Iñaki Ezkerra, EL CORREO 31/12/12
Ya el hecho de que el lobo se tenga que disfrazar de cordero es un paso.
El referéndum egipcio que se consumó el pasado 22 de diciembre se lo ha puesto fácil a los agoreros de la Primavera Árabe y a quienes tanto se empeñan en negar que en esos países haya una evolución y una demanda democráticas que parece que se alegran cada vez que el islamismo gana terreno y ven corroboradas sus negras tesis. Es inevitable que esa gente hable estos días del ‘invierno árabe’ ante una Constitución como la que ha impuesto Mursi en Egipto, que establece el islam como religión oficial del Estado y el Corán como fuente principal de la legislación. Uno no es tan cenizo como ellos aunque acepte que se trata de un paso atrás tanto por su contenido como por la forma en la que ha llegado: con un 63% de los votos, pero un escaso 33% de participación. Y es que, precisamente porque cuenta sólo con la quinta parte del beneplácito de la población, hay que hablar de una oposición traicionada y de una sociedad desoída por ese trágala. Precisamente porque Mursi ha tenido que hacer trampas, queda esperanza y no se puede hablar de una auténtica reacción involucionista de masas, que es de lo que los fundamentalistas occidentales (que también los hay) hablan cuando se refieren a Egipto, a Túnez, a Siria o a Libia.
Yo creo que a esos entusiastas pesimistas de la suerte ajena se les escapa un hecho: lo que hay de occidental incluso en la propia involución islámica de esos países; en los falsos rasgos democráticos que se ve obligado a adoptar ese momentáneo regreso al pasado confesional. Y es que no estamos ante una reedición de la Revolución iraní de Jomeini; ante un regreso eufórico, vitalista y violento del integrismo musulmán sino más bien ante una desesperada táctica de éste por tomar posiciones que logren ralentizar en lo posible, ya que no frenar, el proceso de occidentalización imparable en esas sociedades. Ya el hecho de que el lobo se tenga que disfrazar de cordero es un paso, una concesión y una evidencia de que en el mundo árabe hay algo que ha cambiado para siempre. El éxito de estas operaciones de maquillaje del fundamentalismo religioso; del partido de los Hermanos Musulmanes en este caso, es relativo y consiste, más que en imponer su imperio de terror, en lograr ser tomado en serio (como democrático, como vertebrador, como ‘partido guía’) por los Estados occidentales; en conseguir que Obama le pida ‘consenso’ a Mursi, como lo ha hecho. Es un éxito que me recuerda al de los nacionalismos étnicos y reaccionarios en España, que no matan pero ralentizan la experiencia plena de la libertad en las autonomías en las que se instalan.
Sí. Me temo que la historia de aquel PSUC que vio «una fuerza revolucionaria aprovechable en el nacionalismo catalán», tiene su tardía y lejana réplica en algunos cerebros progresistas que ven hoy en el islamismo moderado la mejor vía a la democracia cuando es no su muerte, pero sí su aplazamiento.
Iñaki Ezkerra, EL CORREO 31/12/12