Luis Ventoso-ABC

  • Si España sobrevivió a Zapatero puede con todo

Hermosa mirada glauca, sonrisa permanente, tono calmo, voz de grato timbre grave. Siempre educado, talante afable… y una cabeza política en la que bulle un permanente puré de guisantes. Aunque el año que viene peinará 60 años, Zapatero sigue paseándose por la vida pública con unos argumentos tardoadolescentes, que solo admiten dos conclusiones: o estamos ante la resurrección del «Cándido» de Voltaire, un iluso cegado por el optimismo y ajeno al mundo; o estamos ante un radical de fachada cordial, que propugna una agenda ideológica a la que antepone hasta la elemental unidad de su país.

Aunque Sánchez trabaja para desbancarlo (sobre todo en el frente de la mentira institucionalizada), Zapatero logró un extraño consenso: es considerado de manera unánime

el peor presidente. Al llegar al poder con el viento de popa, concluyó que la economía ya no era importante, que habíamos arribado a la bonanza perpetua. Dado que la gestión económica pasaba a segundo plano, para dotar al PSOE de perfil propio se centró en tres cuestiones alternativas: la ingeniería social en asuntos de costumbres; reabrir las heridas de la Guerra Civil con sal revanchista, e iniciar un flirteo con los nacionalistas-separatistas, a fin de levantar un cordón sanitario que alejase para siempre al PP del poder. Con su imprudencia atolondrada, fruto de sus fijaciones dogmáticas, logró dos éxitos: abrir la caja de Pandora del separatismo, exacerbándolo como no se veía desde los años treinta; y agravar los daños de la crisis de 2008 al empecinarse en negarla. En resumen, un desastre.

Como expresidente no ha mejorado. Nos ha puesto colorados con su insólita «mediación» en Venezuela (en la que nunca se nos ha explicado bien quién le paga). Su supuesta diplomacia ha consistido en salvarle la cara a la narcodictadura de Maduro. En política doméstica sigue en sus clásicos: la alergia a la oposición constitucionalista y el flirteo entusiasta con los más tenaces enemigos de España. Cándido acaba de conceder una entrevista a un digital separatista catalán, donde propone incorporar ministros independentistas al Gobierno de España. También aboga por continuar con «la mesa de diálogo», de la que tarde o temprano saldrá una solución. ¿Cuál? Cándido nada nos dice, más allá de un vago «hay que ser creativos». Por último, lamenta contrito que «en España el poder ha sido siempre castellano o andaluz» (por lo visto, Antonio Maura era de Valladolid; Cambó, malagueño; Franco, de Tordesillas y Rajoy, un sevillano de pro).

Querido Cándido, los partidos separatistas no quieren contribuir al bien de España y a su gestión. Todo lo contrario. Trabajan para mutilarla y fundar pequeñas repúblicas a costa de su unidad territorial. No existe punto intermedio de encuentro entre darles lo que exigen (la «autodeterminación», eufemismo de independencia), o mantener a España como la nación unida que es desde hace siglos. No se conformarán con soluciones «creativas», que solo servirían para debilitar al Estado y hacerles más fácil su próxima acometida.

Pero las neuronas de Cándido flotan en una realidad paralela, el Nirvana progresista. Pedirle que entienda hechos tan sencillos es mucho pedir.