JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Es probable que el rescate blando al que España se ha tenido que acoger se vaya endureciendo a medida que el BCE gire su política monetaria por la inflación

La fallida actuación del Gobierno y su presidente para hacer que hace en esta sexta ola de la pandemia no ha sido un error de estrategia mediática ni de proyección de su imagen. Ha sido la expresión de un Gobierno que está agotando su propia fórmula de supervivencia y comprueba cómo sus remedios ya no funcionan. A estas alturas parece que la reconciliación con la realidad le resulta imposible a Pedro Sánchez, lo que le empuja a desplegar un relato cada vez más inverosímil para la mayoría de los ciudadanos hasta alcanzar límites de banalidad o ridículo de mal pronóstico.

Después del anuncio de las mascarillas nos esperan los malabarismos para demostrar que, en efecto, pagamos lo mismo por la electricidad que en 2018 y que el crecimiento es «robusto» a pesar de que los indicadores vayan a resultar sensiblemente peores que los no rectificados por el Gobierno cuando ya empezaban a aparecer evidencias de lo poco realista de las previsiones oficiales. Intentarán convencer a la parroquia más persistente de que la reforma laboral ha sido derogada íntegramente -otro compromiso que, afortunadamente, Sánchez va a incumplir-, y que la deuda y el déficit son preocupaciones del pasado y que ya no rigen en estos tiempos de dinero barato y abundante.

Pero cualquiera con cierta lucidez reconoce en la situación nubarrones espesos ante los que el Gobierno se encuentra desorientado, carente de liderazgo e incapaz de cambiar el guion que se obstina en interpretar, aunque la representación cuenta cada vez con menos público dispuesto a seguirla. La estabilidad que cabría deducir de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado es más aparente que real y se basa no en un proyecto de Gobierno sólido, sino en el potencial extractivo que los socios nacionalistas siguen apreciando en los socialistas y en el apego al poder de Unidas Podemos, que sirve tanto para el disfrute del cargo de Belarra, Montero y Garzón como para dar tiempo a las hinchadas expectativas de Yolanda Díaz de convertirse en lideresa de una izquierda a la vez comunista y transversal.

Entra dentro de lo previsible que el rescate blando al que España se ha tenido que acoger se vaya endureciendo a medida que las condiciones de inflación intensifiquen el giro de las políticas monetarias del Banco Central Europeo, del que depende en exclusiva la financiación de la deuda. Que el Gobierno reconozca que tendrá que recurrir a la parte de fondos de recuperación que se instrumentan como préstamos, apenas se supo que el BCE reduciría sus programas de compra de deuda a partir del próximo mes de marzo, es más que un síntoma.

La situación de nuestro país requeriría un giro que Sánchez se encuentra incapacitado para dar, incapacitado por tacticismo, por arrogancia y por un deslizamiento sectario del que ha dado muestras sobradas en su trato con la oposición. Lo cierto es que este es un Gobierno en colapso político cuya última incorporación es un académico que se jactó de votar -por la independencia- en el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017.

El Gobierno puede jactarse de que seamos los primeros a los que la Comisión Europea libra el primer desembolso de los fondos de recuperación, sin darse cuenta -sin darnos cuenta- de que eso no hace sino acreditar lo perentorio de nuestras necesidades, no la brillantez de nuestro desempeño económico. De hecho, nos estamos despeñando en el ranking de renta de la UE.

Se puede entender que los países atraviesen momentos extravagantes o autodestructivos. Lo que es mucho más preocupante es que se quieran instalar en ellos. Italia vivió la confluencia de los populistas de la Liga de Matteo Salvini con el Movimiento 5 Estrellas. Hasta que el espectáculo llegó demasiado lejos y, cuando amenazaba con desplazar a Italia a la marginalidad del UE, llegó un Gobierno de unidad nacional presidido por Mario Draghi que, en su primera declaración oficial -firmada por todos sus componentes, entre ellos Salvini y los 5 Estrellas-, dejaba meridianamente claro el compromiso proeuropeo y atlántico de todas las fuerzas políticas que forman parte de aquel. Bromas, las justas, y frivolidades antieuropeas, más bien ninguna. Parece que a los italianos ese giro hacia lo central, hacia lo razonable, hacia el consenso no les está yendo mal, mientras en España lo marginal, lo desestabilizador, lo inarticulado parece atraer el foco con sus ocurrencias.

Pero Sánchez, bien lo sabemos, es incapaz de promover una acción creativa y resuelta de recuperación de acuerdos verdaderamente nacionales que saque a la política española del terreno embarrado y estéril en el que le ha colocado una fórmula de Gobierno caducada para el interés general. El invierno acaba de empezar.