JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL

  • Si no entendemos que este Gobierno no es de coalición, sino de yuxtaposición, quizá no estemos interpretando correctamente su gestión
La gama de gobiernos en las democracias occidentales es amplia: los hay monocolores, con mayoría en el Parlamento o sin ella, pero con apoyo externo como en Dinamarca; de concentración, en Alemania, con amplia mayoría en la Cámara legislativa, y ejecutivos de coalición con y sin mayoría de escaños, como en Suecia. En esta última categoría podría encuadrarse el español entre el PSOE y Unidas Podemos, que solo suman 155 diputados en el Congreso y dependen del apoyo externo de otros grupos. Tal sería si el nuestro fuese, efectivamente, de coalición, pero no lo es porque es de yuxtaposición, es decir, es un Gabinete que, siguiendo la definición del verbo yuxtaponer, pone “una cosa junto a otra sin interposición de ningún nexo o elemento de relación”. Los socialistas y los morados están adosados pero no unidos, ni por un proyecto global ni por políticas sectoriales coincidentes, salvo algunas. Es más, cualquier coincidencia en cuestiones estratégicas es casual.

Que el Gobierno español sea de yuxtaposición hasta podría resultar un hallazgo empírico para que lo estudiase la ciencia política. Las coaliciones al uso —y en España las tenemos en varias comunidades autónomas— presentan roces y discrepancias que, generalmente, pactan de antemano, aplicando sus esfuerzos en trabajar en las grandes áreas de gobernación en que sus criterios coinciden. Pero no hay ni un solo Gobierno de estas características en que los partidos socios disientan sobre la forma de Estado (en nuestro caso, la monarquía parlamentaria) y sobre el modelo de Estado (el autonómico). En España, PSOE y UP discrepan sobre ambos aspectos sustanciales y, además, también sobre política exterior, porque los socialistas tienen una determinada visión sobre nuestras estratégicas relaciones con Marruecos y Venezuela, por poner un par de ejemplos, bien distinta a la de Unidas Podemos.

Bastarían esas diferencias tan abismales para poner en duda la coalición y apostar por la yuxtaposición. Más aún cuando en esos y otros asuntos —sean los desahucios, la fiscalidad, el salario mínimo, la reforma laboral o la inmigración— el enfrentamiento de criterios se verbaliza y ventea sin el más mínimo pudor, provocando desconcierto en la opinión pública. Sin embargo, el Ejecutivo que preside Sánchez no se romperá porque, precisamente, no existe desde su constitución espíritu de coalición sino de yuxtaposición, y el PSOE no espera según qué cosas de Unidas Podemos, ni Iglesias y los suyos albergan expectativas de coincidencia con los socialistas. Se trataría de un matrimonio de conveniencia —todas las coaliciones lo son— pero a lo bestia, alterando los precedentes conocidos que se estudian en las facultades de Derecho y de Ciencias Políticas.

Si no entendemos así —como consecuencia de la yuxtaposición— las contradicciones en el Gobierno, quizá sea difícil interpretar lo que ocurre con su gestión. Deberíamos asumir que estar en el poder ejecutivo reporta, a la postre, beneficios a unos y a otros, aunque disloque la coherencia de una gobernanza general para el país e introduzca perplejidades dentro y fuera de España. La cuestión de fondo estará en hacer un balance de daños y beneficios cuando la fórmula actual se agote por implosión —poco probable— o por extinción —lo es más— cuando acabe la presente legislatura. Porque, a la postre, alguno de los dos partidos rentabilizará la ciclotímica trayectoria gubernamental, o, tal vez, no lo haga ninguno de los dos.

Pero Pedro Sánchez ya lo sabía. Por eso estableció algunas prevenciones bastante obvias. El reparto de carteras fue la primera. Salvo la de Trabajo, no atribuyó a los ministros de Unidas Podemos ninguna relevante. Los morados, sin embargo, han tratado de optimizar sus ministerios con algunas iniciativas que los socialistas terminarán por parar. La creación de unos servicios en la Presidencia del Gobierno que se asemejan más a una vicepresidencia que a una estructura de apoyo al jefe del Ejecutivo fue el segundo contrafuerte socialista. Y el tercero consiste en apurar al máximo los márgenes de autonomía que Sánchez dispone como presidente, conforme al ordenamiento jurídico. De ahí que Pablo Iglesias ni se enterase de la fusión entre Bankia y La Caixa y ni siquiera sospechase la expatriación del Rey emérito, entre otros temas.

Ocurre que Unidas Podemos también ha establecido prevenciones de respuesta nada menores ante su minoría en el Consejo de Ministros y en el Congreso. Además de constituir una ‘dirección del Estado’ con la extrema izquierda de Bildu y el independentismo de ERC —que tanto le sirven a Iglesias a largo plazo, como a Sánchez a corto—, el vicepresidente segundo ha logrado dos triunfos: de una parte, establecer el marco mental de la conversación pública arrebatándosela a un hombre que como Iván Redondo estará meditando cómo recuperarla; de otra, lograr la máxima polarización ayudado por la réplica de la derecha extrema, estableciendo entre ellos una coalición negativa.

Sánchez no tiene margen para alterar el ‘statu quo’ que devino de las fracasadas elecciones del 10-N, en las que él confiaba en aumentar votos y escaños y perdió tres sitios en el Congreso y 700.000 papeletas en relación con el 28-A. Pero retiene el poder y lo ejerce absorbiendo los reveses que le procura su socio con una imperturbabilidad en la que estará borboteando la venganza. Los partidos de izquierda de matriz socialista y los de cultura comunista nunca se llevaron bien como vecinos. Pura historia. Mientras tanto, yuxtaposición.