Ignacio Camacho-ABC
- Para contrarrestar a González, Zapatero zascandilea como alcahuete de influencias a favor de Sánchez… o de Iglesias
Pedirle a Sánchez que explique algo es un ejercicio de melancolía que implica además otro de ingenuidad: el de estar dispuesto a creerlo. Pero siquiera por autorrespeto debería aclarar si Rodríguez Zapatero está efectuando gestiones de algún tipo en nombre del Gobierno. Desde hace unas semanas el ex presidente va por ahí manteniendo contactos de supuesta mediación con sectores diversos, desde empresarios al PP o al separatismo catalán, y prodigando en los medios declaraciones en las que se atribuye el padrinazgo del pacto con Podemos. Un trajín que a simple vista parece el contrapeso de la implicación de Felipe González a favor de un acuerdo de amplio espectro que encauce la recuperación del país por la vía del consenso. Ya
no se trata sólo de Venezuela, obvio punto común entre los intereses de ZP y de Pablo Iglesias, sino de un juego de aprendices de brujo, de un zascandileo de influencias -muy propio del personaje- para que la coalición gubernamental corteje a los independentistas y mantenga su programa de izquierdas. Y como nadie lo desautoriza es difícil saber si el gran diletante se mueve por su cuenta o si la Moncloa lo usa como alcahuete de conveniencia para retomar una agenda que ha quedado en suspenso por la pandemia.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en que dirigentes y votantes del PSOE abominaron del hombre de la sonrisa de Gioconda tras su gran descalabro. Paradójicamente atribuían el fracaso al casi único acto de responsabilidad de su mandato, que fue el tardío ajuste al que se vio obligado para enmendar una desquiciada deriva de déficit y gasto. Sin embargo Sánchez, sin admitirlo nunca explícitamente, se ha revelado como un discípulo dispuesto a continuar su trabajo de revisión encubierta de las bases constitucionales y su estrategia de aislamiento del centro-derecha mediante un «cordón sanitario» que lo estigmatice como heredero de Franco. La aparición de Podemos, una destilación zapaterista, ha reforzado ese marco que reniega del felipismo pragmático en pos de una nueva legitimidad de corte republicano y es lógico que su autor intelectual atisbe en el actual proyecto la continuación de su plan frustrado. Lo que para buena parte de la sociedad española ha sido el peor período del régimen democrático, principio y tal vez causa de los males contemporáneos, se ha convertido en el modelo de un proceso de refundación del Estado «enriquecido» con un liderazgo cesáreo y un toque de populismo bolivariano. Sería extraño que el padre de ese designio no sintiera orgullo de reivindicarlo.
Pero el sucesor nos debe una explicación como presidente nuestro que es, que diría aquel personaje de Berlanga, sobre el papel de Zapatero como muñidor de alianzas. Y el interesado debe otra sobre la índole exacta de sus relaciones con Caracas. Más que nada para disipar cualquier sospecha verosímil de que ambas funciones estén relacionadas.