Teodoro León Gross-El País
El relato nacionalista ya no está sometido no al juego político sino a la lógica judicial
A la revolución de las sonrisas le va cayendo, testigo a testigo en el juicio del procés, un lento pero inevitable baño de realidad. Sus dirigentes siempre parecieron tener la convicción del Groucho apócrifo de Sopa de Ganso: “¿a quién van a creer los catalanes, a sus propios ojos o a nosotros?”. Dos millones de catalanes habían decidido no creer lo que veían sus propios ojos sino a los dirigentes del procés, con el relato de las urnas sagradas y el aval del derecho de autodeterminación. De ese modo, con el apoyo mediático, y en particular una televisión pública convertida en una trituradora, lo mismo podían ver mil heridos, en lugar de media docena, y por supuesto un Estado opresor contra su voluntad democrática que debe estar por encima de la ley. A esa idea respondía Paul Ingendaay “Ah, ¿sí?” en su crónica del Frankfurter Allgemeine titulada Donde los catalanes están equivocados. Bastan dos sílabas para semejante patraña. Para la versión larga, Jiménez Blanco en Claves en Razón Práctica.
La gestión de la realidad ha sido una clave esencial del procés. El nacionalismo en definitiva ha disfrutado aquello que ironizaba Peter Berger: quien tiene el palo más largo, es quien tiene las mejores opciones para imponer su versión de la realidad. Acostumbrados no a tener el poder sino a ser el poder —en definitiva, también la otra mitad de Cataluña así lo tenía asumido— los nacionalistas dictaban la realidad, desde el sistema educativo al sistema de medios y propaganda, construyendo la versión a su medida. Pero ahora el relato está sometido no al juego político bajo control —a su antojo incluso cierran el Parlamento según conviene— sino a la lógica judicial; y han comenzado a estrellarse con las evidencias que se oyen en la sala. El jueves, tras Nieto o Pérez de los Cobos, el jefe de la inteligencia de los Mossos confesaba haber advertido en vano al Govern del riesgo de violencia. Ya se verá la sentencia, pero muchos catalanes están enfrentándose al relato de lo que veían sus ojos.
La resistencia a la realidad, otra de tantas resistencias descritas por Freud, casi siempre acaba frente al espejo. Eso le sucede estos días al independentismo, donde ya no pueden usar el estupendo recurso de Adam Savage en su programa científico de Discovery Channel: “¡Rechazo tu realidad y la sustituyo por la mía!”. En el Tribunal Supremo hay otra liturgia. Claro que todo era más sencillo en su imaginario de la revolución pacífica de las sonrisas para independizarse de un Estado opresor equiparable a Turquía, aunque en los rankings aparezca como una de las veinte democracias plenas, con presos políticos y un juicio injusto, por más que España mejore posiciones en Rule of Law Index como Estado de derecho. Los propagandistas pueden seguir sin creer a sus propios ojos, pero el independentismo va a tener que decidir si regresa a la realidad. El 28-A es una frontera.