ABC-PEDRO GARCÍA CUARTANGO
Acostumbrados a la alternancia entre PSOE y PP, brilla por su ausencia una cultura de pactos
LA volatilidad y la incertidumbre se han instalado no sólo en nuestras vidas sino también en una actividad política cada vez más imprevisible. Nadie es capaz de saber lo que va a suceder en este país a corto plazo o, dicho de otra manera, si Pedro Sánchez podrá superar la investidura o estamos condenados a unas nuevas elecciones.
El final del bipartidismo y la aparición de tres nuevas fuerzas políticas nacionales han fragmentado el mapa electoral con la consecuencia de dificultar la formación de Gobiernos estables. Acostumbrados a la alternancia entre PSOE y PP, brilla por su ausencia una cultura de pactos.
El modelo ha cambiado, pero también la naturaleza del debate político. El primero en advertir este fenómeno fue el filósofo Richard Rorty, que publicó en 1998 un libro titulado Achieving our country en el que predecía la llegada al poder en EE.UU. de «un hombre fuerte» como resultado del deterioro de las condiciones materiales de la clase media y de la quiebra del discurso social de la izquierda. Casi dos décadas después, la victoria de Donald Trump confirmó el análisis. Este intelectual subrayó que se había producido a finales del siglo pasado una mutación del discurso político de la izquierda tras abandonar reivindicaciones como la igualdad o la libertad para poner el foco en temas identitarios como el feminismo y los derechos de las minorías.
Esta tendencia no sólo se puede observar ya en el debate político en nuestro país sino que, además, explica acontecimientos como el acoso que sufrieron los militantes de Ciudadanos en la manifestación del Día del Orgullo Gay en Madrid. ¿Por qué la izquierda rechaza que la defensa de los derechos de los homosexuales pueda ser una causa transversal y expulsa a la derecha? Sencillamente porque la confrontación ideológica se ha desplazado a una cuestión identitaria que nutre el rechazo que siente la izquierda sobre sus adversarios, basado en una pretendida superioridad moral.
Como la izquierda se ha vuelto impotente para defender el Estado de Bienestar y evitar el deterioro del nivel de vida que propicia la globalización, se ha refugiado en este discurso que le viene como anillo al dedo al establecer una nítida raya de separación con la derecha.
Sostiene la izquierda: nosotros impulsamos los derechos de las mujeres y los homosexuales mientras que partidos como el PP y Ciudadanos defienden la involución y el retroceso de las libertades. Éste es el discurso del PSOE y Podemos, que se encuentran muchos más seguros en este terreno que cuando tiene que ofrecer soluciones a problemas como la regeneración de las instituciones o el reparto de la riqueza.
Fracasados experimentos como el de Zapatero o el de las políticas socialistas en Francia, Gran Bretaña, Italia o Grecia, Sánchez se ha dado cuenta de que su supervivencia depende de su hegemonía en estos debates identitarios que polarizan los sentimientos. Y sólo cabe concluir que el éxito le ha acompañado en esta estrategia.