Los dirigentes del PP deberían asociarse con muflones y cerdos salvajes para solicitar la declaración de especie protegida en Medio Ambiente frente al implacable dúo de milicia que forman el juez insomne y el ministro hirsuto. O al menos que se decrete la veda durante la campaña electoral.
No tuvo Rajoy su momento más preciso al calificar de «derecho de pernada» las actividades del ministro como cazador furtivo.Hombre, no. Ha cazado con enchufe y gratis en una finca del Estado.Ha perpetrado el hecho cinegético en Andalucía sin la preceptiva licencia de la Federación autonómica. Ha compartido monterías con el juez que instruye una causa contra sus enemigos. Esto es, en el mejor de los casos, imprudencia grave y burla del Código de Buen Gobierno, aprobado el 18 de febrero de 2005 por el Consejo de Ministros y Ministras, con gran contento de unos y de otras. En el peor, sería un delito de prevaricación. Pero derecho de pernada, no. No parece que el ministro tenga otros planes para cérvidos y jabalíes que dispararlos y dar sus cabezas a los taxidermistas.
Lo mismo que el juez Garzón. Los dirigentes del PP deberían asociarse con muflones y cerdos salvajes para solicitar la declaración de especie protegida en Medio Ambiente frente al implacable dúo de milicia que forman el juez insomne y el ministro hirsuto. O al menos que se decrete la veda durante la campaña electoral.
La Fiscalía Anticorrupción tiene tajo por delante. Al caso Gürtel habría que sumar los asuntos dormidos de corrupción en las instituciones gobernadas por la izquierda. Pero debería encargarse la instrucción a jueces vegetarianos. Sólo hay algo más dañino para la democracia que la corrupción de los partidos, si la hubiera: la prevaricación de los poderes del Estado, si se diese. ¿Y dice usted que el presidente de la Comunidad Valenciana está implicado porque una imputada dice en una grabación que a Camps lo sobornaron comprándole unos trajes en Milano? Sí que debe de estar la cosa mal para que la corrupción haya vuelto a la economía de trueque. Tres docenas de trajes para que el presidente se haga el longuis y autorice los contratos. A pocos días más que conserven la competencia el juez y su diario de cabecera, acabaremos viendo más aforados pringados con vales para restaurantes, bonos para el economato o, como el legendario documento expedido por el Comité de Milicias y Defensa de Toledo el 21 de septiembre de 1936: «Vale por seis porvos con la Lola para las milicias. No se puede transferir».
En el hemiciclo, medio ruedo ibérico, la bancada socialista gritaba «¡torero, torero!» a Bermejo, después de la faena a los populares. Seguramente, los entusiastas están contra la estética de la caza y del toreo, cosas de la sensibilidad socialdemócrata. Una cosa es el asesinato de la mamá de Bambi o del toro en la plaza en tarde de sol y moscas, y otra muy distinta, el arte de la lidia al partido de la oposición. Lo característico del progresismo realmente existente es el don de la alteridad, la mística del vivo sin vivir en mí. Por eso llamaban «¡torero!» al cazador en el tendido de las antitaurinas. Por eso acuñó él aquella soberbia frase «tuvimos que luchar contra los padres y ahora nos toca luchar contra los hijos». Cuando los pardillos del PP pierdan los complejos, podrán responderle a gritos: «¡Tu padre!», pero no con ánimo imprecatorio, sino simplemente para refrescarle la memoria.
Santiago González, EL MUNDO, 20/2/2009