Margarita Robles. O con Nadia Calviño, que las mata callando.
El acto estuvo bien preparado y el Ibex se portó como casi siempre (los grandes empresarios solo se encampanan con el PP, pero nunca con el PSOE, y menos si en el Gobierno está Podemos), pero importan mucho más al común de los mortales las incertidumbres que están transitando por la calle como por una rambla inundada que las seguridades tan contingentes de un presidente que dice que España puede pero no explica cómo.
Y, sobre todo, que no cuenta cómo es que la mayoría de la investidura se la voló ayer Torra, los Presupuestos con ERC, la cohesión con Podemos y que su socio de verdad está en la oposición naranja y en el nacionalismo vasco y, fuera, en el Consejo de la UE, que debe dar el visto bueno a sus propósitos con el permiso del severo Mark Rutte. Al que también envió ayer Sánchez su mensaje. O sea, todo muy Iván Redondo, temporada otoño-invierno.